Por qué sí al debate presidencial

Porque es una obligación para los candidatos. El mandato de dar cuenta de sus actos es uno de los pilares de la república. Se aprende en Instrucción Cívica en la secundaria y no hay que buscarle tantas vueltas. No hay que caer en la tentación de algunos de hacernos creer que lo obvio merece una explicación sofisticada. Debatir es tan obvio como las cuatro estaciones.

Porque no hace falta una ley para hacerlo. El 90 por ciento de los países que tienen debate no tienen ley que los obligue. Hay un imperativo moral sobre cada candidato que siente que sus mandantes (porque, por las dudas, los candidatos y los eventuales funcionarios son mandatarios y no mandantes de la ciudadanía) tienen sí el derecho a saber de qué se trata. Además: a los puristas de la ley, desde el primer semestre de este año hay un proyecto impulsado por la diputada Carla Carrizo con despacho de una comisión que duerme el sueño de los injustos por expresa decisión de los que poseen mayorías.

Porque hay reglas claras y acordadas entre todos. Hace un mes, los 6 equipos de prensa de los presidenciables firmaron las normas de etiqueta del debate suscriptas minuciosamente en 27 páginas que obran en poder de Daniel Scioli, Mauricio Macri, Sergio Massa, Nicolás del Caño, Margarita Stolbizer y Nicolás del Caño en la que asumieron implícitamente estar esta noche en el debate. Desde los romanos para acá, los contratos se firman para ser cumplidos. Y esto es otra obviedad que no merece más explicaciones.

Porque las reglas son muy “protectoras” de los candidatos y de sus temores. El debate fue pensado para que las exposiciones fueran individuales, libres, sin interrupciones libres de los candidatos y los moderadores que pudieran propiciar un contrapunto como ocurre en la vida misma. Ellos hablarán y, de antemano, sabrán quién le preguntará sobre este tópico.  Este cronista se opuso a tal tabulación pero “Argentina debate” propició ceder cierta libertad de debate en pos de un bien mayor que es conseguir dar el primer paso en un, esperemos, largo camino de debate democrático para las futuras generaciones. Todos aceptamos. Al menos, todos los que esta noche concurran.

Porque un debate es una situación de “stress político” muy menor comparado con el ejercicio de la administración de la nación. Y ya se sabe que, otra vez los romanos, quien puede lo más, puede lo menos. A la inversa, por la negativa, también conjuga.

Porque se quiso un debate transparente, público y diverso. Se convocaron a periodistas de todos los medios (y claro, que en una selección de seis la injusticia de un número tan limitado se pudo haber dado respecto de tantos otros comunicadores talentosos y con méritos) y se puso a disposición la señal gratuita para todos y todas. Las emisoras que no estén será por decisión propia (inexplicable que la Televisión Pública se haya retirado cuando un candidato anunció que no participaría) y algunos periodistas tampoco asistirán por decisión de los medios en donde trabajan, aun cuando hubiesen querido hacerlo

Por eso es que sí al evento presidencial convocado hace más de un año por “Argentina debate”. Hoy a las 21, en la respetada Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, transmitido por América TV en televisión abierta e Infobae por streaming, entre otros, para ver, escuchar, conocer, saber, dudar, considerar y, sobre todo, entendernos respetados por los que antes de asumir el poder nos dicen qué saben y cómo piensan hacerlo.

El dedo peronista de Mauricio

¿Tiene derecho Mauricio Macri a bendecir la candidatura de Horacio Rodríguez Larreta por sobre la de Gabriela Michetti? Si lo tiene, ¿está bien que lo haga desde el punto de la igualdad que debe garantizarse en un proceso de democracia interna de los partidos?

Derecho, tiene. Es obvio. No sólo porque lo que no está prohibido está permitido -la ley electoral de la Capital no se lo impide- sino porque al jefe de Gobierno le comprenden las generales de la ley al ser considerado igual al resto de sus conciudadanos con derecho a opinar. Además, ocho años de gestión le permiten ser testigo privilegiado de cómo y quién administra.

Ahora: ¿está bien que Macri haya laudado a favor de Larreta? “No es justo, me entristece, provoca desigualdad”, dijo la contrincante Michetti. Y, parece, tiene razón.  De movida, no hacía falta que el jefe de Gobierno hiciera explícito lo que ya venía sugiriendo sottovoce (por ser delicados). Se sabe y se supo siempre que “Mauricio” cree que “Horacio” le garantiza la continuidad  de su modelo (sic) y que estima en su jefe de gabinete el haber estado a su lado cada vez que se tomaron medidas propias de la gestión. Costado ejecutivo puro, podría definirse.  “Gabriela” fue su compañera de fórmula hace 8 años, renunció a la vice jefatura para consolidar el poder del PRO en la lista de diputados, se paseó en la Provincia cuando se la pensaba como candidata a gobernadora y lo respaldó en todo el país con su cada vez que hubo necesidad de carisma personal que cubriese esa falta en su líder partidario. Construcción política pura, por volver a las definiciones gráficas.

Y en esta inteligencia (probablemente injusta por el reduccionismo) uno es el ejercicio del poder diario y la otra la filosofía del partido.  Se optó por lo primero.

¿Cuánto influye la venia de Mauricio? Hasta hoy es una incógnita. Sólo a develar en los comicios del 26 de abril en donde no sólo competirán dos candidatos sino dos modos de pensar la política.  El dedo de Macri no es más que una expresión bien peronista de la verticalidad partidaria promulgada por “el General”. Paréntesis: no mintió Macri cuando dijo que compartía las verdades del PJ: el acatamiento sin chistar de lo que dice el líder es una de ellas.  Si los dirigentes no creen en el derecho de los ciudadanos a elegir en las internas partidarias (eso son las PASO) y “empujan”, dentro de la ley pero fuera de la igualdad hacia un candidato, tienen todavía el escollo de la decisión popular.

El dedo elector no es más que un síntoma del caudillismo político argentino que se dice combatir desde las nuevas expresiones políticas como el PRO. La diferencia, se estima, es que en el caso que la decisión personal del líder no sea la acertada, el resultados de las urnas de las primarias puede ser un límite democrático a la voluntad de quien quiere inclinar la cancha. Si la elección anticipada del caudillo es buena, quedará ratificada en  las urnas.

En suma: nos pinta como sociedad conocer si una bendición desde la cúspide del poder aún pesa a la hora de saber que, cuando se vota, somos los dueños laicos de la decisión tomada por convicciones y valoraciones personales y no por manifestaciones del “faro conductor”. Le guste a quien le guste.