Una “indignación” que se perdió en las redes

Hace sólo cinco meses la agrupación Podemos irrumpía como sensación electoral en España, al obtener 1,2 millón de votos y cinco escaños en el Parlamento europeo. Las elecciones europeas son, por regla, más accesibles a las agrupaciones que se mueven en los márgenes de la política por referencia a aquéllas que disputan posiciones nacionales ejecutivas.

Pablo Iglesias, el líder de Podemos, es un politólogo. Se hizo notorio desde los programas de la televisión alternativa que él mismo dirigía con la intención evidente de capitalizar el movimiento de “indignados”, el cual emergió en España hace tres años, aunque luego se diversificó en distintas acciones reivindicativas y también perdió presencia callejera. Fue un equivalente, en cierto modo, del movimiento asambleario de Argentina en 2002. A partir de sus creaciones mediáticas, Iglesias pasó a los debates televisivos por aire, donde ganó una audiencia con impacto electoral. Los líderes de Podemos provienen del PSOE y del PC.

Podemos no es, a nivel europeo, completamente original. Antes que él, brilló en los medios y en las urnas el francés Olivier Besancenot, de origen trotskista. Besancenot es un buen polemista, que se valió de un pastiche programático en boga, que mezclaba los planteos de numerosos movimientos sociales sin una línea estratégica. Les dio, a mediados de la década pasada, un gran susto a los partidos tradicionales de la izquierda, del cual al final éstos salieron ilesos.

Otro fenómeno, si se puede llamar así, es el del italiano Beppe Grillo, que ganó (y mantiene) entre un 20 y un 25 por ciento del electorado. Grillo tiene una cantidad enorme de seguidores en las redes, pero curiosamente prohíbe a sus dirigentes participar de programas televisivos, por temor a que pierdan la línea que él les baja. En definitiva, Podemos se inscribe en una lista de tentativas de llegar al estrellato por vía mediática -algo que también ocurre con muchas derechas chovinistas europeas.

El papel de los medios masivos y de las redes sociales en la irrupción de Podemos ha sido destacado por propios y ajenos. Un analista político recuerda que, en una conferencia que dictó Iglesias ante las juventudes comunistas, en 2013, señaló que “no importan los contenidos, aún siendo positivos como en la dictadura del proletariado, si no se venden” (El País, 10/10). La utilización de esta expresión que el “neoliberalismo” ha convertido en popular “no importan los contenidos… si no se venden” no es sinónimo de desarrollo de una conciencia de clase o socialista, sino del predominio de la publicidad sobre el programa.

Aún más llamativo es el pasaje de la apología de la “acción directa” al electoralismo: la calle sirve de escenario para proyectarla a las redes sociales y a los estudios de televisión -de ningún modo para oponer la acción de los explotados al Estado. Para todo esto hay que pagar, sin embargo, un “peaje”, porque la difusión en los medios alternativos está bajo la propiedad y tutela firme de las mayores corporaciones capitalistas. No sorprende, por eso, que Podemos esté tropezando tempranamente con contradicciones políticas que, en definitiva, son insalvables.

La cancha y los pingos

Para sorpresa de muchos, aunque no de todos, la agrupación de Iglesias ha resuelto no presentarse en las próximas elecciones municipales. El diario El País lo interpreta, sin ser desmentido, como “temor al descontrol organizativo y para no quemar la marca Podemos” (ídem, 22/9). La decisión, no por casualidad, parece haber “provocado decepción entre las bases de la formación” (ídem), aunque responde a una lógica implacable. Un borrador de principios políticos atribuye el éxito de Podemos al “factor sorpresa ante la ciudadanía”, que ahora requiere “una estrategia bien pergeñada”. Podemos advierte que perdería la ventaja, en votos, que le ofreció la “sorpresa”.

Hay, sin embargo, algo más importante todavía. La dirección de Podemos está convencida de que las listas municipales son propicias para el ingreso de un número elevado de candidatos -a diferencia de los pocos al Parlamento europeo. Ha advertido -como en el ejemplo citado del italiano Grillo- que esto daría cabida a toda clase de tendencias y de simples arribistas, los que operan fuera del control del círculo dirigente. En estas condiciones, la hazaña mediática es impotente. Ante el primer desafío, luego de su ascenso electoral, Podemos se convierte en un cero electoral.

No por eso, sin embargo, Podemos ha optado por el abstencionismo en el turno municipal: un instructivo convoca a los afiliados a promover candidaturas de “unidad ciudadana y popular”. Llama a insertar candidatos de Podemos en otros agrupamientos, particularmente en aquellos movimientos locales que también surgieron al calor de los “indignados”. Como ejemplo de estas alianzas, Iglesias menciona al grupo Ganemos, que tiene presencia en ciudades como Andalucía, Sevilla o Málaga. Ganemos se encuentra, a su vez, en avanzadas tratativas con Izquierda Unida (IU). En Andalucía, IU participa del gobierno junto al PSOE. Esto no sería obstáculo para una lista de IU con Ganemos, que podría ser apoyada por Iglesias. La omisión de las municipales, con el argumento de no perder espacios y reputación electoral, desemboca en un entrelazamiento con los ‘partidos de Estado’, a los que el mismo Iglesias ha definido como una “casta política”.

El pez por la boca

En relación a la cuestión catalana, Iglesias, relata La Vanguardia (5/6), “está en contra de la independencia de Cataluña, pero reivindica el derecho de catalanes y vascos a decidir su futuro en una consulta” -exactamente la posición de la gran burguesía de Cataluña. Un analista define a esta posición como “un perfecto ejercicio de marketing político, con el propósito de pescar a dos aguas” y así “evitar cuidadosamente todo problema de fondo” (El País, 10/10). Otro observador destaca “el perfil bajo pero tolerante de Podemos en la cuestión catalana y en el referéndum”, y lo caracteriza como un “producto apto” (sic) para un sector del electorado frío en materia de independencia. Podemos no pretende desarrollar un ala radical en el movimiento soberanista, sino capturar votos en los dos polos de la pugna catalana sobre la base de la ambigüedad política. Aunque se supone republicano, Podemos no intenta aprovechar el independentismo catalán para dar un golpe decisivo a la monarquía española. La independencia real de Cataluña y el País Vasco, y la conquista de la República exigen un programa y un método, así como movilizaciones revolucionarias.

En un reportaje posterior a la elección de mayo, Iglesias afirmó que “este (sic) euro no sirve”, pero recalcó que “nosotros no pretendemos una vuelta al pasado, a la peseta. Planteamos que es inaceptable una moneda única que no esté controlada por instituciones democráticas” (El País, 23/5). La “indignación” de Podemos (o de Iglesias) con el capitalismo es harto limitada; peseta o euro, ¿y una planificación socialista? Iglesias plantea “un default y una reestructuración de deuda”, algo que está en la carpeta de varios institutos oficiales, como alternativa a la deflación implacable que asola a la Unión Europea. Abreva en el kirchnerismo, que ha duplicado la deuda pública en una década y lleva a la quiebra al sistema jubilatorio y monetario.

Sea como fuere, este “programa” ha sido elucubrado por una minoría académica para que sirva de plafón a un esquema publicitario cuyo costo económico desconocemos, pero que ha desembocado en la propuesta de meter candidatos designados en otras listas para las municipales para evitar el aluvión en las propias. Asistimos a una disolución “temporal”.