“¡La bala que asesinó a Juan Pablo nos sigue matando todos los días!” (Graciela, tía de Juan Pablo Fadus, asesinado en 2012 en el barrio Bella Vista). Rosario, cara visible de una doblegada Santa Fe, día a día entierra hijos. Algunos son víctimas ocasionales de una ruleta rusa de la que no participan. Este juego no pregunta, ¡al que le toca, le toca! La voluntad de la víctima no cuenta. Otros son victimarios que caen enredados en su propio credo: “A todo o nada”. Nada dicen tener que perder quienes empuñan un arma, dado que la vida anticipadamente les pagó con nada. Otros son víctimas de la indefensión y de la estigmatización que, aunque silenciada, pisa fuerte en cierta geografía rosarina. La drogadicción es actora principal de esta realidad.
La droga y el negocio de lo ilícito son fenómenos que nacen de la sociedad. Y si nadie lo impide, llegan a la política. Para gozar de buena salud necesitan la complicidad o la vista gorda de la sociedad. Necesitan de la política, de la Justicia para “arreglar” situaciones para poder avanzar, y de una fuerza policial alineada al servicio de ese negocio.
Rosario, aquella capital de los cereales del siglo XIX, está situada estratégicamente en la geografía argentina. Alguna vez se escuchó decir a uno de sus gobernadores: “Allí está la mano de Dios”. De los 300 km a la redonda con eje en Rosario se obtiene el 40% de la producción agrícola-ganadera del país, por eso el Hinterland de Rosario tiene 29 puertos, de los cuales sale al mundo el 80% del total de las exportaciones. Luego de la crisis del 2001, con la recuperación de su puerto y el boom sojero, Rosario comenzó a vivir momentos impactantes de desarrollo comercial, industrial, inmobiliario. En paralelo y sutilmente, “el diablo metió la cola” y el narcotráfico se fue asentando, ganando espacio en la geografía ciudadana. Continuar leyendo