En el año 2003 los Estados Unidos, bajo la administración Bush decide invadir Irak y derrocar a su dictador Saddam Hussein, con la excusa de que el país poseía armas de destrucción masiva, las que finalmente nunca fueron halladas. Luego de años de lucha e intervención norteamericana, sin un plan posterior para encaminar en la democracia a un país que poco conocía de ella, todo aquel esfuerzo resultó en vano. Se logró poco y se perdió mucho. La opinión pública norteamericana, al igual que como sucediera en la guerra de Vietnam, desalentada por los pocos resultados obtenidos y los muchos soldados muertos en tierras lejanas, que no hacen a los intereses norteamericanos, presionó para que el Presidente Obama finalmente retirara las tropas de Irak a finales de 2011. Casi tres años más tarde Irak se encuentra en una situación de caos total, con una sociedad presa del odio y las divisiones y un gobierno corrupto y tiránico que se dedicó a perseguir, torturar y encarcelar, sin ningún aval de la justicia, a toda minoría que no fuera chiíta, haciendo especial foco en los sunitas. El Ejército Islámico (EI), una de las facciones yihadistas más sanguinarias, avanza sobre su territorio queriendo formar un Califato Islámico, decapitando y aniquilando mujeres, niños y ancianos que no profesen su fe.