Cristina y la demolición de los pilares del kirchnerismo

Aun considerando el digno papel que hizo Martín Insaurralde, un intendente no muy conocido, en la elección de ayer y de la remontada que le pegó Scioli al asunto, con la derrota en la provincia de Buenos Aires culminó una importante tarea de demolición que la Presidente emprendió contra todo lo que había dejado su antecesor.

No dejó en pie la relación con los sindicatos, no dejó en pie la relación más o menos sensata con gran parte de la sociedad, no dejó en pie nada de lo que había heredado en materia económica y ayer terminó con la relación con los intendentes. Ayer culminó con éxito la tarea de destrucción de los pilares del kirchnerismo iniciada en 2011 por la Presidente.

Lo que veremos de aquí en más es una Presidente seguramente muy rodeada de sus seguidores más fanáticos, pero ciertamente la demolición culminó: no dejó Cristina básicamente nada en pie, vaya uno a saber por qué. Otro día discutimos o analizamos por qué: si es incompetencia política, si es empecinamiento terapéutico, si es imposibilidad de escuchar y de conversar. La verdad es que el edificio lo destruyó.

Si tomamos las primarias como una preelección, como una suerte de toma de temperatura de la sociedad, la derrota del gobierno de ayer es una derrota muy significativa, se la mire por donde se la mire.

Vamos a tomar, por ejemplo, los cinco principales distritos del país, donde tenemos prácticamente más del 60% del padrón, casi 70%. De los 127 diputados que se van a elegir en octubre, 71 dependen de cinco distritos: la Provincia, la Ciudad, Córdoba, Santa Fe y Mendoza en ese orden.

En estos cinco distritos, la Presidente perdió: en la provincia de Buenos Aires, contra su ex jefe de Gabinete Sergio Massa, por seis puntos de diferencia; en la Ciudad de Buenos Aires, la disputa está entré el PRO y UNEN. Filmus y Cabandié, veremos.

En el caso de Córdoba, el tercer distrito más relevante en cantidad de votantes, salieron cuartos, con la peor performance de todo el Gobierno en toda la elección de ayer: 10% de los votos. En Santa Fe tuvieron que recurrir a un ex antikirchnerista como Jorge Obeid para que arañe el 20% de los votos; en Mendoza afanó Julio Cobos.

De ahí el panorama catastrófico para el Gobierno en los cinco principales distritos del país.

Si miramos los tres distritos siguientes en importancia, que son Chaco, Tucumán y Entre Ríos, donde se eligen entre cuatro y cinco diputados en cada uno, ahí la cosa fue un poco mejor al Gobierno. Pero allí es una elección de 13 diputados en total. Los cinco principales son 71 y los tres siguientes, donde ganó el Gobierno, son 13: obtendrán ahí cinco diputados en total.

En el resto de las 16 provincias, ocurrieron cosas contrapuestas: por ejemplo, gobiernos muy exitosos en Santiago del Estero o en Formosa, provincias que arrojan dos diputados por elección cada una, a situaciones muy complicadas en Neuquén, una provincia chica, donde por ahí se está discutiendo el tema de YPF y Chevron. O Santa Cruz, otro desastre electoral. Y Chubut, donde el ministro de Agricultura colapsó electoralmente en la elección del día de ayer.

Quiere decir entonces que el resultado electoral, y hay que decirlo así, ha sido un desastre para el Gobierno, fue muy malo. Es una elección que además se la puede mirar de otros puntos de vista: por ejemplo contra el 2011, la Presidente sacó menos de la mitad de los votos: 54 contra 26. Y contra 2009, la performance fue peor que la de Kirchner perdiendo, por donde se la mire: el Gobierno versus las oposiciones perdió; el Gobierno contra sí mismo perdió. Contra 2011, desastre y contra 2009, también.

Ese es el escenario de ayer, resumido, que anticipa obviamente un “escenario de transición”. Me parece que la palabra ‘transición’ de aquí en más será relevante en la Argentina si es que en octubre se ratifican estos resultados.

La Presidente mencionó en su discurso de anoche que ellos eran finalmente la principal fuerza a nivel nacional y que estaban en condiciones de retener el control de ambas cámaras.

La Presidente olvidó –algo que por su experiencia parlamentaria me llama la atención– el nivel de corrimiento que va a haber acá: cuántos legisladores de los que permanecen en el Congreso (los que no se recambian) se van a mover. La dinámica es más relevante que la foto.

Si miramos la palabra ‘transición’ como la palabra clave del momento, la pregunta fundamental es qué va a hacer la Presidente de acá a dos años.

Yo comentaba, y lo comenté varias veces, el descomunal artículo que produjo ayer Joaquín Morales Solá resumiendo muy bien lo que veníamos conversando con Carlos Melconian o la semana pasada con el señor Espert. Puso blanco sobre negro otra de las demoliciones de Cristina, que fue la economía.

Ayer Joaquín mencionaba las reservas en caída –casi digo libre–; a los precios internacionales en caída; al contexto internacional, complicado; a la energía, un desastre (estamos hablando de importaciones del nivel de entre u$s13.000 y u$s15.000 millones por año para compensar el desastre que hizo allí Julio de Vido que permanece en el Gabinete). Estamos hablando de una emisión, no diría descontrolada pero poco menos, de inflación que está entre el 2% y el 3% mensual y de un blanqueo que era la solución al problema, que terminó siendo un problema mayor que la solución.

Entonces: ¿qué va a hacer Cristina de acá en más? Tiene dos alternativas: la primera es la que utilizó en ambos casos, 2009 y 2011. En 2009, perdiendo, y en 2011, ganando, hizo básicamente lo mismo: profundizó el modelo.

Ayer habló Cristina y en su discurso dijo: “Nosotros tenemos la responsabilidad de gobernar”, como preanunciando que va a profundizar la línea. Por lo tanto, si uno mira la experiencia de las dos elecciones anteriores (2009, perdiendo; 2011, ganando), la Presidente básicamente hizo lo mismo.

¿Qué pasaría, o que pasa, en la Argentina si en este contexto político tan adverso, la Presidente profundiza estas medidas, como el cepo, el blanqueo, las cosas compulsivas, los malos modos, la falta de inversión? Ella tiene una alternativa, podría hacer algo diferente frente a esto.

Es claro que entre las cosas que la gente votó ayer, votó que la economía “no camina mucho”, la economía manejada por lo que hemos llamado acá “Los Locos Addams” o “El Quinteto de la Muerte”, gente que es víctima de su propia incompetencia: Moreno, Kicillof, Marcó del Pont, Lorenzino y Echegaray han destruido la economía argentina, la fulminaron. El tema no está en el debate electoral ni todavía se nota del todo las consecuencias, pero era lo de Joaquín de ayer.

La Presidente tiene dos opciones: profundiza esta perspectiva como hizo en 2009 y 2011, y que sea lo que Dios quiera, o produce un cambio sensato en el manejo del asunto –acá el debate es el  económico, obviamente–, tratando de conseguir dólares por otros medios. Hay otros medios para conseguir dólares que no sean los implementados por el “quinteto de la muerte”. El Uruguay ha sido un ejemplo elocuente la semana pasada. Me van a decir ‘hay que hacer de todo para conseguir…’ y sí, hay que hacer de todo.

Ahora bien, la cuestión está en que la derrota en la cabeza del oficialismo no opera como en el resto de los mortales: cuando uno se enfrenta a una situación adversa, las personas suelen tener una reacción de analizar las circunstancias: “algo pasó”, se piensa en un cambio, no en uno radical, sino un cambio.

En el caso del Gobierno, la derrota viene a operar, y el fracaso especialmente, como un aliciente; es más, como una ratificación de que estaban lo cierto. ¿Por qué digo esto? Porque el Gobierno tiene –la palabra no es ideología porque no alcanza, ni siquiera ideas– una visión o una lectura que dice que ellos no son el gobierno, que ellos no son el poder: el poder está en otro lado: el poder son los medios, las corporaciones, el mundo, los conspiradores los devaluadores, los destituyentes.

Cuando hay una adversidad, un problema o un fracaso o adversidad, esos tipos están demostrando su nivel de operación, de lo que son capaces; y nosotros, derrotados, y fracasados, tenemos que luchar contra eso. ¿Cómo? Ratificando el rumbo. Esto ha sido lo que pasó hasta ahora. La derrota no funciona en el gobierno argentino como funciona en el resto de las actividades, funciona como un estimulante.

En esta disyuntiva que se presenta claramente a partir del día de hoy, es decir, en esta transición, la Presidente ¿qué hace: profundiza o ratifica? Tengo que sospechar, tomando los elementos que tengo en la mesa como elementos de juicio, que la Presidente va a considerar esta derrota como un éxito y que va a ratificar su rumbo.

Lo que me queda a mí por decir no es muy ortodoxo ni muy profesional, pero es lo que me sale: agarrémonos. Porque si la Presidente de la República fulminó una economía con el 54% de los votos, ¿qué va a hacer con el 26%?

A partir de hoy, este el partido que juega la Argentina: arrancamos una transición complicada con un gobierno claramente derrotado en esta toma de temperatura de ayer.

Se presentan dos alternativas: una modificación sensata para generar una transición ordenada o una ratificación del rumbo argumentando que la derrota no es una derrota, sino finalmente un éxito en nuestra lucha contra las corporaciones. Si este es el rumbo, que Dios nos ayude.