Con valiente perplejidad Francia se entrega a la dinámica de la venganza interminable. A la respuesta anticipatoria de próximas represalias. La guerra irrumpe para quedarse.
Francia fue violentamente agredida la noche del 13 de noviembre. En el costado sublime del Boulevard Voltaire. Una respuesta tétrica a los bombardeos decididos por François Hollande, en el territorio incierto de Daesh (Estado Islámico). Y debió replicar de nuevo ayer, 15 de noviembre, con el bombardeo sobre Raqqa. Raqqa es la también incierta capital de Daesh, situada en el norte de (lo que fue) Siria.
Resta aguardar, en París, la próxima represalia.
Desde aquí —Buenos Aires— se asume la audacia estratégica y militar de sugerir que, con bombardeos por el estilo, Estados Unidos y Francia nunca van a doblegar a Daesh. El ejército terrorista es el más serio de la yihad. Es infinitamente más poderoso de lo que fue Al Qaeda. Contiene ramificaciones terrenales, presentes en las ciudades más insospechadas.
Cuadros móviles que, en cualquier momento, estallan. En un centro comercial, un estadio, un bar.
Se impone entonces una guerra de inteligencia. Con ocupación, en lo posible, del terreno. Y activar no sólo desde la placidez del aire. Con drones. Se debe asumir el severo riesgo de propagar las cabezas cortadas. Continuar leyendo