Quema esa foto

La foto que la presidente Cristina Fernández y su candidato bonaerense, Martín Insaurralde, le “robaron” al Papa Francisco en Río de Janeiro ha generado una ola de indignación. Desafortunadamente, será una incógnita si “la foto” le sumó o le restó votos al candidato del oficialismo. La indignación por colgarse de la sotana del Papa es mayor aún que la que provocan las violaciones a la veda electoral que hizo la propia Presidenta con el eufemismo de “acompañar” inauguraciones. Ambas cuestiones ponen en evidencia una clara desproporción de recursos de todo tipo que coloca a la oposición en un terreno de desigualdad jamás visto, pero que como todo en el kirchnerismo, ya había sido utilizado.

Cristina Fernández está demostrando una vez más que en campaña no reconoce límite alguno, ni éticos, ni morales y mucho menos, legales. Antes de partir a Río de Janeiro con Insaurralde a cuestas, recordó una vez más el cáncer del que se recuperó su candidato y con toda la intimidad que pueden dar los 140 caracteres permitidos en la red social Twitter reveló que el intendente de Lomas de Zamora le había pedido llevar también a uno de sus hijos.

“No dejen que la esperanza se apague”, es la frase que se lee en la foto de Cristina Fernández e Insaurralde junto al Papa; convenientemente difundida por la agencia de Pepe Albistur, ex secretario de medios de Néstor Kirchner.

La foto deja en claro varias cosas. La candidata es Cristina Fernández, porque es ella la que se juega la madre de todas las batallas: la de la continuidad. Sin querer ser despreciativo, Martín Insaurralde no es más que un actor de reparto; que llegó a ese lugar como consecuencia de la inundación de La Plata que borró la candidatura de Alicia Kirchner y el choque de trenes en Castelar que lo dejó en la gatera al ministro Florencio Randazzo. Es claro que el riesgo de que la esperanza se apague lo corre ella, asimilando el concepto de esperanza a la continuidad del modelo y éste último a patria, tal como figura en el manual del relato oficial.

Es difícil saber si el Papa fue burlado en su buena fe al permitir la entrada de un candidato en un ámbito sólo reservado a jefes de estado o, si por el contrario, lo permitió desnudando una modesta y burda estrategia electoral que se basa en conseguir fotos para conseguir votos. La respuesta es un secreto bien guardado en los interiores del Vaticano. Sin embargo, es difícil pensar en la ingenuidad papal; especialmente tratándose de Cristina Fernández a quien Francisco conoce muy bien.

El Papa no quería ser usado en la campaña electoral y por esa razón fue que rompió una de las tradiciones de los Papas de viajar a su países de origen luego de ser electos. Es claro que el deseo papal no iba a interponerse en el deseo presidencial y Cristina Fernández partió a Brasil con su candidato a buscar “la foto”. El detalle es que la Presidente iba allí en su carácter de jefa de Estado, no en su rol de primera candidata a diputada por la Provincia de Buenos Aires y eso es grave. La foto desmiente a la locutora que en las cadenas oficiales anuncia que habla al país la Presidenta de los cuarenta millones de argentinos. Es evidente que Cristina Fernández eligió liderar solo a los votantes del Frente para la Victoria.

La foto muestra además dos personajes antagónicos que hablan distintos idiomas. Mientras el Papa une para reinar, Cristina Fernández divide para gobernar. Uno derrocha alegría y esperanza en cada discurso, la otra habla con el seño fruncido y siempre está enojada aun cuando se defina como una “presidenta exitosa”. Por cierto, la lista de diferencias podría continuar porque no tienen puntos en común, salvo su condición de argentinos.

Frente a la indignación que causó el uso electoral del Papa Francisco, se dejó trascender que el polémico afiche no había sido ideado por la Presidente. Una explicación no demasiado creíble sabiendo la forma egocéntrica que tiene de gobernar. Es un explicación que no convence a nadie porque conseguir “la foto” es la única razón que justifica el viaje de Insaurralde. En todo caso, si la Presidente no ideó la jugada, es claro que la permitió y al fin de cuentas termina siendo lo mismo.

La foto también tiene otro significado más profundo y tiene que ver con cierto desprecio por el pueblo, porque quien haya concebido ese afiche cree que a los argentinos se los puede arrear mansamente al redil del oficialismo con una simple imagen. Se utilizó el genuino sentimiento de alegría por la elección de un Papa argentino que se conecta con el pueblo, católico o no, con fines electoralistas y eso es lamentable. Sin lugar dudas, es una acción de campaña que termina por menospreciar a los argentinos, creyendo que sólo pueden consumir imágenes sin contenido alguno, porque la foto de la Presidente y Martín Insaurralde con el Papa es vacía e hipócrita.

Cristina Fernández sabe que la madre de todas las batallas se libra en la Provincia de Buenos Aires, y lo que suceda en otros distritos como Santa Fe, Córdoba, Mendoza, la Ciudad de Buenos Aires y hasta la propia Santa Cruz serán considerados -en todo caso- daños menores. El proceso electoral que atraviesa el país y que cerrará su primera etapa el próximo domingo, no es una elección común de medio término como sucede en otros lugares del mundo. Se juega la continuidad del modelo y la cuota de poder que ostentará la Presidente en los dos últimos años de mandato. Sin embargo, en los laboratorios del poder los ensayos para alumbrar una Cristina eterna siguen adelante porque ese es el objetivo de máxima. Por eso los movimientos que haga el gobierno serán muy importantes en el lapso que va desde las elecciones hasta la nueva conformación del Congreso.

Sergio Massa sigue liderando las encuestas, pero su ventaja frente a Martín Insaurralde se ha reducido. Su diferencia está entre los tres hasta los casi ocho puntos, dependiendo de la encuesta que se tenga a la vista. Dicen que Massa ahora prefiere ganar por un estrecho margen para que la tropa no baje los brazos en las elecciones de octubre. Lo que no se sabe es si esto es verdaderamente así o se trata de una justificación para explicar el acercamiento en la intención de voto del tándem Cristina/Insaurralde. Como sea, todas las encuestas muestran que el probable triunfo de Massa no será por un margen tan holgado como el que ostentaba antes de lanzarse, cuando alcanzaba una diferencia de entre diez y doce puntos. Cristina Fernández, Sergio Massa y Martín Insaurralde saben que las PASO no son más que un precalentamiento electoral, que la verdadera campaña empieza el día después y que el kirchnerismo obligará al tigrense a dejar cierta ambigüedad de la que hasta el momento sacó ventaja.

Es probable que el lunes próximo el gobierno explique el resultado con dos argumentos. El primero, que en número de votos fue el espacio político más votado y las distintas encuestas que circulan no lo desmentirán. El segundo es que en algunos distritos, aunque no haya ganado habrá mejorado su “performance” como puede ser en la Ciudad de Buenos Aires y en Santa Fe. Pero más allá de la argumentación, lo cierto es que empezará a quedar delineado el mapa de cara al lejano -pero cercano en términos políticos- 2015. Más allá de las diferencias en términos de votos, hoy el oficialismo araña un 30% en la Provincia de Buenos Aires y el kirchnerismo teme que la frase “fin de ciclo” se convierta en una realidad.

Fatiga de material

La presidenta Cristina Fernández de Kirchner aparece cada vez más radicalizada en sus discursos, es un síntoma que se acabaron las ideas, hay escasez de victorias políticas y la billetera del poder ya no es lo que era.

El relato épico ya no convence y lo que muestra grandes debilidades es la misma gestión del gobierno. Guillermo Moreno es producto de estos tiempos de estrechez del cristinismo y su protagonismo es directamente proporcional al crispamiento de la Presidente. Moreno es el conductor del quinteto económico, un grupo que registra un balance de mayores derrotas que victorias. Moreno no es sólo Moreno, es el emergente de un gobierno cuyo margen de maniobra se estrecha.

El congelamiento de precios que se derrite, la inflación que se acelera, el CEDIN que no arranca, la derrota de la Reforma Judicial que desencadenó la guerra contra la Corte Suprema de Justicia, los trenes que se han convertido en una pesadilla, los casos de corrupción que se multiplican y pican cada vez más cerca de lo más alto del poder. A esta lista se suma el peligro de la reunificación de la CGT, el pan que se está convirtiendo en un artículo de lujo, YPF que mendiga fondos, las inversiones que no tienen a la Argentina como destino pero también los capitales que buscan otros horizontes, el cepo cambiario y el aumento de la desocupación. Éstos son algunos de los problemas a los que el gobierno se enfrenta pero que en sus discursos la Presidente se empeña en ignorar. Así, el gobierno que iba por todo puede terminar sin nada, pero luchará hasta el final. Martín Insaurralde y Guillermo Moreno son dos exponentes de la fatiga de material que hoy exhibe el cristinismo.

Martín Insaurralde, casi un perfecto desconocido  fuera de los límites de Lomas de Zamora, fue el Plan “C” de Cristina Fernández. La Presidenta se vio obligada  a descartar como candidatos a Alicia Kirchner, que fue arrasada por las inundaciones en La Plata y a Florencio Randazzo que dejó de ser una alternativa electoral luego de la tragedia de Castelar.

El bajo nivel de conocimiento de Insaurralde, aproximadamente del 57% según las primeras encuestas, obliga a la Presidente a convertirse en la verdadera candidata del Frente para la Victoria secundada por Daniel Scioli. Ella deberá cargar con la victoria pero también con la derrota, en unas elecciones que lo que está verdaderamente en juego es la continuidad del modelo que sólo será posible con la continuidad en el poder de Cristina Fernández. Es lo que en definitiva quiere decir la diputada Diana Conti cuando sostiene que “Cristina es imprescindible”.

El rol protagónico del Guillermo Moreno como el funcionario más importante del gobierno encuentra su explicación en el estilo de gobierno de Cristina Fernández. Es un soldado dispuesto a obedecer ciegamente y no llevar malas noticias a su jefa; esas malas noticias que la realidad se empeña en generar. La vigencia de Moreno demuestra un gobierno con serios problemas de management, un sistema que premian a los que obedecen sin importar su grado de eficacia en la resolución de los problemas. Es claro que el Secretario de Comercio no ha resuelto ninguno de los problemas que han pasado por su escritorio, en el mejor de los casos ha conseguido retrasar sus efectos que luego han sobrevenido con mayor potencia.

El gobierno de Cristina Fernández no es un gobierno de los mejores, sino de los más obedientes y Moreno es un claro exponente de este estilo de ejercer el poder. Por eso quienes forman parte de gabinete no son importantes porque su poder de decisión es casi siempre nulo o demasiado estrecho como para imprimir un estilo distinto del que no sea la obediencia ciega. Guillermo Moreno es parte de la fatiga de material de un gobierno conducido con mano de hierro y donde se permite el debate. Sería muy difícil imaginar que alguien de prestigio y con pensamiento propio se uniera a un gobierno que únicamente requiere soldados con fe ciega y vean la realidad como una conspiración.

En este contexto la radicalización de cristinismo es inexorable, independientemente del resultado de las elecciones. Si gana entenderá que el cheque en blanco que resultó el 54% de los votos con que Cristina Fernández se alzó con la reelección se habrá revalidado. Si pierde interpretará que habrá que redoblar la apuesta para garantizar la continuidad del modelo; al igual que lo hizo Néstor Kirchner después de la derrota del 2009 a manos de Francisco De Narvaéz. El escollo en uno y otro caso siempre será la Constitución y la Corte Suprema de Justicia, pero la radicalización de la Presidenta y sus seguidores está garantizada.

Es probable que una señal de esa radicalización que está por venir sea el ascenso del general César Milani como Jefe de Estado Mayor del Ejército. Por primera vez un oficial de inteligencia llega a la más alta jerarquía del arma más importante del país. En un país sin hipótesis de conflicto y con la prohibición de hacer inteligencia fronteras adentro, la inteligencia militar debería ser una especie en extinción. Sin embargo, cuenta con un presupuesto de algo más de $ 300 millones y trabajan en ella más de 700 personas. Es extraño y preocupante y no son pocos los que creen que la inteligencia del ejército pudiera utilizarse con fines internos. Tal vez un nuevo Proyecto X, que en su discurso por el Día de la Independencia la Presidente volvió a desmentir su existencia. La causa tramita en el juzgado de Norberto Oyarbide. El 9 de marzo de este año, Infobae informó que fuentes allegadas a la causa confirmaron la existencia de unos 500 documentos distribuidos en cinco discos obtenidos en un allanamiento al Centro de Reunión de Información de la Gendarmería en Campo de Mayo. A través del Proyecto X se habría espiado durante años a dirigentes sociales y políticos.

La preocupación de muchos dirigentes de la oposición es que ahora sea la inteligencia del Ejército la que se encargue de esos menesteres. Por eso, tuvieron mucha repercusión las palabras del General Milani cuando en el acto de juramento de las nuevas cúpulas militares dijo que quiere un ejército que acompañe el proyecto nacional. Todo esto no es una casualidad y también tiene que ver con un gobierno que exhibe fatiga de material y por lo tanto entiende que necesita endurecerse. No hay adversarios, hay enemigos que acechan.

La declaración de Milani es interesante porque  y también apuntaría a borrar una de las diferencias del modelo nacional y popular con el chavista. Hugo Chávez era militar y desde un primer momento las Fuerzas Armadas fueron su base de sustentación política, siempre fueron parte del modelo. En la Argentina no sucedió lo mismo. Primero fue necesario depurarlas de las secuelas de la dictadura pero diez años después ese trabajo parece estar terminado y Milani podría ser el jefe que las lleve a integrar el modelo.

El analista político Rosendo Fraga cree que ese proceso tuvo su primer paso en las inundaciones de La Plata donde efectivos del Ejército trabajaron codo a codo con los militantes de La Cámpora. Una especie de Operativo Dorrego de estas épocas.

Los próximos meses serán intensos y determinantes. El gobierno muestra, que después de diez años en el poder, padece de una fatiga de material que se demuestra en la falta de candidatos y de funcionarios capacitados para resolver los problemas. El único detalle es que Cristina Fernández de Kirchner cree que esos problemas no existen o que, en el mejor de los casos, son culpa de los conspiradores de siempre.