El periodismo condescendiente, complaciente, obsecuente, se pregunta sorprendido y en voz alta, muy alta, para ser escuchado, exculpado y en la medida de los posible: bien pagado
¿Por qué son cada vez más repetidos los incidentes violentos en las cada vez más frecuentes manifestaciones de estudiantes, personal de la salud, mineros, barrenderos, bomberos, españoles en general? Y entonces aseguran asintiendo y batiendo brazos en el aire, mirando de reojo a aristócratas, ministros y banqueros:
¡Es que la violencia anti sistema de la ultra está liderando las manifestaciones de descontento!
Lo mismo que en Venezuela pero al revés. O sea, al revés que en Venezuela, pero lo mismo.
¿De verdad no tienen idea de por qué se ha tensado la cuerda de la convivencia social?
¿De verdad creen que todas esas amas de casa quieren estar desahuciadas en la calle bajo un puente, mientras el marido regresa de una gira con algo de comer y unos cuantos vinos de tetra brick entre pecho y espalda para soportar la catarata de abusos de la que súbitamente se conviertieron en acreedores?
¿De verdad creen que los médicos y enfermeras quieren estar en la calle protestando y siendo golpeados por las fuerzas de choque de la policía hasta que se deban curar los unos a los otros?
¿Creen que los mineros leoneses y asturianos quieren perder sus ojos con pelotazos de goma de las fuerzas represivas para defender su fuente de trabajo?
¿Creen que los estudiantes, todos ellos desean emigrar del país porque no hay nada para ellos, y aquellos bichos raros que no se van y salen a defender sus derechos son aprendices de terroristas, o peor aún, de la Gestapo como llegó a llamarles precisamente un político del gobierno nada crítico del franquismo y análogos?
¿Creen que cientos de miles de desahuciados querrán enloquecer, alcoholizarse, divorciarse, suicidarse de a poco o de un tiro, o de un sogazo en el cogote, para que los banqueros que ganan más de un millón de euros por mes, puedan cobrar sus indemnizaciones por incumplir sus deberes, para no responder por la estafa y la dejación en sus obligaciones?
¿No apreciaron estos periodistas que toda la masa social española en realidad merecería una medalla a la paciencia, al saber estar, al poner la otra mejilla, durante estos dos años de represión in crescendo de los antidisturbios, de destrucción de los puestos de trabajo, de la conversión gradual de la condición de ciudadano europeo del primer mundo, a deshecho de un mundo aún sin numerar?
Mis padres estudiaron periodismo ambos y ninguno de los dos ejerce. De manera completamente fortuita y curiosa yo les tomo de a ratos el bastón de relevo y dejo salir algunas criticas, unas crónicas de payador, unos análisis nunca demasiado pulidos, de manera tal de no tener tiempo de lidiar con el miedo, ni en exceso irreflexivos y temperamentales cosa de no tener que arrepentirme ipso facto de las bravuconearías aún tibias en la palangana.
Cualquier recurso al escribir, menos faltar a la verdad. Para eso ya contamos con el lenguaje hablado, centinela de los secretos del alma junto a otros ardides como las miradas y los ademanes.
Amigos periodistas: ustedes pueden respetarse mucho más que eso, pueden recuperar aquella ilusión temprana, primigenia, de disipar dudas y contar sospechas, de levantar manteles y dispersar las migas. Eviten que un día sea necesario un juramento hipocrático atendiendo a un código deontológico que mantenga cercada tanto la falta a la verdad, como el ceñirse en exclusiva a la veracidad del “asunto”, que nunca fue necesaria en una de las carreras más bellas y trepidantes a la vez que arriesgada e ingrata, en la cual era usual que quienes la ejercían supiesen que difícilmente consiguirían enriquecer, pero que con toda seguridad terminarían familiarizandose con no pocas incomodidades.