En relación a la columna de opinión publicada por el senador Nito Artaza en este mismo medio, quisiéramos desmitificar de cara a la opinión pública algunos prejuicios manifestados que aseguran realidades que sólo existen en la ficción. Sabemos de la preocupación del señor legislador por las cuestiones ambientales, cosa que compartimos, sin embargo creemos creemos conveniente aclarar algunas cuestiones.
Prohibir la minería a cielo abierto implicaría dejar sin empleo a miles de compatriotas que viven de esta actividad. Hoy alrededor del 90% de los metales que consumimos los seres humanos provienen de la minería a cielo abierto. La elección del método de extracción, a cielo abierto o subterráneo, no depende de la voluntad del ingeniero. Son las leyes y la forma de yacer (geomorfología) de los minerales lo que determina una u otra forma de extracción. Si son vetas que se introducen hacia el interior de la corteza y la cantidad de mineral valioso (ley) paga las labores a desarrollar, será mina subterránea. Si es un cuerpo masivo multiforme de baja ley, más o menos cercano a la superficie, será mina a cielo abierto. El procedimiento de extracción puede ser incluso mixto, combinando ambos métodos, cielo abierto en el comienzo, subterráneo en profundidad.
Los recaudos ambientales, la seguridad de los trabajadores y las condiciones generales son más eficientes y seguros en la minería a cielo abierto. En Argentina como en Australia, Canadá, Nueva Zelanda, Sudáfrica, Suecia y México se lleva adelante las labores con los mismos estándares medioambientales y tecnologías en la operación. En Estados Unidos hay 166 minas a cielo abierto y en Canadá 32. Una de las más grandes del mundo a cielo abierto, Bingham Canyon en EEUU, fue mecanizada en 1906. En la actualidad es visitada por miles de turistas que encuentran en la mina de Utah un atractivo sin igual. La minería a cielo abierto se relaciona armoniosamente con el medioambiente. De ningún modo es cierto que este método, que consiste en el aprovechamiento de minerales valiosos de antiguas raíces de un volcán, contribuya a la desertificación. El impacto de la actividad es mitigado, atenuado o recompuesto y circunscripto al área de operación. No tienen ninguna implicancia negativa en áreas circundantes, es más, las demandas y el desarrollo de infraestructuras (energía, comunicaciones, transportes) de una mina potencian a la agricultura, ganadería y el turismo local, como ocurre en todo el mundo y hoy en Argentina también.
En cuanto al uso del agua, no es cierto que la minería sea una actividad que consuma grandes cantidades de recursos hídricos. Por el contrario, en comparación con otras actividades como la agricultura, el uso es mínimo. La mina más grande de oro de la Argentina, Veladero, consume lo que 110 hectáreas de parral en la provincia de San Juan, el 0,5% de las disponibilidades hídricas del río Jáchal. Y la más grande del país, el Bajo de la Alumbrera en Catamarca, luego de 14 años en operación, puede constatarse el aumento de las hectáreas cultivadas en Andalgalá, Santa María o Belén. Distintas organizaciones especializadas nos ilustran sobre el bajo consumo de agua en minería frente a otras actividades con las que no compite ni desplaza.
Porque coincidimos con el senador Artaza en que cuidar el medio ambiente es uno de los imperativos de nuestra época, es que la minería hoy trabaja respetando la ley; de forma transparente, segura y sustentable; buscando Justicia Social para familias y aportando al desarrollo del país.