La educación y la máquina de hacer chorizos

No suelo ver Fútbol para Todos sino TyC Sports. Las mías no son razones ideológicas: el des-secuestro del fútbol televisado no llega a la B Metro y los partidos de Atlanta se ven por el cable o la web de Sentimiento Bohemio. Pero durante el Mundial estoy viendo las trasmisiones de la TV Pública, que me han parecido buenas. Y sus publicidades de entretiempo, que me han parecido bastante malas. Pero son opiniones personales que no deberían importarle a nadie -y, casi son certeza, no le importan nadie.

Dentro de esas tandas, hay un comercial impactante para mí: el del Banco Nación y el “choribombo”. Resumo: para mostrar su línea de crédito a PyMEs emprendedoras, la publicidad muestra a un par de empresarios que consiguen un crédito del Nación para producir… ¡la máquina de hacer choripanes! El producto fabricado es el anhelado choripán y el tester nada sofisticado es un tipo como yo: un típico gordito come-asados que después de un mordiscón aprueba el resultado. Al final del aviso, se ve a la camionetita argenta cruzando el puente y exportando 1 (una) máquina choripanera al Brasil.

Ya sé que el comercial es una suerte de sátira que pretende mostrar la cercanía del banco a los emprendedores en un clima mundialista. Ya sé que no me tengo que tomar en serio una publicidad. Ya sé que los bancos son maléficos y que los medios mienten. Pero resulta emblemático, como se dice ahora, que la promoción de la creatividad tecnológica sea la versión moderna de la famosa máquina de hacer chorizos. No hay innovación, no hay valor tecnológico agregado, no hay diseño –obviamente, el chori es como cualquier otro chori- y no hay escala: sólo el envío de una máquina al Brasil que, esperemos, no haya ido a parar a Rio Grande do Sul donde, lamento informar, desde siempre se hacen muy ricos choripanes.

Este comercial podría haber apuntado, con el mismo humor, la misma pasión futbolera, el mismo remanido nacionalismo mundialista y hasta con el mismo gordito, a proponer otro aviso con otra historia: con innovación, con alta tecnología, con diseño propio, con ingenieros formados en nuestras escuelas y universidades, con organizaciones en red globalizadas que busquen mercados para el trabajo y la inteligencia argentina, con emprendedores reflexivos, comprometidos con su negocio pero también con el desarrollo local. Nada de eso acontece y millones de personas asisten a la pobreza conceptual de un horizonte tecnológico que, en el aviso del entretiempo, duda entre la salsa criolla y el chimichurri.

La pregunta es: ¿este aviso refleja verdaderamente el atraso argentino o es, apenas, otro producto publicitario poco feliz? ¿O ambas cosas? Dudando en si se podía extrapolar al aviso y generalizarlo como ejemplo de toda la política tecnológica y educativa post 2003, encontré una respuesta posible en un discurso presidencial.

En el acto de lanzamiento de ProCreAuto, la Sra. Presidente reconoció que las autopartes que fabrica argentina son de bajo nivel tecnológico y de poco valor agregado. Lo planteó explícitamente como “autocrítica”. Después de once años en el gobierno, su máxima autoridad reconoce que, en la industria más dinámica de la Argentina, el país es poco más que un armadero que le agrega a la fabricación de autos escaso valor y poca inteligencia nacional.

También dijo que lo que producimos son “autopartes baratas”(sic) mientras que las partes que tienen alto grado de tecnología vienen de afuera, y que este esquema habría que modificarlo para producir las autopartes más valorizadas, obligando a las grandes compañías automotrices a invertir en investigación y desarrollo argentino.

Cien por ciento de acuerdo. Ojalá la Presidente, o quien la suceda en el 2015, pueda cambiar el cuadro lamentable de retraso tecnológico en la industria autopartista y en la actitud general hacia la innovación, que debería ser bastante menos choripanera. Y ojalá, en ese momento, la educación y la tecnología estén a la altura de las necesidades productivas. Tengo muy serias dudas de que la Argentina cuente con una clase dirigente capaz de conducir semejante salto. Pero quién sabe…

Lamentablemente, todavía no se ve el final de la crisis educacional y tecnológica argentina que aparece en las autopartes baratas y en los mensajes publicitarios que desestimulan la formación rigurosa y la creación en serio.
Mientras tanto, nos vemos a nosotros mismos, en los entretiempos de los partidos del Mundial, mostrándonos que nuestro gran ejemplo tecnológico innovador es una máquina de hacer chorizos.