Cambio climático, una explicación simplista a un problema complejo

Las catástrofes ambientales como la que vivimos con la reciente inundación de varias zonas de la Provincia de Buenos Aires se caracterizan por tener múltiples causas por lo que nunca hay un solo culpable ni una solución mágica. Mientras los bonaerenses sufren la desolación que dejan las aguas a su paso hay cuatro temas que entraron en el debate público: 1) El avance de la construcción de barrios sobre humedales cuyo mayor énfasis se dio en este siglo. 2) La construcción de canales clandestinos en tierras privadas que buscan descomprimir la presión que el agua genera en campos cultivados, pero que carecen de todo tipo de autorización oficial y favorecen la inundación de zonas linderas. Existe una ley sancionada por la Legislatura Bonaerense para multar estas construcciones que aún no fue reglamentada y por ende los municipios no pueden aplicarla. 3) Las consecuencias ambientales de un nuevo modelo de desarrollo económico, basado en el crecimiento de los “agronegocios” que comenzó en la década de los noventa y que en nuestro país se sustenta en la máxima explotación posible de un único commoditie de alto valor en el mercado internacional: la soja. 4) El cambio climático.

El mayor problema aquí es que las críticas del ambientalismo son siempre desoídas por considerarlas opositoras a cualquier oficialismo. Luego la clase política queda pasmada ante aludes, inundaciones, plagas e incendios forestales y encuentran en el cambio climático la explicación simplista. Hace más de 30 años que los científicos advierten que el futuro ya llegó y que no hay soluciones mágicas para el cambio climático pero si posibilidad de mitigar sus efectos. Estos cuatro puntos se enmarcan dentro de un modelo que hoy está literalmente bajo el agua: el modelo extractivista. El extractivismo es una forma de organizar la economía, basado en una alta dependencia de la extracción en grandes volúmenes de recursos naturales con muy bajo valor agregado y destinado mayormente para la exportación. El extractivismo consolida modelos monoproductores, destruye la biodiversidad, provoca el acaparamiento de tierras y la reconfiguración negativa de vastos territorios. Con excepción de los partidos de izquierda, ningún otro partido político se aparta de este modelo ni en su gestión ni en sus plataformas electorales.

Se ha hablado hasta el cansancio de falta de obras pero hay también un exceso de obras que son responsables de estas inundaciones: una sucesión de mega-emprendimientos inmobiliarios emplazados sobre humedales con una incidencia clara en los cambios de los patrones de escurrimiento del Río Luján. Los humedales son sistemas intermedios entre ambientes permanentemente inundados y ambientes normalmente secos. Son sistemas ecológicos complejos, que actúan como reguladores del ciclo del agua y los nutrientes, en el control de inundaciones y sequías, en la provisión de agua, como refugio de la vida silvestre y en la regulación del clima.

Los humedales bonaerenses son fundamentales para contener las aguas cuando hay inundaciones evitando que se propaguen a la región de La Plata, del Conurbano Bonaerense y de la Ciudad de Buenos Aires. Funcionan como esponjas que contienen el agua excedente. Si se los reemplaza por una construcción de cemento el agua rebalsa y sobrevienen peligrosas inundaciones en las zonas aledañas y también más allá. Las grandes inundaciones de estos últimos años en la provincia de Buenos Aires no se pueden explicar livianamente aludiendo al cambio climático como si fuese una entelequia y como si no hubiera además responsabilidades políticas y empresariales. La construcción sobre humedales es una de ellas.

El Senado, por unanimidad, ha dado media sanción la Ley de Humedales en noviembre de 2013. El proyecto procura articular el uso racional de los humedales en correspondencia con las necesidades de desarrollo económico y social inclusivos y crea el Inventario Nacional de Humedales, donde se individualizarán todos los humedales de origen natural existentes y la información necesaria para su adecuada conservación, control y monitoreo. Sin embargo, las organizaciones ambientales temen que el proyecto de ley pierda estado parlamentario debido a que aún duerme en la Cámara de Diputados. Tampoco ha sido de ayuda que el nuevo Código Civil en vez de disuadir las construcciones cerca de los cuerpos de agua permite ahora la construcción a 15 metros de las riberas cuando el anterior Código planteaba que se hiciera por lo menos a 35 metros.

Algunos funcionarios en estos días han manifestado que la siembra directa de soja es otra responsable de las inundaciones. El monocultivo de soja en la Argentina se ha instalado con más fuerza que nunca y es apoyado -con tires y aflojes en cuanto a las retenciones a la exportación- por la mayoría de los partidos políticos. Sólo se plantean resistencias al mismo desde organizaciones campesinas e indígenas, junto con unos pocos intelectuales y activistas.

El efecto de la siembra directa sobre la impermeabilización de los suelos es un tema muy discutido por los expertos. La Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa (Aapresid), explica que este método ayuda a evitar escurrimientos de agua e inundaciones. Plantean que este sistema de cobertura mantiene las condiciones de la tierra y hace que el suelo se convierta en una esponja que absorbe y guarda el agua de lluvia. Un estudio reciente de la Facultad de Agronomía de la UBA -en 45 sitios de la Pampa Ondulada- advierte sobre los problemas de compactación que presentan muchos suelos agrícolas manejados con siembra directa en la región pampeana. Los resultados muestran que, si bien podrían esperarse mejoras en la tasa de infiltración en los suelos francos bajo siembra directa, no ocurre lo mismo en los suelos franco-limosos y franco-arcillo-limosos. En las conclusiones del estudio se propone revertir los efectos adversos de la siembra directa con prácticas de manejo que incluyen cultivos de cobertura, uso de descompactadores y control del tránsito de maquinaria.

De todos modos no se puede dejar de considerar que la tala de 4 millones de hectáreas de bosques nativos en los últimos años (un árbol de porte medio consume entre 200 y 300 litro de agua por día), el monocultivo y la falta de rotación han influenciado los regímenes pluviales de regiones altamente urbanizadas que no dejan de ser parte del ecosistema por más cemento que tengan. No hace falta ser un científico avezado para desconfiar de que sólo el azar explique que las grandes inundaciones de los últimos años -como las de Tartagal, Santa Fé o Buenos Aires- se hayan dado justamente en los territorios sojeros. Y también es claro que la siembra directa, por sus características permite ampliar la frontera agropecuaria sobre humedales y zonas no tradicionales para la agricultura. Falta mucha investigación y consenso para poder sacar conclusiones precisas.

El tiempo apremia y la combinación entre el cambio climático y el modelo extractivista es explosiva. Ya no se trata sólo de pérdidas materiales, se  va la vida de muchas personas en esto. Ojalá que el paisaje catastrófico resultante del modelo extractivista, nos impulse a reflexionar y cambiar y que no sea apenas una triste escenografía para los spots de las campañas políticas.

Década perdida para los humedales bonaerenses

El 2 de febrero de 1971 se firmó la Convención sobre los Humedales en la ciudad de Ramsar perteneciente a la República Islámica de Irán. Pronto se cumplirán 44 años desde que, los países que adhirieron a esta Convención, se expidieron acerca de la importancia de los bienes y servicios que nos brindan los humedales, como sistemas ecológicos complejos e interrelacionados, que actúan como reguladores del ciclo del agua y los nutrientes, en el control de inundaciones y sequías, en la provisión de agua, como refugio de la vida silvestre y en la regulación del clima.

Siguiendo la definición que en 1991 establecieron Finlayson y Moser en su libro Wetlands, los humedales son sistemas intermedios entre ambientes permanentemente inundados y ambientes normalmente secos. Muestran una enorme diversidad de acuerdo con su origen, localización geográfica, régimen acuático y químico, vegetación dominante y características del suelo o sedimentos. Durante mucho tiempo se consideró a los humedales como tierras marginales que debían ser drenadas o recuperadas ya que no servían para la agricultura, como si este fuese el único valor que puede tener un ecosistema.

En la Argentina tenemos distintos tipos de humedales: las lagunas salinas de la Puna, los esteros y bañados de la Región Chaqueña, las lagunas de la Pampa Húmeda, las costas de agua dulce y salobre del Río de la Plata, la costa marina desde las playas de arena de la provincia de Buenos Aires hasta los acantilados y playas de canto rodado de la Patagonia,  las turberas de Tierra del Fuego y la llanura aluvial del Río Paraná, incluyendo su Delta.

Los humedales bonaerenses no son sólo ecosistemas a preservar por su flora y fauna sino que son fundamentales para contener las aguas cuando hay inundaciones evitando que éstas se propaguen a la región de La Plata, el Conurbano Bonaerense y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Funcionan como esponjas que contienen el agua excedente. Si se reemplaza un humedal por una construcción de cemento el agua rebalsa y sobrevienen peligrosas inundaciones en las zonas aledañas y también más allá. La geógrafa Patricia Pintos coautora del libro “La privatopía sacrílega. Efectos del urbanismo privado en la cuenca baja del río Luján” ha manifestado claramente que hay una sucesión de mega-emprendimientos inmobiliarios con una incidencia clara en los cambios de los patrones de escurrimiento del Río Luján y por lo tanto, sería uno de los elementos más fuertes en la explicación de las inundaciones de los últimos años.

La biodiversidad de los humedales del Delta del Paraná no había sido afectada significativamente hasta los años setenta. A fines de los noventa -y con mucho mayor velocidad en este siglo- muchas urbanizaciones comenzaron a emplazarse sobre estos humedales de la cuenca baja del Río Luján. Se trata de construcciones como Nordelta y que se las conoce como “megaurbanizaciones cerradas polderizadas.” Quienes se encargan de la venta de estas propiedades utilizan lemas marketineros acerca del vivir en contacto con la naturaleza que distan mucho de la realidad, ya que lo que se crea es una naturaleza artificial a expensas de destruir la verdadera naturaleza y su historia. En la provincia de Buenos Aires esto ha ocurrido principalmente en los partidos de Tigre, Pilar, Escobar y Campana donde estas construcciones les han quitado a los bonaerenses varios kilómetros de costa que eran espacio público,  el espacio democrático por excelencia.

Como menciona Gabriela Massuh en su libro “El robo de Buenos Aires”, los cuerpos de agua que contienen estos barrios cerrados en forma de lagos o lagunas – y que se utilizan principalmente para deportes náuticos- son construidos realizando rellenos y excavaciones que transforman el terreno natural. Hay que echarles litros de productos químicos para mantener su “limpieza” y su color azul intenso con la contaminación que esto provoca en el suelo y en el agua. Por otra parte, si bien la biodiversidad florística del Delta del Paraná consigna 643 especies diferentes de plantas, de las cuales 77 son especies exclusivas de la región,  como aporte a esta naturaleza artificial, la vegetación que se elige para parquizar estas áreas nada tiene que ver con la vegetación autóctona o la historia natural del territorio. Se escogen especies exóticas como abedules, plátanos y robles europeos que pueden volverse invasoras, generar alergias en la población o pueden requerir del uso de agroquímicos para su crecimiento.  Este recambio de flora autóctona por flora exótica borra de un plumazo la historia natural de ese ambiente, despojándolo de su pasado. Es por eso que estos grandes “barrios ecológicos” son iguales en su aspecto en cualquier lugar del mundo que se emplacen.

El lugar que utilizan como modelo los que llevan adelante esta construcción sobre humedales es la Península de Florida, donde se construyen viviendas asociadas a las zonas de manglares. Sería deseable no sólo imitar la arquitectura sino también la severa regulación que se lleva allí adelante por la importancia ecológica y económica de los manglares. Las grandes inundaciones de estos últimos años en la provincia de Buenos Aires no se pueden explicar livianamente aludiendo al cambio climático como si fuese una entelequia y como si no hubiera además responsabilidades políticas y empresariales en las catástrofes de ese tipo. Seguramente habrá otras consecuencias ambientales imprevisibles a causa de estas urbanizaciones emplazadas en humedales que no dejaron de avanzar en los últimos años con el aval de la clase política.

En un año electoral como el que estamos transitando sería deseable que los diferentes candidatos expresen a la ciudadanía cuáles han sido y cuáles serán sus políticas ambientales. Es necesaria también la participación en el debate público de los especialistas en diversas disciplinas, que estudian desde hace años estos ecosistemas, y cuya palabra y saberes serán de gran utilidad para una planificación a futuro integrando a la naturaleza al desarrollo sin devastarla. Defender estos ambientes de la especulación inmobiliaria no es atentar contra el desarrollo ni contra la propiedad privada. Se trata de defender un patrimonio de todos los bonaerenses de los depredadores de la construcción.

Si bien este último tiempo se ha avanzado mucho en el estudio de los humedales por parte de los científicos, la gestión y la legislación cómplice de la construcción desaforada dejan un saldo negativo que permite afirmar, lamentablemente, que estamos frente a una década perdida para los humedales bonaerenses.