La muerte en tiempos del kirchnerismo

Ariel Velásquez tenía 21 años y vivía en  Jujuy, hijo de una familia humilde como tantas otras en la provincia. Ariel decidió participar en política como militante de la UCR porque no se conformaba con su realidad y tenía claro que tenía que hacer algo para cambiarla.

Ariel fue asesinado de un balazo por la espalda cuando regresaba a su casa luego de militar en los barrios, en un confuso hecho que aun no está esclarecido. Su muerte se da en el medio de una provincia que sufre el autoritarismo y la violencia constante de la Tupac Amaru, organización que lidera Milagro Sala y es amparada política y económicamente por la Presidente de la Nación.

Ariel es una víctima del estado actual de las cosas: un joven humilde que osó participar en política y la respuesta fue que le arrebataron su vida.

¿Qué​ nos está​ pasando? ¿Cómo es posible que las frases que se repitan con resignación sean “Nadie va preso en este País”, “No se va a saber que​ pasó con Nisman”, “Nunca va a haber justicia”?

¿Cuál es el mensaje? E​l mensaje es que la vida no tiene valor sino precio? 

El mensaje es que si sos pobre, y tenés sueños, que si te involucrás y enfrentás al poder, ​¿​pod​é​s perder la vida?, ¿Vamos a decirle entonces a las nuevas generaciones que la política mata?

Hanna Arendt hablaba de “la banalización del mal” y aquí toma cada vez más sentido. Si seguimos banalizando y naturalizando los crímenes, vamos a llegar a un punto de no retorno. 

Podemos enumerar miles de víctimas de este sistema de Gobierno que banaliza los crímenes, de este sistema que de repente pareciera que no es responsable de la seguridad del pueblo, y el pueblo, somos todos. El pueblo somos los muertos de AMIA, los muertos por el desastre ferroviario de Once y Castelar, los muertos por los saqueos, el pueblo también es Nisman, los muertos y damnificados por las inundaciones, las víctimas del paco y el narcotráfico en general, todos silenciados desde el poder y podemos seguir enumerando una lista de desidia dolor sin fin.

Si no podes dar las condolencias, si no sentís el dolor del otro, si no sentís el hambre del otro, si no sentís cuando el otro pierde todo, entonces estas inhabilitado moral y emocionalmente para dedicarte a la política. 

¿Cómo es posible que frente al homicidio de un joven, se utilice el poder del Estado para intentar ensuciarlo post mortem? ¿Cuándo dejó de ser el estado el responsable de haberle garantizado la vida? ¿Cuándo dejó de ser el responsable de protegerlo?

Cristina Fernández de Kirchner parece no entender que es la presidente de todos los Argentinos, y también fue la presidente de Ariel, y lo es de su mamá y su familia y amigos. Ariel merece respeto; su familia, justicia y verdad. Es espeluznante que la vida de un ser humano se resuma a su filiación política. 

Los argentinos queremos escuchar por cadena nacional que la vida vale, no que somos una ficha de filiación a un partido o de una organización violenta paraestatal.  

Cristina Fernández de Kirchner pone en riesgo la vida y la paz de muchos jóvenes como Ariel al dar su apoyo a Milagro Sala, quien tiene 30 procesos judiciales y está a punto de ser llamada a juicio oral. Milagro Sala goza de una impunidad alarmante. La violencia de esta mujer puede verla cualquiera en los registros de video en las redes sociales, y aun así la Presidente y Daniel Scioli la apoyan y dan poder. 

Entré en política cuando el entonces funcionario santacruceño Daniel Varizat atropelló a 20 docentes en pleno centro de la “Capital K” mientras se celebraba un acto con Néstor Kirchner en el Boxing Club de Rio Gallegos atestado de militantes traídos en docenas de colectivos. Nunca existieron palabras de apoyo a las víctimas del atropello. Varizat quedó libre, hoy tiene carnet de conducir y la respuesta fue premiar a los jueces que le dieron libertad a Varizat ascendiéndolos. Las víctimas de ese hecho hoy sufren las secuelas no solo físicas, sino psicológicas y morales.

Si perdemos la capacidad de indignación, si naturalizamos el crimen, estamos condenados a la barbarie.

Si no nos duele el otro, no somos merecedores de conducir ningún Estado, ni representar al ciudadano.

El NUNCA MÁS es para todos