“Pero lo cierto que ella es Isabel Perón. ¿Qué es Isabel Perón? Isabel Perón fue una persona abandonada por los distintos sectores del PJ que pugnaban entre ellos. Fue una mujer abandonada (por el PJ) y por el sindicalismo.”
Voté a Elisa Carrió como candidata a Presidente dos veces. En 2003 y 2007. Mi admiración intelectual es mucho más vieja. Creo que nace de haber asistido a una jornada de normativa constitucional cuando estudiaba en la Facultad y ver cómo una joven e impetuosa docente del Chaco sacudía con argumentos deslumbrantes a la mesa de expositores compuesta por los más calificados especialistas en derecho público. Dijo algo así: “El derecho es un conjunto básico de normas morales hecho ley que pone una divisoria entre los republicanos y los autoritarios”. Y lo hizo sentada frente a los que aún debatían sobre la legalidad del Estatuto del Proceso de reorganización nacional.
Después fue su llegada a la política de la mano de Raúl Alfonsín, a quien no le perdonó el pacto de Olivos con Carlos de Anillaco. Entonces, Carrió se agigantó para muchos. Sin importarle su aspecto físico, embistió contra el menemismo mientras la mayoría disfrutaba del uno a uno celebrado con pizza con champagne. El fin de esa década de los ’90 la encontró con Fernando de la Rúa. Recuerdo la campaña por los canales de televisión: de un lado del candidato de la Alianza Lilita y del otro, Luis Brandoni, apuntalando al apenas dicente que aspiraba (e iba a ganar) a la Presidencia de la Nación. Y también sobrevino su ruptura con la UCR. El resto es historia reciente.
No conozco a muchos dirigentes con la ilustración de Elisa Carrió. Pocos pueden, por ejemplo, citar a la Escuela de Frankfurt y observarla desde el cristal del día a día argentino. Casi ninguno sabría debatir a la luz del derecho comparado y fundamentar lo que se dice. Escasos, escasísimos, protagonistas de la política nacional pueden demostrar que esa actividad no los enriqueció y que ningún acto de corrupción los salpica.
¿Y entonces? Que comparar a Cristina Kirchner con Isabel Perón es inadmisible para cualquiera que haya vivido o leído la historia argentina. El encomillado inicial de esta crónica pertenece a la diputada chaqueña. Si lo hace una dirigente como la Elisa Carrió, es de una provocación casi lindante con el desprecio por la república. Que preocupa. Y, esencialmente, decepciona. Raro modo de hacer política.
Fue una enorme decepción que en una entrevista que concedió ayer a Jorge Lanata, Lilita usase esa comparación. Es sugestivo escuchar que a la primera frase le sigue un silencio como de reflexión. Y que, no obstante eso, insista. ¿Hace falta justificar que no hay la menor chance de analogía? ¿Hay que explicar que la esposa del tres veces Presidente llegó a acompañarlo en la fórmula por mero parentesco y una enorme desconfianza, violencia y división de la época? ¿Hay que invocar la limitación intelectual de María Estela Martínez o recordar a López Rega, la triple A y el clima de los 70?
Hacer historia contrafáctica es un incomprobable ejercicio intelectual sin más valor que de una chicana, generalmente de mala fe. “Si Evita viviera”, colmó el cliché y los lugares comunes de este estilo. ¿Hay necesidad en estos tiempos de recurrir a una protagonista previa de la historia negra de 1976 para hacer oposición política?
La década kirchnerista dejará en sus saldos negativos una altísima dosis de corrupción en el manejo de los dineros públicos. Computará una peor consecuencia de impunidad para investigarla y una militancia dogmática de muchos personajes que se dicen oficialistas y ostentan con impudicia el desprecio por el derecho. Habrá que reconstruir el principio de control de los actos de gobierno, su publicidad y el apego a la ley y no a las autoritarias mentes supuestamente iluminadas.
Pero para que eso sea juzgado por la historia hace falta república y mucho respeto personal. No hay por qué traer a agosto del 2013 a Isabel Perón. No hace falta. No es necesario, si hay buena fe, azuzar el fantasma nefasto de una pobre mujer de la historia argentina que sirvió de gatillo para una noche larga de 7 años de duración. Ni aun frente a un gobierno poco amigo del respeto por las normas. Salvo que se trate, por quien lo dice, de querer comerse al caníbal.