Como ya se preveía por sectores de la prensa y de la sociedad civil, el 17 de junio de 2013 es ahora una fecha histórica en el Brasil post-redemocratización. Como no se veía desde el impeachment del (ahora senador) Fernando Collor de Mello, entre 250 y 300 miles de personas marcharon en todo el país.
Aunque la principal motivación era contra el aumento de las tarifas de transporte, muchos manifestantes fueron a las calles con palabras de orden contra la corrupción, los gastos para la Copa FIFA 2014, el problema de la educación y la incapacidad política de administrar los problemas urbanos. Juntos, se veían la clase media –en especial los jóvenes–, anarquistas, miembros de partidos políticos de izquierda, familias y hasta actores famosos de la TV. Una mezcla inimaginable pocas semanas atrás para un país que era conocido como un pueblo “feliz que no protesta”.
En Río de Janeiro tuvimos la mayor cantidad de personas en la calle: según las estimaciones más pesimistas, 90.000 personas. Pero fue allí también que ocurrieron algunas de las situaciones de violencia más extremas. Una minoría de 300 a 500 personas invadieron el Parlamento del Estado de Río de Janeiro (ALERJ), dispararon cócteles molotov y destruyeron muebles y equipos de la institución legislativa del segundo estado más importante en el PIB brasileño. Dentro de la ALERJ, 70 policías quedaron sitiados. El saldo de heridos fue de 20 agentes de la policía, más ocho manifestantes que fueron heridos con arma de fuego.
La acción de esta minoría necesita servir de ejemplo para una reflexión importante: ¿cómo la población brasileña puede usar este momento histórico para proponer una agenda positiva, que supere una visión conflictiva y busque una mejora del país? Una joven anónima entrevistada por la prensa que estaba en las manifestaciones del Río de manera pacífica, nos da un camino: “yo creo que no es así que la gente va conseguir lo que queremos. Las personas precisan luchar mucho, pero en una lucha pacífica, no es destruyendo la ciudad que vivimos”.
Pero hay más que las palabras de la joven para “conseguir lo que queremos”: hay que tener más claridad de lo que se quiere. Ésta es una dificultad en los movimientos masivos del siglo XXI, que tienen fuerte capacidad de movilización, pero dificultades inmensas de unirse en un objetivo común. Eso fue el caso de Londres, de Egipto y ahora es en Brasil. Aunque dentro de las masas sea difícil una claridad de lo que se quiere, tener claro los objetivos ayudará a evitar dos caminos que los manifestantes brasileños ya dijeron que no quieren: una lucha sin victorias sociales o una victoria capitalizada por un partido político.
Para eso, más Gandhi y menos caos ayudan a hacer del junio de 2013 una historia de verdad, y no utopía más. Que predomine la mayoría pacífica que ha marchado en San Pablo, Salvador, también en Río y en tantas otras ciudades. Después de la superación de una cultura de pasividad, viene la hora de la acción pacífica de parte de todos para lograr un Brasil un poco más humano, justo y que pueda superar los desafíos tan inmensos que por su gran tamaño son ocasionados.