“No voy a dejar mis convicciones en la puerta de la Casa Rosada” es el estribillo de la canción que más le gusta citar a La Cámpora, recordando la frase con que Néstor presentó su plan de gestión en 2003 frente a la Asamblea legislativa.
Al destino parece que le gustan los juegos, las picardías, incomodar al que cree que es fuerte; o al menos eso parece suceder con la Cámpora. Quizás es la manera en que la vida te equilibra la vehemencia con la que vas para adelante, como un toro. Te hace frenar y pedir disculpas.
Hay tres referentes mediáticos de La Cámpora: Andrés Larroque, Juan Cabandié y el desdibujado José Ottavis.
A Ottavis, eterno rival bonaerense del porteño Larroque, le sucedió poco después de presentar un proyecto para que se modernizaran los turbios procesos de pago de la legislatura bonaerense. Se publicó una foto en que se conversaba y discutía sobre un supuesto pago a legisladores opositores para que se aprobara un proyecto. $150.000 por voto, decía el mensaje de texto. Luego de eso fue denunciado por haber golpeado a su ex mujer. Con esos dos motivos, Larroque logró desplazarlo de la mesa de conducción nacional de La Cámpora y lo encerró en la provincia. Lo cual no le vino nada mal.
Cabandié, competidor porteño de Larroque, tuvo varios momentos que se podrían resumir en dos. El primero en su campaña de 2013, cuando se mostró que unos meses atrás lo detuvieron en un control de tránsito en Lomas de Zamora, distrito del candidato Martín Insaurralde. “Yo me banqué la dictadura”, le dijo a la inspectora que lo detuvo. Meses después se supo que a la joven la echaron y el video recorrió el país.
El segundo momento de Cabandié fue cuando ante una sesión en la legislatura porteña para homenajear el nombramiento de Bergoglio como Papa Francisco I, ordenó a sus legisladores vaciar el recinto. Una semana después, y luego de que Francisco hiciera gestos de que no iba a entorpecer la gobernabilidad, Cabandié dijo que era cristiano y que estaba muy feliz por la designación del Papa.
Y, por último, está Larroque. Larroque es quizás el más vehemente de los tres. Supo decir “Si Scioli es Presidente me prendo fuego en la Plaza de Mayo” o “Aunque lo ordene Cristina, no vamos a apoyar la candidatura de Scioli”. En el medio, Scioli, quien le aplicó el “método Scioli”. No le contestó, esperó, esperó, esperó y se lo sirvió frío en un acto celebrado el día Domingo en el Mercado Central. Ahora Larroque se saca fotos con el gobernador bonaerense.
Estos tres casos no son para refregar que los camporistas son incoherentes, o contradictorios, ni que son malos o demonios. Son para mostrar que cuando la política se estructura en base a posiciones extremas, duras y agresivas, que cuando se señala con el dedo, y que mientras más fuerte se va, tal como en la física, se nos opone una fuerza -directa o indirecta- proporcional que nos devuelve un cachetazo.
Por eso, mucho mejor que llegar con convicciones a la Casa Rosada es llegar con principios y algunas dudas, sabiendo que uno puede querer muchas cosas pero el acontecer de los hechos también condiciona la voluntad de lo que uno quiere, porque gobernar no es hacer lo que uno quiere e imponerlo. Gobernar es hacer lo mejor que se puede con las cartas que tocan.
El mayor pecado que puede cometer un gobernante es no ser un hombre o mujer de su tiempo.