Apuntes sobre los paros

Cada vez que ocurre un paro de uno o varios sectores, las opiniones son divididas. Algunos se enojan por no poder llegar a sus trabajos, otros manifiestan un gran descontento por las molestias ocasionadas pero dicen entender la situación de los trabajadores y otros, simplemente, están de acuerdo con las medidas; pero lo cierto es que, pese a las intenciones, un paro en las actividades laborales no cambiará la situación económica de las empresas empleadoras, ni mucho menos, la del país.

Los salarios dependen básicamente de la oferta de trabajo existente, si hay una abundancia de esta, es decir, si muchas compañías están buscando mano de obra, los salarios tenderán a subir puesto que los empresarios deberán competir por los pocos trabajadores disponibles. Y lo mismo se da de manera inversa: si la oferta de trabajo es escasa y por lo tanto ahora lo que abunda es la mano de obra disponible serán los trabajadores los que tendrán que competir por los pocos empleos disponibles en el mercado y la manera más efectiva que tienen de hacerlo es a través de menores salarios.

Además, hay que entender que la situación es objetiva y que un reclamo no aumenta el capital de una empresa. Si un empleador tiene a cuatro trabajadores a su cargo y estos exigen un aumento al cual aquel no puede hacer frente, el empresario se verá forzado a prescindir de la labor de uno de ellos para poder costear el aumento del resto. Por lo que, en esta situación, podemos ver que un paro no solo no ayuda sino que empeora las cosas, dejando sin salario alguno a uno de los trabajadores.

Un buen ejemplo que nos permite ver de qué manera suben los salarios de forma genuina es el caso de la Ford Motor Company que, debido a su enorme productividad e innovación, logró reducir la jornada laboral, la que pasó de 9 a 8 horas diarias y a duplicar el salario diario de 2,5 a 5 dólares, según se desprende del libro “Creadores de Riqueza” de Alejandro Gómez.

En nuestro país, en cambio, difícilmente se den casos como el citado en el párrafo anterior, no por falta de voluntad empresarial, sino porque las condiciones para ello no están dadas, como se ve reflejado, por ejemplo, en el índice Haciendo Negocios del Banco Mundial, en el cual se analiza el respeto a los derechos de propiedad y las condiciones favorables para el crecimiento de las empresas, que nos ubica en el puesto 124 entre 189; o bien en un trabajo realizado por el Foro Económico Mundial, en el que nos califica en el penúltimo lugar en cuanto al Ambiente para Negocios del país, solo por delante de Venezuela.

Visto esto, es posible afirmar que los reclamos están dirigidos al lugar equivocado, ya que debería irse al problema de raíz, demandando un país en el que el clientelismo político sea erradicado, la seguridad jurídica esté garantizada y los impuestos sean los justos y necesarios para costear las funciones básicas del Estado, imitando a países como Suiza, Nueva Zelanda y Singapur, quienes lideran aquellos rankigns y dónde sus ingresos per cápita son los más elevados del planeta.

¿Es la desigualdad un problema?

Es muy común que se escuche tanto a políticos como a diferentes intelectuales afirmar que el mayor problema que enfrenta el país es la desigualdad, inclusive ya es el gran grueso de la sociedad el que inocentemente repite este garrafal error. Es moneda corriente que la gente se haga preguntas del estilo de ¿cómo puede ser que tal persona sea tan rica cuando hay tantas familias con hambre? O bien: ¿por qué son solo unos pocos los que concentran la mayor parte del capital?

Quiero imaginar que la inquietud real aquí es la pobreza de unos y no la riqueza de otros, y en ese sentido es correcto preguntarse cuál será la causa de la misma, pero aquellas interrogantes estaban muy mal encaminadas puesto que la existencia de un rico no solo no implica la existencia de un pobre sino que todo lo contrario: la riqueza de uno implica menos pobreza en otros por los empleos que crea y por los servicios que para obtenerla tuvo y tiene que brindar, los cuales si se está dispuesto a pagar por ellos de manera tal que el sujeto se volvió rico significa que le está facilitando la vida a la gente elevando su nivel de vida, ya que- en un marco de libertad económica- para que alguien ostente una gran fortuna no tiene otro camino para hacerlo más que el de satisfacer necesidades ajenas ya sea con la creación de bienes o con la prestación de servicios por los que el consumidor esté dispuesto a pagar.

Veamos el caso de Bill Gates. Su patrimonio actual es de 76.000 millones de dólares, siendo así el hombre más rico del mundo ¿pero fue a costa de los pobres que Bill Gates construyó su fortuna? Por supuesto que no. Hay que dejar en claro que la economía no es un juego de suma cero, que uno tenga mucho no quiere decir que esa diferencia es lo que le falta a otro. La riqueza se genera, se crea, por ejemplo este astuto magnate creó riqueza en donde antes no la había cuando fundó Microsoft, saciando de esta manera una necesidad en los consumidores antes insatisfecha. No nos arrebató nuestro dinero ni nos obligó a comprar algo que no queríamos, sus productos son comprados solo por quienes quieren hacerlo haciendo así que ambas partes ganen, por un lado él una determinada suma de dinero por producto y nosotros un producto que valoramos más que esa determinada suma de dinero, ya que de lo contrario no hubiéramos realizado intercambio alguno.

Mediante su empresa nos facilita la vida todos los días a miles de millones de personas alrededor del mundo ayudándonos a hacer nuestros trabajos, dándonos una herramienta para que nosotros mismos creemos nuestra propia riqueza e inclusive hasta para que contemos con más tiempo libre debido a la manera en que nuestras vidas fueron simplificadas. Dicho sea de paso que para crear esta fuente de beneficios emplea a más de 93.000 personas en 102 diferentes países ¿cómo puede ser esto malo para la sociedad?

Vuelvo a aclarar que estoy hablando de un sistema de libertad económica en donde el clientelismo político es fuertemente castigado, ya que la riqueza que los llamados “amigos del poder” amasan solo como consecuencia de favoritismos políticos, no solo que es injusta sino que además esta sí empobrece al resto de la comunidad debido a que, a diferencia de lo que veníamos hablando, sus productos suelen no ser comprados por la conveniencia de hacerlo sino porque no nos han dejado otra alternativa ya que mediante estrategias políticas -y no de mercado- han desplazado a la competencia con las gravísimas consecuencias que esto acarrea, pero este es un tema aparte.

El Dr. Alberto Benegas Lynch (h) solía decirnos en sus clases que todos los consumidores elegimos a quienes hacer ricos y a quienes no todos los días en las góndolas del supermercado al comprar determinado yogurt y no tal otro, determinado cereal y no tal otro o bien eligiendo carne de vaca en lugar de carne de pollo. Podemos ver que no existe democracia más directa y constante que la ofrecida por el mercado, en la cual todos los días se realizan elecciones poniendo en diferentes posiciones a los participantes de acuerdo a la calidad del servicio que nos brinden.

La desigualdad es natural al hombre y es muy importante que exista sobre todo en materia económica ya que en ella se reflejan las distintas valoraciones de los consumidores.  Lo que ha ocurrido con este asunto es que gran parte de la clase política corrió el eje del debate, ya prácticamente no se habla de pobreza sino que esta palabra fue reemplazada por desigualdad y de esta manera implícitamente se los hace responsable a los ricos de esta lamentable situación de miseria, quitándose ellos un gran peso de encima cuando en realidad la existencia de la misma es a causa de las distintas trabas al emprendedurismo y a la inversión impuestas por el aparato gubernamental .

Propongo que para evitar confusiones y poder distinguir a los responsables comencemos a hablar con claridad: el problema no es la desigualdad, el problema es la pobreza.

 

Una solución de mercado para el sector laboral

El desempleo, más que un miedo presente en todos los trabajadores, es una realidad innegable que afecta a millones de personas en la Argentina. El origen de esta situación se encuentra obviamente en una muy baja demanda de mano de obra. Cuando un empresario contrata a un trabajador lo hace solo por ambición, no le está haciendo ningún favor, sino que simplemente para hacer crecer sus negocios necesita emplear gente. Según la lógica sería entonces la falta de ambición de los empresarios argentinos el origen de los desempleos. Por supuesto que no. Al igual que los inversores de cualquier parte del mundo, los argentinos buscan mayores ganancias, pero nadie va a poner su dinero en donde no esté seguro, y lamentablemente la Argentina no tiene los más atractivos marcos institucionales al respecto.

Para que podamos ver a nuestro país con los ojos de cualquier productor, habría que consultar algunos índices realizados por respetadas instituciones del contexto internacional: En el Índice Haciendo Negocios 2014 realizado por el Banco Mundial, en donde se mide la mayor protección a los derechos de propiedad y la facilidad que tienen los empresarios para operar en el país debido a regulaciones más simples, Argentina ocupa el puesto 126 del ranking que se encuentra liderado por países como Dinamarca, Nueva Zelanda y Estados Unidos. A su vez, en el Índice de Competitividad Global desarrollado por el World Economic Forum, que mide un conjunto de instituciones, políticas y factores que definen los niveles de prosperidad económica en el corto y largo plazo, Argentina ocupa el puesto 104 muy por detrás de, por ejemplo, Ruanda, Botsuana e Irán.

Con tranquilidad podemos afirmar que el desempleo es una decisión política, muy probablemente no consiente, pero decisión política al fin. Si el país se vuelve atractivo para la inversión, la demanda de mano de obra aumentará y lo que escasearán serán los trabajadores disponibles, de este modo los empresarios no tendrán otra alternativa que mejorar las condiciones de trabajo y elevar los sueldos para conseguir a los mejores empleados.

¿Pero cómo hacerlo? Recientemente leí en un artículo que el Dr. Martín Krause escribió para la Universidad Francisco Marroquín, sobre una medida que se tomó en el Reino Unido llamada Regulaciones Dos por Uno. Estas consisten simplemente en que la adopción de una nueva regulación que genere costos para los empresarios solo puede hacerse si se deroga otra regulación con un costo económico dos veces más importante. Esto les permitió a las empresas ahorrar entre 2011 y 2012 alrededor de €1.300 millones, y como ahorro significa inversión, y esta se traduce en más empleo, no sería descabellado proponer una ley similar como punto de partida.

Pero como no existe mejor manera para demostrar un postulado que con la mismísima realidad, será mejor que vayamos a los hechos. Me gusta utilizar el ejemplo de Nueva Zelanda, ya que es un país que salió de una profunda crisis en muy poco tiempo tan solo utilizando medidas compatibles con el libre mercado. El distinguidísimo periodista y escritor cubano, Carlos Alberto Montaner, explicó de manera espléndida lo sucedido en este remoto país de Oceanía en su libro “Las Columnas de la Libertad”. Allí nos cuenta como el gobierno de aquel país notó que para no quedar rezagados por el mundo sería necesario formar parte de la globalización. Pero para convertirse en una economía competitiva a nivel mundial era necesario liberalizar el mercado y consecuentemente flexibilizar la economía en todos sus ámbitos, incluyendo por supuesto, el laboral.

Fue así como los acuerdos sectoriales se acabaron y se le dio espacio al libre acuerdo entre empleador y empleado. Se le dio inicio a la libertad de horarios, de precios (acabando con todo control en los mismos), se terminó con los subsidios, se realizó una apertura a la competencia exterior, se ejecutó un desmantelamiento arancelario y además se introdujo una absoluta libertad de las empresas para tomar decisiones económicas, lo que incluye una total flexibilización del sector laboral, dejando de gravar con “cargas sociales” los puestos de trabajo y abandonando la rigidez en el terreno de los salarios.

En un comienzo, como era de esperarse, los sindicalistas pusieron el grito en el cielo y hubo cierta inestabilidad, pero esto fue irrelevante ya que en menos de seis meses la curva de desempleo comenzó a descender y los sueldos de los trabajadores a aumentar. Hoy en día Nueva Zelanda está entre los países que mayores salarios y mejor calidad de vida les brinda a sus trabajadores, lo que se ve reflejado en el Índice de Desarrollo Humano, elaborado por la ONU, que mide el nivel de educación y de vida digna, larga y saludable de los países, donde los neozelandeses ocupan el sexto lugar.

Paradójicamente, el llamado “progresismo” argentino jamás ha traído desarrollo a nuestro país ya que se ocupó de alejar al sector empresario con leyes populistas a las que llaman “conquistas sociales” que lo único que lograron fue trabajo en negro y desempleo. Cuando la historia demuestra que la inversión de capital ha sacado a más gente de la pobreza que cualquier otro programa ¿por qué no realizar verdaderas “conquistas sociales” atrayendo a inversores y logrando así que sea la realidad quien lo muestre y no la ley quien lo diga?