Comienza el mes de febrero y Azerbaiyán, de la mano de sus estructuras políticas nacionales y sus respectivas representaciones diplomáticas, comienza a diagramar las estrategias para disuadir la presión de los armenios que reclaman por las masacres cometidas, como en 1915 por Turquía, pero esta vez en 1988 en Sumghait (Azerbaiyán), contra la minoría armenia que habitaba en esa ciudad. Sin embargo, y a pesar de su constante negación de dicha masacre, este año Bakú se encuentra en una situación por demás compleja y que escapa del control del Gobierno azerí debido a la caída abrupta del precio del petróleo.
Transcurridas más de dos décadas desde la implosión de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), es indudable que la economía de Azerbaiyán creció al ritmo del incremento del precio del petróleo. Sin embargo, como se hizo referencia en una nota titulada “Azerbaiyán, un régimen que pierde legitimidad externa e interna”, publicada en noviembre de 2014 en esta misma columna, la economía de Azerbaiyán, al ser dependiente de los precios del petróleo, exhibe el llamado síndrome holandés (Dutch Desease), es decir, el efecto que tiene sobre la economía de un país el incremento de las exportaciones, basado en el descubrimiento de recursos primarios, que ocasiona efectos desfavorables sobre los otros sectores de la economía. Continuar leyendo