Tarde o temprano el “relato” edulcorado cede ante la cruda realidad. Fue así que durante varios años el INDEC insistió en publicar índices oficiales según los cuales la inflación anual en la Argentina nunca superaba un dígito, pero apenas iniciado el 2014 el Gobierno Nacional nos informa que en tan sólo los dos primeros meses el costo de vida superó el 7%, que los precios mayoristas treparon por encima del 10% y que el costo de la construcción arañó similar incremento.
Esos mismos funcionarios que elevaron a la categoría de convicciones ideológicas y filosóficas sus promesas de no devaluar, de jamás enfriar la economía, de nunca reducir los niveles del consumo y la “política de desendeudamiento” ahora, ante una situación compleja signada entre otros problemas por la aceleración de la inflación, el crecimiento del déficit y la pérdida de reservas, no imaginan otras soluciones que aplicarle un fuerte ajuste al valor del dólar, implementar verdaderos tarifazos a los servicios públicos, subir las tasas de interés, salir a buscar plata afuera y tratar de que los salarios aumenten bastante menos que los precios.
Todas estas medidas, calcadas del manual de la ortodoxia económica, entre otros males habrán de afectar, indefectiblemente, el poder adquisitivo de los trabajadores y los ingresos de la clase media. Podemos verlo con los acuerdos salariales ya firmados bajo la indisimulada presión del gobierno, y seguramente lo veremos con la mayoría de las paritarias que habrán de cerrarse en las próximas semanas, dado que en todos los casos los aumentos salariales pactados quedan por debajo del índice inflacionario real del 35% anual.
Probablemente, como casi siempre ha sucedido, peor aún les vaya a los trabajadores no registrados (que son casi un tercio del total nacional de asalariados y carecen de representación gremial) y a los que trabajan por cuenta propia, los autónomos y los pequeños comerciantes.
A partir de enero de este año, para muchísimos argentinos lamentablemente el sueño de la moto, del primer autito, del lote propio, de la casita o del monoambiente se volvió mucho más difícil de alcanzar. Para todos ellos, como decía mi abuela, ya no hay cuento que valga.
Es por eso que la enorme mayoría de los argentinos avizora el fin del ciclo de quienes han venido gobernando nuestro país los últimos 11 años y saben que poco pueden esperar del actual gobierno. Para todos ellos el gran desafío de estos tiempos en lugar de ”ir por más” es simplemente “no perder”, y por eso, en la calle, la consigna que parece instalarse cada vez con más fuerza y realismo es la de aguantar y minimizar los daños.