Más sobre la visión económica y social del Papa Francisco

En nuestra última nota comentábamos cómo la encíclica Rerum Novarum sirvió de base para delinear lo que hoy se conoce como Doctrina Social de la Iglesia, y también mencionamos cómo hacia fines de los años 50 se produjeron ciertos cambios en el mundo que modificaron la visión de la Iglesia sobre la economía y la sociedad. Dichos cambios coincidían con el apogeo de las tesis colectivistas, y en momentos donde la idea del “estado de bienestar” ganaba cada vez más adeptos dentro de la intelectualidad occidental, apoyada en gran medida por la popularidad de las ideas keynesianas.

La encíclica Populorum Progessio (PP) tomaba nota de esto marcando un alejamiento con respecto al espíritu de la Rerum Novarum. A partir de la PP adquiere fuerza una prédica que relativizaba los derechos de propiedad, y que los condicionaba según fueran las  necesidades del “bien común”, y también se observaba una escalada en las críticas hacia el sistema y la moral capitalista.

A partir de esos años se produce un acercamiento de muchos sectores del cristianismo hacia las posturas marxistas y las tesis socialistas más radicales. En Latinoamérica, dicho acercamiento quedó de manifiesto en la llamada Teología de la Liberación.

¿Por qué mencionamos estos antecedentes? Porque son estos últimos los que moldearon gran parte del pensamiento de los obispos y sacerdotes del tercer mundo. Por lo expuesto, nos interesa conocer hasta qué punto el Papa Francisco se vio alcanzado por estas tesis, si adhiere a estas últimas, y si a lo largo de los años, ha ido desarrollando o aggiornando una nueva postura, sobre todo en esta nueva era de mayor complejidad y de cambios tan dramáticos en la estructura social y económica mundial.

En primer lugar, podemos afirmar que en Francisco efectivamente existe una “línea latinoamericanista” a tal punto que el nuevo Papa formaba parte del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM). ¿Qué nos dice esto? Pues basta ver algunas de las posturas manifestadas por la propia CELAM a lo largo de los últimos años.

El primer ejemplo lo vemos cuando en 1998 la CELAM a través del monseñor Oscar Andrés Rodríguez declaró la necesidad de condonar las deudas que el Tercer Mundo mantenía con los principales centros financieros mundiales poniendo en duda la legalidad de los contratos bajo los cuales se había contraído dicha deuda. Era obvio que esta exhortación se hacía cuando había llegado el momento de pagar las cuentas y también obviaba el hecho de que el capital que había que devolver no pertenecía a los bancos sino a ahorristas de todo el mundo que oportunamente habían canalizado sus ahorros a través de dichas instituciones financieras.

En segundo lugar, hay en muchos de los documentos de la CELAM una clara influencia de la Teoría de la Dependencia, la cual sostenía que existía una desigual distribución del poder económico mundial y unos injustos términos de intercambio que condenaba a las economías latinoamericanas a conformar una periferia dependiente del poder económico mundial concentrado en unos pocos países centrales. Tesis desmentidas por muchos de los países de la periferia, como los dragones del sudeste asiático (Singapur, Corea del Sur, Hong Kong, entre otros), que en pocas décadas comenzaron a dejar atrás el subdesarrollo y la miseria.

Tampoco la CELAM se quedó atrás en su crítica hacia la globalización y la economía de mercado como atestiguan varios pasajes de los documentos surgidos de la reunión celebrada en Puebla, México en 1979. Al parecer el nivel de subdesarrollo de nuestras sociedades no se debía a la falta de capital y a la poca productividad de nuestras economías, sino al hecho de que “…grupos minoritarios nacionales asociados con intereses foráneos se han aprovechado de las oportunidades que abren estas viejas formas de libre mercado, para medrar en su provecho y a expensas de los intereses de los sectores populares…”.

Si vamos a las declaraciones más recientes de Francisco, podemos rescatar las dirigidas a la propia CELAM en la Jornada Mundial de la Juventud celebrada recientemente en Brasil. Si bien dicho discurso estuvo más enfocado en remarcar los cambios que son necesarios realizar dentro de la propia Iglesia, tanto a nivel de la actividad pastoral como de las propias estructuras internas, también hubo pasajes donde condenó explícitamente el “reduccionismo” de las ideologías “desde el liberalismo de mercado hasta la categorización marxista”. No es la primera vez que esto ocurre, el hecho de igualar estas dos formas de ver el mundo, aun cuando las hayan producido resultados tan dispares en los países en los cuales se los ha aplicado. Las economías planificadas y dirigidas bajo férreos totalitarismos de partido único han colapsado y han desaparecido tras la caída del muro de Berlín. No obstante, en la actualidad las sociedades más prosperas del planeta son aquellas organizadas en torno a una democracia liberal y en donde impera una economía de mercado. Esta observación es la que llevó al Papa Juan Pablo II a adoptar una postura más positiva sobre el libre mercado tal cual lo atestigua la encíclica Centesimus Annus promulgada en 1991.

Concluimos entonces que el Papa Francisco si bien no ha mostrado una mirada demasiado alentadora sobre el liberalismo entendido en su concepción más amplia y abarcativa, que incluye una fuerte visión sobre la moral y la ética, tampoco debemos engañarnos pensando que forma parte de los obispos tercermundistas más radicalizados que adhirieron en su momento a la anacrónica Teología de la Liberación. Las ideas económicas y sociales que pareceríamos encontrar en Francisco se enmarcan en una “tradición latinoamericanista” mucho más moderada. La de la “opción preferencial por los pobres”, la del alivio contra la pobreza a través de acciones de base en las propias comunidades, aceptando también el rol del Estado y el uso del presupuesto público para mitigar las carencias sociales, pero esto último sin caer en un paternalismo estatal verticalista que podría fomentar prácticas clientelares y populistas que tanto conocemos en la Argentina y en el resto de la región.

La corporación de la cultura

Se dice que la política es la segunda profesión más antigua del mundo, y que se parece bastante a la primera. El desprestigio de los políticos es evidente. Esta sensación no es inherente a nuestros atribulados países de Latinoamérica, pero es un rasgo particularmente notorio en estos países y en el sentir de nuestra vida política. Razones no faltan. Desde la propia incapacidad para gobernar en pos del supuesto “bien común” (máxima repetida hasta el hartazgo por la casi totalidad de los políticos en campaña), en la notoria pauperización en la calidad de vida de las mayorías, hasta en los visibles escándalos de corrupción donde el denominador común son siempre funcionarios que se enriquecen raudamente en su paso por la función pública.

En la Argentina tradicionalmente la forma más visible y escandalosa que han utilizado los funcionarios públicos para enriquecerse ha sido a través del presupuesto público y la infinidad de variantes para succionar recursos del erario público, ya sea, a través de sobreprecios, adjudicaciones de obras o servicios a empresas amigas -a cambio de un soborno, claro está-, licitaciones directas a empresas vinculadas a los propios funcionarios, y al uso de la estructura estatal para obtener ventajas en operaciones fraudulentas (i.e. compra de tierras fiscales a precio vil para su posterior reventa  a precio de mercado), entre otras poca ingeniosas pero certeras maniobras.

Desafortunadamente, también hemos vuelto a incorporar viejas estructuras que en el pasado han sido enormes caldos de cultivo para la corrupción como las elefantiásticas empresas del Estado, verdaderos monumentos a la ineficiencia y la corrupción, y verdaderas máquinas de devorar recursos públicos. Lo podemos ver hoy en día con el lamentable ejemplo de Aerolíneas Argentinas (AA) gestionada por una cúpula gerencial cuyo único mérito es rendir pleitesía al poder político de turno y de formar parte de la misma agrupación política creada por el hijo de la presidenta. Hoy AA acumula pérdidas por más de 3500 millones de dólares (el equivalente a tres American Airlines) que son sufragados por los ciudadanos que producen y pagan impuestos. Y el panorama tampoco luce alentador ya que ahora AA ni siquiera está en condiciones de pagar impuestos en tiempo y forma.

Pero hay más, además de esta corrupción ya tradicional, visible, y tan común a nuestro país, también se han extendido otras formas más sutiles, menos visibles, pero no así menos costosas o menos inmorales (respecto de cuán costosa será cuestión de hacer los números, pero no me caben dudas de que es más inmoral). Lo que hemos visto con las contrataciones para los últimos festejos patrios y populares, o con los subsidios a la corporación de la cultura es una lamentable práctica que se ha venido aceptando en nuestro país y que consiste en utilizar los recursos públicos para comprar conciencias, a través de la imagen del político en esta especie de rol de albacea y filántropo desinteresado que fomenta alegremente a trovadores populares con la plata del erario público pensando en que no hay un ápice de corrupción ya que no se queda con nada. Claro que no se queda con nada. Lo que nadie parece darse cuenta es que lo que no se queda el político en realidad se lo está entregando a otro. Pero eso tiene otro nombre. Se llama compra de voluntades, compra de conciencias. Tráfico de favores. O acaso no hay coincidencia en que casi inequívocamente los autodenominados artistas populares que reciben dichas prebendas (dinero del pueblo para hablar más precisamente) son curiosamente todos sin excepción “oficialistas”? Extraña coincidencia.

Esta postal no difiere demasiado de la del lobbysta industrial que pide al gobernante restringir o limitar la competencia poniendo como excusa alguna ínfula nacionalista perjudicando así al resto de los trabajadores que ahora deben pagar más caro a un industrial nacional más ineficiente. Pero hay algo moralmente superior en el lobbysta en el caso que nos ocupa. Este último al menos no oculta su intención. Su intención es ganar plata. Como es más ineficiente, debe hacer lobby frente a los gobernantes. Y ya sabemos que los lobbystas al encolumnarse todos tras un interés común frente al resto de la sociedad que se encuentra atomizada y pobremente representada pueden finalmente imponer sus intereses frente a un gobernante que muchas veces cede frente a la presión del lobby.

Por eso, sepan ustedes, los “artistas con consciencia social”, que son un lobby como cualquier otro, que obtienen los dineros del pueblo porque son un grupo con mayor poder de influencia, y que esos dineros que reciben para financiar su “arte” no provienen del bolsillo dadivoso de su presidenta sino del sudor de todo el pueblo argentino (1/3 del cual todavía sigue bajo línea de pobreza) incluso de aquellos que a ustedes les dan asco.