En el poder desde 2003, el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP, por sus siglas en turco), liderado por Recep Tayyip Erdogan, posicionó a Turquía entre las nuevas potencias emergentes y como Estado líder a nivel regional. Sin embargo, sus acciones y sus deseos hegemónicos de la mano de una política para nada semejante a las bases laicas y seculares de la república fundada en 1923 por Kemal Atatürk, vislumbran una Turquía que debe reorientar el curso de sus acciones a fin de no caer otra vez, como a lo largo del siglo XX, en errores que le traigan aparejados conflictos e inestabilidad interna y regional.
Atatürk construyó un Estado de partido único —el Partido Republicano del Pueblo (CHP, por sus siglas en turco)—, nacionalista y autoritario. Finalizada la Segunda Guerra Mundial, Turquía se incorporó a la OTAN y emprendió una fuerte política de acercamiento a Occidente y particularmente a la comunidad europea. A lo largo del siglo XX el país sufrió cuatro golpes de Estado; el último y más sangriento de su historia fue en 1980. La garantía del régimen estaba asegurada por los militares, que actuaban como “garantes” del pensamiento kemalista. Motivo por el cual a través del aparato militar controlaban y reprimían los derechos del pueblo kurdo, quien a mediados de la década de los ochenta emprendió la lucha armada como instrumento de reivindicación de sus derechos a través del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK, por sus siglas en turco). Continuar leyendo