La bucólica paz de los jardines vaticanos poco se alteró por la presencia de la presidente argentina. En este pequeñísimo país independiente todos están acostumbrados a visitas de alto nivel en forma casi permanente. Prácticamente no pasa un día, ni mucho menos semana alguna, sin que algún mandatario, rey, jefe de Estado o personaje importante se acerque a saludar el líder espiritual más influyente de toda la humanidad.
En coincidencia con el almuerzo entre estos dos compatriotas del fin del mundo en la Residencia de Santa Marta, un grupo de personas de todo el planeta, entre ellos muchos argentinos, sesionábamos a pocos metros en la Casina Pío IV sede de la Academia Pontificia de las Ciencias. Se trataba de las segundas jornadas organizativas y estratégicas de Scholas Ocurrentes, la red global que interconecta escuelas de todos los continentes, como forma de potenciar el diálogo, el encuentro y la paz entre los más jóvenes sin distinciones de raza, credo o nacionalidad. En esta oportunidad chicos y chicas de las zonas más pobres y marginadas de la tierra intercambian experiencias y visiones con sus congéneres de vidas mucho más privilegiadas. Una idea que surgiera en Buenos Aires, en tiempos del entonces Arzobispo Bergoglio y que coordinada por José María del Corral y Enrique Palmeyro, ahora está siendo extendida a nivel universal.
Solo la presidente y el Papa sabrán a ciencia cierta cuáles fueron los temas tratados durante la muy extensa reunión que celebraron este mediodía justo al lado de la Basílica de San Pedro. Cristina ya algo ha comentado a la prensa. Señaló que se habló de pobreza y exclusión, de economía; se conocieron sus regalos; se la vio llegar con su tobillo inmovilizado tras su accidente en el hotel romano donde se aloja y se la vio emocionada y contenta. No es para menos. El líder espiritual de los 1200 millones de católicos, su compatriota más famoso y querido de toda la historia, la personalidad mundial del momento, le dedicó más tiempo a ella que a cualquiera de sus colegas. Estuvieron más de dos horas a solas.
Si bien el Papa no se ha expresado al respecto, la señal concreta de la larga duración de su reunión indicaría claramente su comodidad e interés en la misma. Aquí en el Vaticano la gente que lo conoce bien, se anima a afirmar que para el hasta hace un año cardenal Bergoglio, el encuentro también fue más que provechoso. Muchos gestos y señales concretas indicarían lo mismo. Hasta habría suspendido su corta siesta habitual, una costumbre más que justificada por su pesada agenda que comienza todos los días al alba.
Pero más allá de los contenidos, las conversaciones y de las especulaciones, mucho es lo que se puede extraer del hecho mismo de la reunión. Primero, vuelve a señalar la especial preferencia y atención que Francisco le sigue prestando a su país y sus habitantes. Un año después de su asunción, el Papa avanza a paso firme en varios frentes al mismo tiempo. La reforma del gobierno de la Iglesia y la Curia romana, la transparencia de sus finanzas, el freno a los abusos, el aporte a la discusión ideológica internacional, las acciones concretas para derrotar a la pobreza, el rol en el manejo de los asuntos geoestratégicos planetarios, son asuntos de una complejidad y gravedad tal que lo podrían tener absolutamente absorbido. Pero Bergoglio sigue prestándole mucha atención a lo que sucede en su patria. Las numerosas visitas argentinas que recibe, así como los muy frecuentes llamados telefónicos que realiza reafirman claramente que no olvida a su tierra de origen.
Esta preocupación se traslada ahora a los cuidados y atenciones que le prodiga a Cristina. Consciente del rol que puede desempeñar quiere que la democracia en la Argentina funcione bien y que los extremismos peligrosos se moderen. En momentos en que se vive un fin de ciclo, algo habitualmente muy conmocionante en un sistema como el nuestro, procura fortalecer las instituciones y que todos cuidemos a la Presidenta para que termine bien su mandato en el 2015. Además reafirma que en la vida se puede perdonar, sin por ello olvidar. Se puede tender una mano magnánima cuando se está en lo alto, dejando de lado rencores y pequeñeces improductivas. Una lección importantísima de auténtico amor cristiano para la muy dividida dirigencia argentina.
Francisco no necesita intervenir directamente en la política concreta para influir en su tierra. Con más de 90% de imagen positiva entre sus compatriotas, basta con que siga predicando con el ejemplo para producir un verdadero terremoto político. Poco a poco, el orgullo enorme que nos depara a todos el saber que finalmente un argentino es querido y admirado en todas partes por su humildad y hombría de bien, va haciendo que todos empiecen a exigirle mucho más a sus gobernantes. Un estándar cada vez más alto. Algo que será imparable, si logra demostrar que además de humilde y coherente entre lo que dice y hace, es eficiente, consiguiendo superar algunos de los problemas enormes que enfrenta. Dejar de lado esa terrible dicotomía criolla, que como una maldición inevitable, distingue entre el que roba y hace del honesto que no logra modificar nada. El Papa nos señala que uno puede preocuparse de verdad por los pobres y hacer política con mayúsculas, sin necesidad de “hacer caja” o entregarse a los poderes de turno. De verificarse, esa sola contribución habrá modificado para siempre a su querida Argentina. ¡Fuerza Francisco!