Siempre se habló de la cercanía y similitudes entre el Brasil y la Argentina. Hasta hace pocos años, nuestro país marcaba el rumbo en lo económico y político. El fin de las dictaduras y la llegada de la democracia, los planes económicos fallidos, la adaptación del Consenso de Washington, las crisis de la deuda, siempre llegaban antes al sur y parecían expandirse hacia el norte. Esa tendencia empezó a cambiar después del 2001 cuando sólo nosotros estallamos en pedazos, una diferenciación que también puede verse entre los dos movimientos políticos que se hicieron del poder en los primeros años de este siglo que vivimos. Más allá de las aparentes coincidencias ideológicas entre el Partido de los Trabajadores de Lula y el Frente para la Victoria de Kirchner, las elecciones de ayer nos refrescaron una serie de distinciones que se han ido acrecentando a lo largo del tiempo.
Las diferencias pueden bucearse en el mismo origen. El obrero paulista devenido en líder político se hizo desde bien abajo. Desde su paupérrima y muy sufrida infancia en su Pernambuco natal hasta su emigración hacia Sao Paulo y su vida como tornero, con accidente laboral incluido que le costara un dedo de su mano, Lula protagonizó una especie de “American Dream” sudamericano. Los Kirchner, en cambio, terminada su carrera de abogacía en La Plata, rápidamente volvieron a Santa Cruz donde comenzaron a acumular una importante fortuna inmobiliaria en tiempos de la dictadura. Durante esos duros años, más que por el frío y el viento patagónico, no se les conoce otro sufrimiento a esos dos exitosos abogados a diferencia de su par brasileño, quien al igual que Dilma Rousseff, padeciera persecuciones y hasta la cárcel por su militancia política.
Una vez en el poder, Lula estableció un sistema de redistribución muy eficiente, que le ha permitido al Brasil lograr una estabilidad política y social envidiable e incorporar varias decenas de millones de personas a las nuevas clases medias. Pero no por ello intentó asfixiar a la gallina de los huevos de oro. Siempre componedor, terció entre las masas pauperizadas que veían en él su única esperanza y los barones nordestinos que monopolizaban el poder de sus regiones, combinándolos también con los intereses de los poderosos empresarios de la FIESP de Sao Paulo y los conglomerados mediáticos. En el Brasil del PT siempre hubo lugar para todos y se les supo sacar provecho a cada sector. Se trató más de una armonización y coordinación que de una confrontación y pelea permanente. Otra distinción con sus vecinos de Buenos Aires.
Lo mismo sucedió en la arena internacional. Bien con Chávez pero sin por ello tener que realizarle costosos y adolescentes desplantes en la cara a Bush. Brasil pudo navegar entre los poderes mundiales ya establecidos y las nuevas emergencias que lo tienen como protagonista indiscutido de los Brics. Todo brillantemente guionado por la elite diplomática de Itamaraty, institución que no sufriera los embates y el proceso de partidización que padecen sus colegas del Palacio San Martín.
Pero si algo caracteriza la brecha entre los dos casos es que en Brasilia no se intentó instalar un exagerado culto a la personalidad o encaramar sólo a una familia en lo alto del poder. Se pensó en forma institucional y después de los ocho años de mandato correspondientes, se buscó una heredera dentro de las filas partidarias. Así llega Dilma a la presidencia. Nunca se soñó siquiera en elegir sucesora a la esposa para intentar burlar así la cláusula constitucional de los dos mandatos, ni se le ocurrió a ninguno de los hijos presidenciales pedir por una reforma de la Carta Magna para perpetuar a su propia madre.
Así se llega a esta instancia en donde el Brasil enfrenta en forma ordenada y responsable un nuevo desafío electoral. Sin el dramatismo propio de los populismos personalistas, en donde no se concibe la posibilidad del reemplazo del líder indiscutido, nuestros vecinos deberán decidir en pocos días entre la actual Presidenta y con ella la continuidad de este proceso iniciado por Lula u optar por el cambio que representa el ex gobernador de Minas Gerais, Aecio Neves. Escenarios muy diferentes pero que no por ello provocan caos o temor excesivo, más allá de las propias idas y venidas de una campaña electoral intensa, con publicidad negativa incluida.
De esta forma el país más grande de la región se recibe de potencia. Una democracia que encara tranquila hasta el desafío de la alternancia sin que esto implique el fin del mundo. Esa es la lección central que el kirchnerismo debería aprender del PT. Entender que no hace falta minar el camino de cuanto sucesor posible aparezca, intentando seguir con las alquimias electorales para armar un amañado proceso que garantice un pronto retorno. Después de dos períodos Lula, el indiscutido líder y fundador cedió el poder a Dilma, sin condicionamientos ni extorsiones, para que la antorcha de su proyecto no se extinguiera. Es ahora ella la que debe revalidar títulos ante su pueblo. Si no lo logra, el poder pendulará, pero Brasil prevalecerá y por cualquiera de los dos caminos saldrá fortalecido.