Aunque sea evidente que los llamados gobiernos de izquierdas latinoamericanos actuales, a la luz de un somero y elemental estudio con instrumental marxista no pasarían de ser en el mejor de los casos simple y llanamente populismos clásicos en sociedades capitalistas de mercado, y aún admitiendo que albergan algo de cierto ideario desestructurado de izquierdas, si bien jamás revolucionario en el sentido marxista, leninista, trotskista, guevarista, anarquista ni nada que se hubiere destacado en la lucha por cambiar las relaciones de producción, el tremendo problema actual al que se enfrentan es lo que Lenin ya analizaba como el peligro del aburguesamiento y el deterioro producto del ejercicio del poder.
Si encima se parte de una base escasamente modélica en ética revolucionaria, en ejemplaridad que pueda ejercer de “tracción paralela” para reclamar a toda los sectores de la población con cierta esperanza de éxito una actitud austera y solidaria para con el proceso, que como por ejemplo practicaba con rigor un claro referente de la izquierda mundial del siglo XX como el Che, poniéndose al frente cada fin de semana en los trabajos voluntarios, en la lucha, en el sacrificio que requería, en el desdén de los bienes materiales, con la segura salvedad hecha del presidente de Uruguay, Mujica, entonces tendremos que la proximidad de ese peligro que anunciaba Lenin, no sólo es más que probable sino que desde el inicio resulta inminente.