Sólo puede darse en Brasil. Mientras en esos escenarios surrealistas imaginados por Niemeyer, en el planalto de Brasilia, se siguen produciendo idas y venidas propias de aquellos culebrones típicos de la TV brasileña que tanta audiencia conseguían en todo el mundo allá por las décadas de los setenta y los ochenta, al mismo tiempo en la costa exuberante de Río de Janeiro se corre una carrera contra el reloj para terminar a tiempo la villa e instalaciones para los Juegos Olímpicos.
En una especie de contradicción impune, propio de la desmesura de lo “maior do mundo”, el gigante sudamericano, sin escalas, pasó de ser la promesa de los emergentes, un ejemplo de crecimiento con inclusión premiado por la comunidad internacional no solo con estos juegos sino también con un Mundial de Fútbol, privilegio reservado solo a los grandes y a algunos otros países como España y Corea del Sur, a ser una economía estancada y una democracia a riesgo de estallar en pedazos. Todo en menos de cinco años.
Es muy difícil poder entender lo que allí sucede si no se pone en contexto, si no se va un poco más allá y sólo se quiere tratar de describir las últimas jugadas de cada uno de los protagonistas de este lío fenomenal.
La política brasileña es mucho más compleja que la de estas tierras rioplatenses, porque Brasil en sí es también mucho más complejo. Una buena forma de dimensionar estas diferencias surge a partir de analizar la historia de dónde venimos. Cuando a principios del Siglo XIX la Península Ibérica era invadida por las tropas napoleónicas, las dos casas reinantes de esa región europea reaccionaron de forma muy distinta. Mientras los Borbones que gobernaban desde Madrid intentaron negociar, fueron traicionados y finalmente cayeron prisioneros de los franceses, los Braganza que regían desde Lisboa, literalmente se tomaron el buque. En realidad varias decenas de navíos, en su mayoría ingleses, junto a 11.000 burócratas y cortesanos, todo su tesoro, biblioteca y archivos, para seguir dirigiendo su imperio colonial, primero desde Salvador en Bahía, para luego y huyendo del calor agobiante del ecuador, instalarse en Río de Janeiro.
Dos reacciones muy distintas que generaron dos destinos muy diferentes para las dos mitades en que se habían dividido las colonias americanas, luego que el Papa intermediara y se firmara el Tratado de Tordesillas. Los territorios españoles, ya sin rey que los gobernara y los unificara, terminaron después de varias décadas de cruentas guerras de independencia y luchas civiles, partidos en más de veinte naciones independientes, mientras que las colonias lusitanas, permanecieron unidas, primero bajo la corona del rey Joao y luego bajo el férreo control de su hijo y nieto, ambos Pedro, que como emperadores mantuvieron cohesionado ese país continente, ya independiente, como el Imperio del Brasil. Una nación de dimensiones enormes que integra en sus fronteras realidades muy diversas y desiguales. Basta imaginar qué hubiera pasado si Fernando VII, se hubiera instalado en México, Bogotá o Lima y ahora existiera un sólo país que abarcara desde California hasta la Tierra del Fuego. Sin dudas una entidad algo difícil de administrar…
En el Brasil, poco tienen que ver los intereses del Nordeste y sus barones del cacao, con los de los aristócratas cariocas descendientes de la corte imperial, con los de los mineiros de Belo Horizonte, con los de los cafetaleros paulistas devenidos en industriales de vanguardia, con los de los gauchos de las pampas, más parecidos a sus vecinos argentinos o uruguayos o con los de los más recientemente desarrollados intereses agrícola-ganaderos del Mato Grosso. En esta liviana descripción surgen por lo menos seis brasiles, que sumados a la Amazonia, muestran la complejidad y diversidad de este país-continente. Todo este entramado se traduce también en un muy complicado sistema político, de equilibrios, acuerdos, alianzas y sus consecuentes rupturas y traiciones, imprescindibles para poder mantener unido y gobernable a este verdadero rompecabezas.
De ahí la necesidad de inventar una capital, un laboratorio de pruebas de la política que fuera neutral a todos estos intereses sectoriales y regionales, así nacía la Brasilia imaginada en los sueños fantásticos de Niemeyer y plasmada por la visión futurista del Presidente Kubitschek
Por eso explicar la actual crisis no es tan fácil. No responde ni a los esquemas tradicionales de izquierdas y derechas, ni al simplismo de buenos contra malos o de pueblo contra anti pueblo. En la política brasileña todo es más complejo y requiere segundas o terceras lecturas e interpretaciones. Lula y su partido de los trabajadores, había llegado al poder hace más de una década, después de innumerables intentos y cuando probó frente a los otros intereses, que había renunciado a sus fantasías revolucionarias, que no iba a sacar los pies del plato, pero que por su origen e ideas les garantizaba la posibilidad de iniciar un proceso de integración económica y social de millones de excluidos, algo imprescindible para que el Brasil pudiera proyectarse a nivel mundial como una promesa del futuro emergente. Todo funcionó bien, con viento a favor y mientras la economía crecía a tasas chinas. Nada parecía parar al ex tornero paulista y su impronta y genio impulsaban a su país a lo alto del firmamento mundial. Hasta el propio halcón de apellido Bush, que en aquellos años ocupaba el Salón Oval, se desvivía por atenderlo y mimarlo. Pero desde hace unos años, la situación cambió y lo que antes servía empezó a estorbar. Por eso el sistema reacciona y muestra poca paciencia. Ahora haría falta alguien que ordene la economía y la encamine de nuevo en la senda del crecimiento. Algo que la Presidenta Rousseff parece no poder garantizar. Todo esto acelerado por la imprevista aparición de un juez independiente, para muchos un cisne negro que nadie controla realmente, que ha disparado munición gruesa contra todos sin distinción. Prácticamente nadie queda indemne de su onda expansiva.
Las próximas horas serán cruciales para ver si Dilma logra amalgamar un acuerdo de último momento o inventa alguna jugada sacada de la galera, o si como todo parece indicar el huracán se la lleva puesta, con el PT incluido. Allí se verá entonces, la habilidad y cintura del Vice Temer para poder contener a todos estos intereses y sectores en un nuevo esquema de gobernabilidad que perdure más allá de la transición, si es que finalmente la Presidenta termina siendo declarada culpable de los cargos por la que se la pretende suspender y es removida de su puesto en forma definitiva. Pero como siempre en una democracia, la última palabra la tendría el pueblo, que antes o después podrá legitimar con su voto y apoyo al muy golpeado y ahora arrinconado PT o a alguna de las otras opciones que surjan de esa verdadera caldera de alquimistas políticos en que se ha convertido por estos días Brasilia. Mientras tanto, los argentinos temblamos esperando y rogando que nuestro principal, socio, aliado y cliente se recupere pronto, encuentre su camino y vuelva a crecer, respetando las instituciones pero sin dejar por ello de oír la voz y el deseo de su pueblo.