A principios de este año, el equipo económico, vía devaluación, buscó “devolver” a la economía la competitividad perdida como consecuencia del aumento sostenido del nivel de precios, al menos de manera parcial. No obstante, el problema del salto cambiario en el mercado oficial es que este inmediatamente se trasladó al no oficial: mientras el tipo de cambio oficial pasó entre enero y febrero de $6,52 a $7,88, el blue se movió de $ 9,63 a $ 11,25 durante el mismo período.
Frente a este escenario, el Banco Central optó por subir las tasas de interés con la estrategia de secar la plaza de pesos y desalentar la demanda de dólares. Así la tasa de interés subió 6 puntos durante febrero y marzo, y permitió frenar la suba del dólar paralelo, el cual llegó a ubicarse por debajo del “dólar tarjeta”.
De manera paralela, el índice de precios oficial comenzó a reflejar una fuerte suba del nivel de precios y si bien esto no era ninguna novedad, si lo era el nuevo índice presentado por el INDEC. En los años previos la variación mensual de precios publicada por el organismo oficial estaba en torno al 0,8 % – 0,9%, y en enero el INDEC reconocía una inflación mensual del 3,6%, en febrero del 3,4% y del 2,6 % para marzo.
Con la suba de la inflación y la imposibilidad del tipo de cambio oficial de ajustar automáticamente en pos de mantener los niveles de competitividad, cuatro meses después de la devaluación la economía se encuentra en el punto de partida, con el agravante del freno del nivel de actividad.
Sin lugar a dudas, el gobierno deberá modificar el rumbo de la política económica. Los crecientes niveles de inflación indican que ya se acabó el tiempo: es necesario realizar modificaciones que frenen la suba del nivel de precios, y la clave está en la política fiscal, ya que mientras el gasto siga creciendo por encima de los ingresos, el banco central deberá seguir “imprimiendo” para cubrir el gasto excedente. Por otro lado, otro desafío es implementar medidas económicas que le devuelvan la competitividad a la economía, pero esto no podrá llevarse a cabo hasta que no se implemente un programa antiinflacionario integral.
Entonces, ¿qué hacer? Una de las opciones, que parece ser la estrategia de los últimos días, es que el Banco Central mantenga un ritmo de micro-devaluaciones que permitan ganarle a la inflación, y en consecuencia, se traduzcan en una mejora de competitividad. El problema es que este proceso de devaluaciones trae aparejados mayores aumentos de precios – si la oferta no acompaña al incremento en la demanda-, dando lugar a un nuevo atraso cambiario y una nueva necesidad de ajuste cambiario, proceso bien conocido para la economía argentina.
Otra opción del equipo económico es mantener el tipo de cambio oficial estable, tal como se vino realizando hasta la semana pasada. No obstante, este proceso ha generado malos resultados en la economía, ya que no sólo no funciona como ancla a la inflación, sino que en un contexto como el actual genera pérdida de reservas, debido a la imprevisibilidad del manejo cambiario.
La incertidumbre generada en el “no saber” hacia dónde se dirige la política cambiaria, sumado al (desmentido) enfrentamiento entre Kicillof y Fabrega, presiona sobre las expectativas de devaluación. Esto disparó en los últimos días el tipo de cambio paralelo por encima de los $12, y de no intermediar la autoridad monetaria se estima que se volverá a ubicar en el rango de los $13.
En este escenario, la pregunta que se hacen los economistas, el sistema financiero y los actores económicos en general es: ¿hacia dónde “caminamos”? Sin dudas, un interrogante con numerosas respuestas, muchas de ellas contrapuestas.
(nota escrita en colaboración con Eliana Scialabba)