Y se salvó nomás. Después de un susto grande para ingleses y muchos europeos, los escoceses le dijeron que no a la independencia. Con una participación en las urnas absolutamente récord (85% del total de votantes habilitados), el 55% de los habitantes de las tierras altas del norte de la Gran Bretaña decidieron seguir siendo parte del reino que tiene por capital a Londres. Una diferencia de un muy considerable 10% sobre la otra opción fue la sorpresa de la jornada, ya que las últimas encuestas, si bien registraban algún repunte de los finalmente triunfantes, todas coincidían en una situación de mucha más paridad.
Esta enorme ola de escoceses que decidieron sobre un aspecto tan crucial sobre su futuro, como lo es la continuación del acuerdo de más 300 años que los une a sus poderosos vecinos del sur, trajo además alivio a muchos personajes e instituciones.
La política británica deberá realizar varios cambios y transformar en realidad las casi desesperadas promesas que sus principales líderes ofrecieron a último momento cuando todo parecía que se iba por la borda. El primer ministro David Cameron sobrevive agradecido y, si sabe maniobrar y capitalizar este momento, saldrá fortalecido.
La oposición laborista también respira, ya que Escocia constituía uno de sus principales bastiones electorales y su independencia le complicaba -para algunos alejaba definitivamente- la posibilidad de su acceso al número 10 de la calle Downing en el centro de Londres.
La unidad gestada hace más de 300 año de un país con cuatro naciones se consolida. Si Escocia dijo que no a su independencia, galeses e irlandeses del norte no deberían ya ni dudarlo. El Banco de Inglaterra y la idea de una política monetaria autónoma respecto del resto de Europa, se ven también reforzados junto a su hija dilecta la libra esterlina.
Pero no solo en aquellas islas se respiró aliviado. Más al sur en España, su poder central madrileño, se ilusiona con la posibilidad que el sueño independentista catalán sufra el impacto y pierda fuerza. Lo mismo que los desafíos por ahora más débiles del País Vasco, Galicia y Andalucía. Flamencos, bretones, franceses del sur, italianos del norte, frisios, bávaros, corsos y sigue la lista, tendrán que archivar sus reclamos por un tiempo y seguir aceptando los mapas del poder actual, pasando por los peajes de sus respectivas capitales nacionales.
Los escoceses con su decisión, tal vez casi sin tomar clara conciencia, marcaron un hito importante en la historia del continente que fuera cuna de nuestra civilización y que dominara por varios siglos a la humanidad entera. Ayer, el orden surgido de Westfalia se salvó y la idea de aprovechar la super-estructura de la Unión Europea para plantear una federación de nuevos países replanteados, o regiones autónomas con capital continental en Bruselas, fue herida de muerte y corre el riego de irse desvaneciendo.
La ilusión de ver a la Unión Jack bajando del mástil en tierras tan centrales para lo que supo ser el imperio dominante del planeta también alentó a algunos por estas lejanías australes, con la remota esperanza de algún efecto dominó que se esparciera hacia las colonias, incluyendo a las Malvinas. También tendremos que seguir esperando.
Escocia siguió el camino de Quebec en Canadá. Ahora, al igual que los líderes de habla inglesa de Ottawa, los políticos británicos deben cumplir sus promesas y construir un país más equilibrado y balanceado. De lo contrario, lo único que habrían ganado es algo de tiempo.