Hacia fines de julio del año 2013 comenzaban las negociaciones de paz entre Israel y Palestina, de la mano de John Kerry, secretario de Estado norteamericano, con el fin y la esperanza de que ambos llegaran a un acuerdo y así poner fin a años de enfrentamientos y odios entre dos pueblos que comparten, reclaman y hasta habitan un mismo territorio. La buena relación y diálogo de Kerry, tanto con el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, como con el líder palestino de Al Fatah, Mahmud Abbas, que gobierna Cisjordania desde Ramallah, daba que pensar que esta vez un acuerdo sería factible. Se fijó un plazo de nueve meses para negociar con la esperanza de llegar a la solución de los dos Estados.
Kerry lo tomó como un desafío personal. Se embarcó en esta tarea titánica soñando con ser el artífice de semejante hazaña. Fueron muchos los viajes y tiempo invertido por parte del Secretario de Estado norteamericano, visitando a ambos líderes, tanto en Ramallah como en Jerusalem. Tenía la férrea voluntad de lograrlo, pero dados los últimos acontecimientos, pareciera ser que todo va a quedar una vez más en la nada.
Desde un comienzo faltó la suficiente voluntad tanto de un lado como del otro para acordar. Ambas partes sostuvieron posiciones rígidas cuando en una negociación siempre hay que ceder algo. Muchas veces hay que perder para empezar a ganar. Hubo un punto clave irreconciliable. Israel puso como condición inamovible el ser reconocido no sólo como Estado de Israel sino como un Estado judío. Los palestinos, por su parte, se negaron rotundamente a reconocerlo como Estado judío aduciendo que esto conllevaría en el futuro problemas y discriminaciones con todo aquel que habite territorio israelí pero que no profese la religión judía. Saeb Erekat, el negociador palestino, dejó muy en claro en una charla a la cual asistí, en agosto del año pasado en Jerusalem, que no se define a un Estado por su religión y que reconocer a Israel como Estado judío sería lo mismo que pretender reconocer a Palestina como un Estado musulmán.
Algunas semanas atrás, como represalia a la falta de cumplimiento por parte de Israel de liberar a presos palestinos en la fecha pactada, Mahmoud Abbas decidió ingresar a 15 convenciones internacionales, rompiendo también con su palabra dada, ya que estaba imposibilitado de hacerlo durante los 9 meses que durarían las negociaciones. Lo triste de estas decisiones es que pierden todos.
El pueblo palestino está dividido y es quien se encuentra en inferioridad de condiciones tanto económicas como militares con respecto a Israel. Están sumidos en la pobreza, por lo que llegar a un acuerdo los beneficiaría y mucho. Podrían concentrar todos sus esfuerzos en empezar a salir adelante económicamente y proveer de una mejor educación a su pueblo, incluso ayudados por Israel. Por su parte, Israel también se vería beneficiado con un acuerdo ya que neutralizaría a un enemigo histórico que, aún debilitado, molesta. De esta manera podría concentrarse de lleno en Irán y la amenaza que esta nación representa de seguir adelante con sus planes de convertirse en una potencia nuclear.
El acuerdo de unidad nacional cerrado el martes al anochecer entre Al Fatah, la Autoridad Palestina a cargo de Cisjordania y Hamas, grupo terrorista palestino que gobierna desde el año 2006 la Franja de Gaza, de constituir un sólo gobierno en un término de cinco semanas, debe ser visto como un paso positivo por Israel y el mundo. Cualquier acuerdo de paz logrado con una Palestina dividida caería en saco roto. Es una oportunidad para reanudar y extender las negociaciones con una Palestina unificada. Hamas se encuentra en una posición debilitada como consecuencia de la caída de la Hermandad musulmana en Egipto, su gran aliado. Según lo anunciado por la Autoridad Palestina el gobierno de unión estará integrado por tecnócratas, será liderado por Abbas y no habrá miembros de Hamas entre sus ministros. Negociar con una Palestina unida y fuerte puede resultar más beneficioso y duradero. Habrá que ver si este intento de unificación se efectiviza o termina quedando en la nada como aquella fallida tentativa del año 2011.
Esperemos que Israel, quien ha decidido suspender las negociaciones y sancionar a la Autoridad Palestina como consecuencia de esta unión, reflexione y se abra a nuevas opciones que pueden terminar resultando beneficiosas para todos. Si España pudo terminar con las actividades de terrorismo de la ETA integrándolas políticamente, y lo mismo sucedió con el IRA en Irlanda del Norte, ¿por qué no apostar a lo mismo con Hamas? Aunque el resultado no esté garantizado, bien vale la pena intentarlo.