Es muy común considerar a la revolución del 25 de mayo de 1810 y la independencia del 9 de julio de 1816 por separado, cuando en realidad son parte de un mismo proceso. Son los dos grandes hitos que nuestra historia recuerda y enseña desde la primaria para forjarnos y formarnos como ciudadanos argentinos, amistados con la importancia de nuestra independencia cultural, económica y política, que simplifica el jurista alemán Savigny con la idea de “volksgeist” para referirse al “espíritu del pueblo”, inherente y presente inconscientemente en toda cultura.
El proceso revolucionario e independentista nacional fue una versión latinoamericana de lo que dos y tres décadas atrás había ocurrido en Francia y Estados Unidos de América. Todas ellas fueron realizadas por hombres notables, sobre los que el revisionismo histórico seguramente podrá buscar y remover sobre cuán cierto es o no que verdaderamente lo sean. En ese sentido me gusta mucho una respuesta que dio el célebre escritor Tenessee Williams a la revista Playboy en los ‘70: “If I got rid of my demons, I’d lose my angels” –si me deshago de mis demonios, perdería mis ángeles-. Todos los demonios que quieran endilgarles a los grandes hombres de nuestra revolución e independencia se los voy a conceder, pero nadie podrá discutir sus virtudes.