Platón significa en la historia del pensamiento una de las piedras fundamentales del totalitarismo. La esperanza en un rey sabio y filósofo, regidor de un Estado controlador, continúa vigente en nuestros días. A lo largo de los siglos la idea de que el portador de la sabiduría, desentendido de las instituciones y contextos, sería el instrumento del buen gobierno, de la paz y prosperidad para los ciudadanos, ha sido una de tragedia que se sigue repitiendo.
La historia mostró que el gobierno limitado y austero, la división de poderes del Estado y el modelo basado en las libertades individuales de los ciudadanos ha sido sin dudas un éxito en comparación a cualquier otro experimento sociopolítico hasta el momento intentado.
La victoria electoral de Syriza, la coalición izquierdista liderada por Alexis Tsipras, significa una búsqueda mágica o una solución “platónica” al ajuste inevitable, que no es otra cosa que la cuenta luego de una fiesta. Claro que, en lugar de culpar al gasto desorbitado, se culpa al ajuste, que es lo más palpable.
Para recordar a modo de ejemplo el comportamiento de la administración pública helena en los años de derroche podemos destacar el engaño -tal vez el INDEC argentino haya servido de inspiración- del déficit público que equivalía a un 14% del PIB y que se comunicó como del 3,7% a Bruselas o los motivos de la quiebra de la banca luego de cargar y financiar la deuda pública. Los funcionarios griegos tenían sueldos más altos que sus colegas de la pujante Alemania y gobernaban con la generosidad del corto plazo: hospitales con cuarenta y cinco jardineros y cuatro macetas, organismos públicos con cincuenta conductores por auto e incrementos salariales del sector público como el “plus” por ir “correctamente vestido” o de “trabajo al aire libre” a determinados empleados como los forestales. Hasta el estallido, los griegos podían jubilarse a los 61 años cobrando el 96% del salario y existían 600 categorías de opción jubilación anticipada a los 50 años las mujeres y 55 los hombres. El despilfarro se financió con deuda y sólo los intereses de la misma alcanzaban, para 2011, el 12% de los ingresos públicos.
Países como Argentina pudieron licuar parte de su déficit fiscal mediante devaluaciones como la salida de la convertibilidad, pero los griegos se encuentran atados al Euro junto a otros países que tienen otros comportamientos fiscales. Ante la moneda común, las opciones eran pagar los platos rotos y poner las cuentas en orden o patear el tablero e imprimir billetitos de colores autóctonos que licúen los salarios reales de las personas. En medio del mal trago del ajuste irrumpe en el poder griego un populismo que propone, entre otras cosas, relanzar la obra pública para estimular la actividad, 200.000 nuevos empleos estatales y nacionalizaciones de “sectores estratégicos”.
Experiencia parecida a la de Syriza en Grecia es la de Podemos en España, que aguarda su batalla electoral con oscilaciones en las encuestas. Sin dudas lo mejor que le puede pasar a Grecia es que la coalición izquierdista, que acaba de cerrar una alianza con la derecha nacionalista, incumpla sus promesas de campaña y realice una gestión moderada.
El crecimiento y el desarrollo son producto del ahorro, la inversión, el trabajo y la innovación que tiene lugar en ámbitos de libertad. Las soluciones mágicas resultan decepcionantes en Argentina, en Europa y cualquier lugar del mundo