Apretar por YPF

Lo va a desmentir. Como corresponde. “Ni un paso atrás” (aunque adelante esté la ciénaga).

Pero La Doctora, según nuestras fuentes, está arrepentida de haber confiscado YPF.

La pobre creyó. Conste que aquí no se escribe el plácido “le hicieron creer”.

Se anotó sola en el contagio del cuento de colores. Con ilustraciones.

Creyó en la magia de otro relato. Al que le modificaron el desarrollo y -sobre todo- la incertidumbre del final, que persiste riesgosamente abierto.

La Doctora está presa en el laberinto de la energía.

Tiene que juntar los dólares para pagar los barquitos durante los próximos dos años (más inciertos aún). Sin embargo ya se le resisten hasta en el directorio de Enarsa. La invención módica que Juan Carlos Romero, con acierto, bautizó En Farsa.

Y toda la movida para quedar, en definitiva, como la insaciable que no respeta las reglas. Ni el juego.

Que dejó de ser confiable. Porque la voraz “se robó”, literalmente, una empresa. Y ahora tiene que pagarla.

Cuando, arrastrada por la ceguera del rencor, la habían convencido exactamente de lo contrario.

Eran “Los Gallegos”, con Brufau a la cabeza, los que tenían que poner. Los Vaciadores.

 

Valijas sin rumbo

 

Este epílogo, que es tan triste, lo padece, justamente, La Doctora.

La que supo clausurar, tanto en Olivos como en Balcarce, la escala obligada de las valijas misteriosas.

Consecuencias de la dinámica instalada del Sistema Recaudatorio de Acumulación. Que estaba, a su manera desprolija, armado.

Para bien o para mal, pero admitía la ficción del funcionamiento. Cierta continuidad. Así fuera un mecanismo pecaminosamente irresponsable.

Deriva, en la actualidad, a la paralización de las valijas sin rumbo. Al cuentapropismo que carece siquiera de la menor orientación.

Las valijas -después de todo- están contenidas. Alguien siempre se hace cargo.

“En el final, Carolina, es el caos”, confirma la Garganta.

Un “todos contra todos”. Con alianzas levemente transitorias. Ampliaremos. Aún queda tiempo y el portal no tiene apuro.

Trasciende, incluso, que alguien vaga con una cifra. Sin saber a quién entregar la cifra. Y que no puede, por distintas razones, “quedársela”.

“Es tu problema”, le dijeron.

 

Cerealeras, Petroleras, Bancos

 

Quienes la impulsaron a deslizarse en el error patrióticamente nacionalizador ya desconocen, a esta altura, de qué modo conseguir dinero. Blanco.

De donde rajuñar los millones de dólares que faltan para que YPF salga del atasco.

Para que la empresa, que por torpeza y mala praxis devaluaron, no esté tan muerta como la Vaca que creyeron los iba a salvar.

Como la Vaca Muerta. Se la describieron como la gran solución cuando es, en realidad, el principal problema.

Y que va a dar leche, con suerte y miles de palos mediante, sólo en un par de años. Como las dos represas que fueron su obsesión. Y que los chinos, probablemente, van a financiar.

Axel Kicillof, El Gótico, junto a Guillermo Moreno, El Neo Gostanián, son los encargados de “juntarla”. Como sea.

Ilusoriamente ambos creen que los mangos que les faltan pueden salir de “las grandes Cerealeras”.

Las convocan para que Moreno, con la ruda metodología gastada, con la pólvora casi empapada, las acose.

Las Cerealeras tienen que poner, porque sí, “al menos setecientos palos”.

Y si los cretinos dicen que no los tienen, como lo dicen, que “la traigan igual”.

“De la mucha que se llevaron”. La que antes ganaron.

Entonces los funcionarios aprietan, a las Cerealeras, como si fueran naranjas paraguayas.

Del mismo modo que aprietan, según nuestras fuentes, a “las Petroleras”.

Como suponen que se puede apretar, también, a los bancos.

Se propusieron juntar dos mil palos y entonces hay que apretar para que la pongan.

Es parte de la mucha que ganaron, después de todo, “con el modelo”.

O que “se la llevaron”, los miserables.

Aprietan como si no entendieran las claves básicas del capitalismo.

Con la ingenuidad marxista del guitarrero, o incluso hasta la peronista del que se hace el malo. La alucinación de suponer que aún ahora, cuando se están por ir, es factible correr por la banda izquierda a cualquiera de estos linces. Profesionales lícitos de la ventaja, a los que no puede darse medio metro.

Para apretarlos con el cuento usualmente extorsivo. Si no ponen es “porque fueron cómplices de la dictadura”.

Quieren tratarlos como si fueran otros potenciales Blaquier, Navajas Artaza, o Massot.

Se creyeron en condiciones apretadoras de llevarse por delante hasta al reconocido empresario “que fuma debajo del agua”. Es el titán que siempre sabe mantener la actitud reclamatoria. El ganador admirable.

Lo convocaron también para decirle:

“Con este negocio vos ganaste mucho, ahora tenés que poner para YPF, porque si no te trabamos en…”

 

Sentido filosófico del apriete

 

El sentido del apriete constante es filosóficamente explícito.

El objetivo, según nuestras fuentes, es que ingrese algún atisbo de luz.

A los efectos de brindarle un poco de fe a La Doctora. Remontarle la moral. Llevarle alguna buena noticia que la rescate del bajón.

Ya que la pobre mantiene sobradas razones para el arrepentimiento que nunca, de todos modos, va a reconocer.

Para estar así, un año y medio después, en estado de súplica, entregada al acuerdo con los chicos más malos de la calle.

Con los relativamente escrupulosos de Chevron.

No hubo ninguna gloria ni valió la pena.

Con los esfuerzos para retenerlo a Miguel Gallucio. El empleado providencial.

El Mago que ya, según nuestras fuentes, dos veces se les quiso rajar. Hacia Londres o aunque sea hacia Riyad.

A La Tía Doris -cada día más próspera- le cuesta retenerlo a Gallucio.

Como también le cuesta al gobernador Uribarri, El Padre del Marcador.

Es -Uribarri- el que lo trajo a Miguelito, con el verso emocional del patriotismo y seductores mangos.

Con la esperanza política de crecer. Hasta ser, en Entre Ríos, el sucesor. La poderosa Tía Doris iba a ayudarlo.

“Para estar así, en el piadoso estado de súplica”, a La Doctora le hubiera convenido, en el fondo, “quedarse con Los Gallegos”.

Por lo menos, con Los Gallegos hubiera tenido, en la proximidad del final, a quien culpar. Alguien .un Brufau- al que reprochar. Responsabilizar.

Tener un material humano más convincente para justificar la pesadilla del fracaso.

Que la ronda. Hasta atravesarla. Porque (el fracaso) exclusivamente le pertenece.