El tema de la “corrupción” en la reventa de entradas a un espectáculo deportivo podría parecer de menor importancia en relación con los muchos y graves problemas que enfrentamos. Sin embargo, no es así. En efecto, analizar este caso ayuda a comprender una gama mucho más amplia de fenómenos ligados directa o indirectamente a la corrupción que se observa en el país.
Primero los hechos. El precio de las entradas a los partidos del Mundial dependían del partido en cuestión: para la “Categoría 1”, aproximadamente US$ 175 en los partidos de grupo, aumentando hasta llegar a US$ 990 en la final. En todos los partidos un cierto número de entradas no salen a la venta, sino que son “de cortesía”. Para la final, aproximadamente el 15 por ciento de la capacidad del estadio correspondía a esta categoría. Durante la Copa las entradas fueron vendidas de acuerdo a un detallado reglamento. El objetivo (no logrado) era evitar que revendedores lucren “especulando” con diferenciales entre el precio de compra y el de posible venta.
El precio de US$ 990 que valía (para la final) la entrada “Categoría 1” aumentó más de 7 veces (hasta casi los US$ 7.500) entre el momento inicial de puesta a la venta y el día del partido. Ninguna inversión rinde un retorno de 600 % en pocos meses. Cuando una de este tipo aparece, son muchos los tentados a aprovecharla, por más reglamentos que existan.
Precios “oficiales” marcadamente inferiores a los que equilibran oferta y demanda crean exceso de demanda, que en definitiva se elimina a través de mecanismos de racionamiento alternativo: amiguismo, el mercado negro u otros.
Sea cual fuere el origen de las entradas puestas en reventa, el problema es el mismo: en la medida que el mercado impersonal se reemplaza por otros mecanismos aparecen rentas que algunos intentan capturar. Si las entradas se vendieran a precios donde oferta iguala demanda (por ejemplo a través de una subasta), lo anterior no ocurriría.
Algunos dirán que esto permite que sólo “los que tienen” pueden ver los partidos. Es cierto. La venta a través de un mecanismo de subasta generaría que muchos que quisieran ver el partido a US$ 990 no puedan hacerlo, al tener que pagar un precio más alto. Pero nada impide que el país anfitrión le cobre a la FIFA una regalía por los ingresos extra generados por los ahora más altos precios de entradas. Y con esta regalía, por ejemplo, podría construir un hospital de niños de alta complejidad. ¿Qué es más importante? ¿Vender las entradas a precio menor al de equilibrio, con la reventa resultante, o permitir que Joao o María reciban atención médica de primer nivel?
Sin embargo, lo que ocurrió con las entradas del Mundial resulta insignificante en comparación con la oportunidad de captura de rentas (léase corrupción) en el comercio internacional argentino. Las importaciones totales del país oscilan en los 60-70 mil millones de dólares anuales. Una parte importante de éstas se hallan sujetas a permisos otorgados en forma discrecional por parte de funcionarios. Otra fracción la componen importaciones gestionadas en forma directa por el Estado (por ejemplo energía).
En el caso del Mundial, la “corrupción” existe por el hecho de que los precios de las entradas son mantenidos en forma artificialmente baja, dando lugar a rentas resultantes de reventa. En el caso de las importaciones, las trabas también resultan en oportunidades de arbitraje: lo que están dispuestos a pagar los importadores por un repuesto o materia prima excede en mucho el precio de este recurso en el mercado internacional. La diferencia es la “renta” que el funcionario que otorga permisos puede llegar a capturar para sí mismo. Hay mucha renta a repartir cuando las importaciones totales son más de 60 mil millones de dólares anuales. Así, lo del Mundial 2014 pasa a ser cambio chico.