Francisco culmina su exitosa gira por los Estados Unidos. Su presencia en estas tierras no ha pasado por cierto inadvertida. Como si se tratara de un verdadero rock star ha congregado multitudes por cada lugar donde estuvo. Una movilización de gente y una atención de los medios que solo sería comparable en magnitud con la producida por los Beatles en su primera visita al otro lado del Atlántico. Pero, como siempre que concluye un viaje, es bueno realizar un balance.
El Papa sin dudas ha dejado huellas y probablemente ha sembrado varias semillas que florecerán en el alma y los corazones de los habitantes del país más poderoso del planeta. Bregó por la unidad en tiempos de división, exigió puertas más abiertas para los inmigrantes cuando muchos las quieren cerrar, pidió por la justicia social en momentos en que se agranda la brecha entre ricos y pobres, clamó por el medio ambiente en medio de polémicas pre-electorales por la validez científica del calentamiento global. Dijo lo que tenía que decir a quien se lo tenía que decir. No quiso ser “políticamente correcto” como lo exige la práctica a veces exageradamente hipócrita de la política por estas latitudes.
En su paso por la Casa Blanca volvió a mostrar los estrechos lazos que lo unen a quien la seguirá ocupando por un poco más de un año. Todos saludos y sonrisas. Algo no menor, si se tiene en cuenta que la última vez que un acercamiento tal se diera entre los dos hombres más poderosos de la tierra, en lo terrenal y en lo espiritual, terminó con el derrumbe por implosión del otro polo, el que desde Moscú dirigían con mano de hierro los jerarcas soviéticos.
En el Capitolio, palos y zanahorias a unos y otros. Durante su discurso, los demócratas no alcanzaban a pararse para ovacionar alguna frase conveniente para ellos en la reñida disputa electoral, cuando al final de la misma oración venía el guiño a los republicanos que rápidamente reaccionaban de igual forma. Así es que los legisladores lo interrumpieron con aplausos más de 25 veces. Todo un record histórico. Hasta los jueces de la Suprema Corte allí presentes, en un par de oportunidades los imitaron, algo muy pocas veces visto por la habitual parsimonia y cuidado que ellos tienen para no ser acusados de tomar partido o de prejuzgamiento.
En las Naciones Unidas, el argentino le habló al mundo entero. Insistió con el calentamiento global y condenó nuevamente los abusos del sistema vigente. La audiencia mundial también cayó a sus pies.
Pero más allá de los discursos y sus contenidos, de las homilías y los sermones, los norteamericanos quedaron fascinados por el hombre, por su historia, por su sencillez y su humildad, por su ejemplo. Los miles de gestos y actitudes que Francisco tuvo en cada momento fueron advertidos y entendidos por todos, rescatados por la prensa y seguramente impactaron en los corazones de millones. El auto elegido para sus desplazamientos, su sonrisa permanente, su predisposición a escuchar, tocar y abrazar a quienes se lo pidieran, su preferencia por los pobres y postergados, los marcará para siempre. En este país heterogéneo, rico, a veces opulento y frío, prácticamente nadie quedó ajeno al influjo del argentino.
Más allá de haber contribuido claramente a recuperar el prestigio perdido por la Iglesia Católica después de los tan sonados casos de pedofilia, seguramente su prédica puede tener consecuencias importantes y perdurables en la opinión pública estadounidense. La convocatoria a la unidad y al consenso, a buscar los grises, no es poco en una sociedad que desde hace años se debate en una profunda división en dos mitades, algo que para muchos especialistas amenaza con trabar y frustrar para siempre la continuación del sueño y la hegemonía americanos. Su postura irreductible respecto de los temas medioambientales, instala seriamente el asunto en la agenda pública local e internacional y tal vez consiga que la discusión se dé ya por superada respecto del diagnóstico y se centre ahora en las formas y procedimientos más convenientes para resolverlo. Si la normalmente conservadora Iglesia Católica acepta y reconoce el planteo de los científicos y especialistas, poco lugar le queda a aquellos que siguen negando su existencia. Además indica un cambio de actitud importante desde el Vaticano, que contribuye ciertamente a la reconciliación entre la ciencia y la fe. Relación muy difícil desde siempre de la que el pobre Galileo podría testificar.
Pero Francisco también puede haber sacado algo de los norteamericanos. Tal vez el Papa argentino, que nunca antes había viajado a este país, se lleve una visión un poco más positiva de los beneficios y resultados del sistema en vigencia en el mundo, cuando funciona bajo imperio de la ley y las instituciones, con la intermediación y regulación de un Estado que cumple bastante satisfactoriamente con sus funciones. Tal vez haya visto in situ que el crecimiento y el progreso económico pueden ser complementados perfectamente con una importante vida espiritual y religiosa. Que para poder distribuir, primero hay que generar y producir. Que el fin de lucro se modera cuando en los corazones reina sinceramente la compasión y la solidaridad. Que en materia ideológica no todo es tan blanco ni negro. Viajar, conocer, hablar, intercambiar experiencias y comparar realidades siempre es muy positivo. Para todas las partes.