Entre 1958 y 1962, la experiencia del gobierno desarrollista de Arturo Frondizi puso en práctica transformaciones de envergadura histórica en nuestro país que no fueron valoradas entonces y recién fueron reconsideradas décadas más tarde. Junto al presidente Frondizi actuó entonces una figura singular: Rogelio Frigerio, de quien se cumplieron en estos días cien años de su nacimiento.
Frondizi y Frigerio, ambos brillantes, polémicos, inquietos y a menudo incomprendidos por sus contemporáneos, llevaron adelante una política de avanzada en casi todos los planos. En materia política, al llegar a la conclusión de que el peronismo era un hecho irreversible en la historia argentina y que las conquistas alcanzadas por el movimiento obrero tenían un carácter trascendente a la obra de un gobierno, impulsaron la integración con esa fuerza popular, mucho antes que el recordado abrazo Perón-Balbín que tardaría muchos años más en llegar. Balbín comprendió en 1972 lo que Frondizi había entendido casi veinte años antes.
Frondizi-Frigerio realizarían la más extraordinaria política de desarrollo de infraestructura: en menos de tres años la Argentina conseguiría alcanzar el autoabastecimiento energético, a través de una política de atracción de inversiones extranjeras indispensables. Ya hacia el final de su gobierno, el propio general Juan Domingo Perón había advertido la necesidad de convocar al capital norteamericano para explorar y explotar el petróleo en el país. Desgraciadamente, el contrato con la California de Petróleo (Standard Oil) fue dejado de lado apenas derrocado el gobierno peronista por parte del régimen surgido de la Revolución Libertadora. Del mismo modo, en una decisión a todas luces errada, el gobierno del Presidente Arturo Illia anularía los contratos petroleros en noviembre de 1963.
Frondizi y Frigerio, además, convocaron a los mejores hombres para integrar el gobierno. Al hacerlo, no miraron sus pertenencias partidarias sino su capacidad y solvencia para cada una de las funciones que desempeñarían, cumpliendo el mandato constitucional que exige a la “idoneidad” como requisito de acceso a la función pública.
Entre 1958 y 1962, Frondizi desplegó intensamente lo que más tarde se dio en llamar “diplomacia presidencial”. Antes de asumir, como mandatario electo, realizó una intensa gira por la casi totalidad de los países latinoamericanos. En enero de 1959, se convertiría en el primer presidente argentino en viajar a Washington: se entrevistó allí con el general Dwigt Eisenhower. Más tarde realizaría otras dos visitas a EEUU (en septiembre y diciembre de 1961) cuando se reuniría con el presidente John F. Kennedy. En 1960 durante una gira por las principales capitales europeas, sorprendería al propio general Charles de Gaulle, quien le recomendaría a Konrad Adenauer “no dejar de hablar con este presidente latinoamericano que acabo de conocer y me ha impactado con su talento”. La modernidad del pensamiento y la acción de Frondizi lo llevaría (¡en 1961!) hasta la India, Tailandia y Japón.
La revolución cubana de 1959 estallaría en medio del gobierno de Frondizi. Llamada a envenenar para siempre la política hemisférica, la Cuba de Castro complicaría al presidente argentino. En agosto de 1961, al recibir al Che Guevara -entonces ministro cubano- Frondizi cometería una peligrosa imprudencia que pondría en riesgo las siempre hiper-delicadas relaciones que su gobierno mantuvo con las Fuerzas Armadas. Enfrentaría la incomprensión de quienes vieron en ellos a “cripto-comunistas” sin advertir que era el de Frondizi el gobierno más pronorteamericano de la historia argentina.
En marzo de 1962, la administración frondicista habilitaría la candidatura de la fórmula peronista Framini-Anglada para competir por la gobernación de Buenos Aires. El binomio justicialista se impondría en las cruciales elecciones del 18 de marzo y esta realidad resultaría intolerable para la reacia mentalidad de la cúpula militar de entonces. La suerte del gobierno estaba echada: diez días más tarde Frondizi sería derrocadao, en medio, una vez más, de una indiferencia general de la sociedad.
Frondizi y Frigerio, quizás, estaban adelantados a su tiempo. Oscar Camilión siempre relata una anécdota que le sucedió el mismo día en que Frondizi juró como presidente, el 1 de mayo de 1958. Al terminar de escuchar el discurso con que el nuevo mandatario se dirigió a la Asamblea Legislativa, Camilión le preguntó a un amigo qué le había parecido. “Creo que es el discurso del primer ministro sueco en 1980″, le contestó.
Esta evocación, lejos de constituir un mero recuerdo de carácter histórico, permite reflexionar una vez más sobre las necesidades pendientes de nuestra Argentina. Frondizi y Frigerio denominaron “Movimiento de Integración y Desarrollo” al partido con el que buscaron impulsar sus ideas una vez de vuelta en el llano, a mediados de los sesenta. Dos consignas que siguen siendo, en la actualidad, metas fundamentales de nuestro tiempo.