El asunto del cepo está en boca de todos de cara al ballotage del 22 de noviembre, en donde Mauricio Macri y Daniel Scioli se enfrentan con propuestas muy diferentes. El primero lo eliminará de manera inmediata, mientras que el segundo propone sostenerlo durante algún tiempo y ver si las cosas mejoran hasta que, de alguna manera, ingresen dólares y recién ahí comenzar una quita de trabas a la moneda norteamericana.
La clave para encontrar la solución a esta cuestión radica en conocer su origen: un demagógico gasto público que no pudo ser sostenido ni siquiera por la mayor presión tributaria de nuestra historia, por lo que se recurrió a la famosa maquinita de imprimir billetes, es decir, a la expansión monetaria, aumentando la oferta de pesos muy por encima de la demanda, por lo que su valor frente a los bienes de la economía fue cada vez menor —inflación— y, por supuesto, el dólar no escapó a esta regla, razón por la cual se necesitaron cada vez más pesos para comprar un dólar.
Como los famosos precios cuidados aparecieron para hacerle frente a la inflación en distintos bienes de consumo básico, poniéndole precios máximos a productos como la leche, el aceite, el azúcar, etcétera, el cepo apareció para ponerle un precio máximo al dólar y racionalizar su venta. Algo así como esos carteles con la frase “Máximo 2 unidades por grupo familiar” que con tanta frecuencia vemos en cualquier supermercado, lo que se traduce en la combinación perfecta para la escasez: un bien exiguo, pero barato. Continuar leyendo