El profesor Roberto Baradel dijo una gran verdad. Durante el paro docente en la Provincia de Buenos Aires, el Secretario General del SUTEBA afirmó que si los docentes no pararan nadie estaría hablando de educación en la Argentina.
Tiene razón. En la Argentina solo se habla de educación mientras paran los docentes, cuando se toman escuelas y poco más: con los resultados de las pruebas internacionales PISA o cuando un padre o una madre agrede físicamente al educador de su hijo. Esto es ya visible: un par de semanas de “normalidad” escolar (de escuelas bonaerenses sin paros) y el debate público se olvidó de la importancia de la calidad educativa, el financiamiento a las escuelas o el Estatuto del Docente. Ya fue todo.
Digámoslo de una vez: en la Argentina la educación es un tema menor, absolutamente menor. Es cierto que todos los candidatos, en campaña, mencionan su importancia “para el futuro del país” y la mencionan como “la función indelegable del Estado”. Siempre después de “salud”. “Salud y educación” y “seguridad” son el combo preferido del marketing de la nada. Un libreto que, aún siendo genuino en algunos, no logra anclar ni en la población ni en la clase dirigente.
Mientras tanto, el quebranto educacional sucede sin conmover más que a unos pocos que nos preocupamos y que, a esta altura, nos preguntamos si no estaremos ladrándole a la Luna. Una Luna que cada tanto se vuelve roja y concita más atención mediática, pero que al rato vuelve a ser la de siempre, la que a nadie le importa.
Un ejemplo entre decenas del desinterés argentino por la educación. Desde 2003 las escuelas primarias públicas perdieron más de 210 mil alumnos (-9%) mientras que las primarias privadas crecieron un 20%. Esto, que en cualquier lugar del mundo conformaría un escándalo de enormes proporciones con acusaciones, pedidos de renuncia y señalamientos a la estrategia fallida, en la Argentina es un dato más que sólo nos incumbe a un puñado de educadores. Todo pasa. Y como los sectores medios y altos mandamos a nuestros hijos a escuelas privadas (cosa que crecientemente también sucede entre sectores empobrecidos) creemos que, individualmente, hemos solucionado el problema. Y de eso no se habla.
Paros docentes hay una vez por año. Pruebas PISA cada tres años y tomas de escuela son esporádicas y acotadas a la CABA. No hablamos de educación salvo en esas ocasiones en las que se levanta el telón por un ratito, coartadas perfectas para decir sin decir. Un “acting” destinado a la enorme duplicación de la decadencia educacional
Para saber un poco más de esta apatía, medimos la aparición de las palabras “educación” y “paro docente” y para darle contexto a la indolencia educacional agregamos “Wanda Nara” como control. Usamos Google Trends para Internet Argentina, desde el 1ro. de enero de 2013 al 13 de abril de 2014.
Los datos son elocuentes: en el gráfico de abajo se ve (la línea azul) que la tendencia “educación” es bajita y pareja y nuca sube tanto como la de “paro docente” (la línea roja) que tiene picos muy importantes.
Y mirando la línea amarilla (la de Wanda) concluimos que hablamos de educación menos que de Wanda Nara y que, además, ella tiene picos de debate mediático que educación ni siquiera sueña en sus momentos más conflictivos. El promedio –las tres barras de la izquierda- favorece claramente a Wanda. Y ni el máximo de educación ni de paro docente se acerca al máximo de Wanda. Felicitaciones.
Se dirá que “Wanda Nara” y “educación” son incomparables, que todas las sociedades tiene sus escapes, y cientos de etcéteras tal vez ciertos. Pero mientras “Wanda Nara” es capaz de armar un escenario mediático pretencioso, interesante para mucha gente y globalizado, “educación” argentina languidece en la falta de proyecto, sobrevive en la aceptación mayoritaria de su decadencia, perdura en la reproducción indefinida de su deterioro.
Una apatía, un desdén, una desidia de la que nos lamentaremos por décadas.