Hace unas semanas se publicó un sugestivo artículo escrito por un incipiente “gurú” de las finanzas personales donde hacía un “mea culpa” sobre el estado actual de la profesión económica. En dicha nota, nuestro alquimista financiero anuncia la implosión de lo que él denomina el “paradigma neoliberal” (¿cuándo no?). Como botón de muestra nos ofrece el caso de Argentina y al crack financiero del 2008 que amenazó con llevar a la economía mundial a una crisis similar a la de la década del treinta.
El artículo me resultó un tanto curioso, ya que al igual que el autor de la nota, he estudiado en la misma facultad, en la misma época, y hasta hemos tenido a los mismos profesores, compartiendo incluso varias materias.
Habiendo dicho esto debo confesar que jamás en mi vida he conocido a un “neoliberal”. Tal es así que no he encontrado dicha categoría en ningún tratado de filosofía política, con la excepción de algún panfleto incendiario de bajo vuelo o de la boca de algún excéntrico líder tercermundista que pretendía encontrar en el “neoliberalismo” el chivo expiatorio para justificar los propios fracasos nacionales.
Pero tengo la sensación que nuestro “gurú” está confundiendo el supuesto “paradigma neoliberal” con el paradigma “neoclásico”. ¿Qué es esto último? Pues nada más que una síntesis entre las principales ideas formuladas por los economistas clásicos (Smith, Ricardo, Malthus, Marshall) y la tradición dominante que impera en la economía desde la década del 50 de fuerte raigambre keynesiana e intervencionista, y entre cuyos máximos exponentes podríamos incluir a economistas contemporáneos como Samuelson, Krugman y Stiglitz. Así, sobre aquella tradición clásica se fue gestando otra nueva, conocida como la síntesis neoclásica que es la que ha predomina actualmente en la academia, y la que estaría sujeta a discusión.
Los reproches que se la hacen a esta corriente del pensamiento están asociados en mayor medida con aspectos metodológicos y los supuestos bajo los cuales se ha construido la mayoría del andamiaje neoclásico. La obsesión por la modelización matemática y la necesidad de contar con modelos simplificados de la realidad han requerido la adopción de premisas muy irreales. Desde la forma esquematizada bajo la cual individuos y empresas toman decisiones (maximizaciones sujetas a restricciones), la disponibilidad y uniformidad de información, la función del empresario, la visión simplificada de la rivalidad y la competencia en el mercado, la dimensión temporal, hasta la obsesión por los equilibrios. Esta particular forma de ver y analizar la economía también se extendió al mundo de las finanzas y a la forma en la cual se valúan muchos de los más sofisticados activos financieros. Incluso muchas de las estrategias de trading y los modelos predictivos en finanzas se basan en la misma metodología neoclásica, manteniendo incluso muchos de sus supuestos irreales.
¿Qué tiene que ver esta discusión teórica con la realidad? En que muchos actores del mercado, incluidos los propios responsables de diseñar la política económica, utilizan estos modelos para tomar decisiones. Un ejemplo. El hecho de haber asumido a rajatabla todos los supuestos implícitos en estos modelos de decisión llevó a muchos fondos de inversión y bancos a subestimar de manera sistemática ciertos riesgos del mercado. Este hecho sumado a la mala estimación de la correlación y la interdependencia de determinadas variables financieras llevaron a importantes quebrantos y constituyen uno de los factores que originaron y agravaron al crack financiero del 2008 originado en el tramo sub-prime del mercado hipotecario americano. ¿Esto significa que hay que tirar todas estas teorías por la borda? No necesariamente, pero es evidente que es necesario revisar la conveniencia de seguir asumiendo como válidos ciertos supuestos que no se verifican en la realidad. Pero eso es harina de otro costal.
¿Y qué tiene que ver todo esto con el liberalismo? Pues poco y mucho. En primer lugar, el “liberalismo” no es una doctrina económica sino una filosofía abarcativa que se funda en la moral y la ética, y que a partir de un conjunto de axiomas definidos de manera apriorística sostiene determinados corolarios económicos. Pero yendo al tema que nos ocupa, podríamos decir que el liberalismo, grosso modo, tiene una visión sobre la acción humana de cuya observación se desprende un entendimiento sobre la vida económica. Si bien la diferencia puede ser sutil, existe un abismo metodológico e interpretativo con respecto a la visión “neoclásica” cuya razón de ser se encuentra, como acabamos de ver, en modelos de equilibrio basados en supuestos mayormente irreales. Pero una particular escuela de pensamiento poco tiene que ver con una filosofía política y ética como es el liberalismo.
¿Dónde está la conexión de todo esto? En que, a pesar de las deficiencias metodológicas mencionadas, la escuela neoclásica nos indica que para maximizar el bienestar general se deben respetar muchos de los postulados que propone el liberalismo en su faceta económica, a saber, precios libres, y un contexto de libre empresa, para que los empresarios y los emprendedores puedan coordinar el proceso de producción.
Pero ¿la situación de “crisis” en el paradigma neoclásico se puede extrapolar a una filosofía más amplia como el liberalismo que va mucho más allá de un mero paradigma económico? Pues claro que no. No hay tal cosa como “crisis del liberalismo”, y la discusión no pasa por aquí. Es más, si contemplamos la muestra que nos ofrecen los primeros treinta países más prósperos del mundo uno observa que dichas sociedades se encuentran organizadas en torno a una democracia republicana y liberal, con división de poderes, completa independencia de la justicia con respecto al poder político y respeto irrestricto de la propiedad privada. En el plano económico son sociedades donde impera el libre mercado, los precios libres, y la libertad de empresa, y donde como consecuencia de lo anterior ha florecido una densa red de empresarios y emprendedores que crean riqueza, innovan y demandan empleo, amén de que pagan impuestos que engrosan el presupuesto público.
La discusión que se está dando en la academia y en el mundo desarrollado no tiene nada que ver con desmontar las bases de la economía de mercado y la democracia liberal, sino que tiene que ver en cómo mejorar los incentivos y la coordinación económica, como hacer más transparentes a los mercados para evitar la subestimación del riesgo, y cómo tener una mejor regulación prudencial para evitar el sobreendeudamiento (apalancamiento), entre otras cosas.
Más allá de esto el capitalismo liberal está “vivito y coleando” por más que les pese a los populistas y a ciertos “gurues”.