Isabel, La Olvidada

A 38 años del trámite administrativo que la desalojó del poder.

Escribe Carolina Mantegari

sobre informe de Consultora Oximoron,  especial para JorgeAsísDigital

 

El golpe pro-soviético

38 años atrás, en un trámite casi administrativo, las Fuerzas Armadas desalojaban del gobierno a la señora Isabel Martínez de Perón. Se resolvía así el previsible problema político. De la manera esperada, desde hacía no menos de tres meses, ante la impotencia (e ineptitud) de la política, y la ceguera reaccionaria de la izquierda cómplice, que después sería la víctima. Y ante la sed de cargos (y de sangre) de los cruzados.

El golpe del 24 de marzo de 1976 estaba más cantado -como sostenía la abuela- que la lotería en Navidad.

Argentina -para Oxímoron- es el país donde todo termina mal. Y donde siempre se finge hablar en serio.

En la plenitud del desvarío, algunas mentes esclarecidas de la izquierda consideraban la receta ejemplar: “cuanto peor, mejor”. Percibían la radicalización de las contradicciones del sistema.

Téngase en cuenta que en su propio auto cremita, en el abril violento de 1976, un venerable escritor (desaparecido) salía de excursión para arrojar volantes que llamaban a la “resistencia popular”. Lo acompañaba un poeta boliviano y cojo (que al cierre del despacho envejece en Bolivia). Y otro poeta candorosamente comprometido. Al que también -pobre- lo desaparecieron.

En el error fatal del diagnóstico, de la evaluación científica que los entregaba, aquellos heroicos militantes suponían que la probable detención, en el caso de registrarse, iba a constituir la antesala de otra epopeya. Culminaría con otra salida espectacular. Como aquella de la cárcel de Devoto, en mayo del 73. Con el pueblo eufórico que los arrancaría de las mazmorras, para construir el socialismo.

“Si por lo menos pudiera hacerse un foco liberado en Tucumán”, confirmaba aquel escritor, mientras hacía el asado en su casa de Palermo. Diez días antes -informa Oximoron- de desaparecer.

Triunfaba el “golpe pro-soviético”, como lo calificaba un sector de la izquierda que, en su demencia, decía representar los dictados de la Revolución Cultural China. Sus herederos ideológicos aún hoy desfilan hacia la Plaza de Mayo. Mientras tanto, la izquierda pro-soviética existía de verdad. Remarcaba la conveniencia de apoyar la “línea democrática” de las Fuerzas Armadas. Pugnaba por una salida cívico-militar del “proceso”. Y advertía para “cerrar el paso al golpe pinochetista”. El que preparaba el sector más duro. Ya que los generales Videla, Viola y Harguindeguy eran casi democráticos. Blandos. Casi soviéticos.

 

La Olvidada

Después del fracaso previsible de la “dictadura militar”, y después de tantos miles de muertos que despiertan la polémica contable, se pone el acento en las catástrofes expresionistas que generaron los derrocadores sin estrategia. Más que en el destino de la pobre derrocada, que queda sin contención, librada a su suerte.

Desde el padecimiento de la prisión en el sur, hasta la utilización material de su figura durante la “democracia recuperada”, Isabel atravesó un conjunto de experiencias límites que no le interesan a nadie. Pudo cobrar algunos mangos durante el alfonsinismo. Para pasar después, de forma definitiva, hacia la actual situación del olvido ingratamente manso. Cotidiano.

Aunque gobierne en la actualidad una caricatura cultural del peronismo. Triste derivación de aquel movimiento de post guerra que supo gestar su marido.

Una ideología del poder, siempre invocada desde el interior del poder. Con el complemento inalterable de la justicia social, que setenta años después continúa en estado de bandera, de proclama o mera consigna.

Pero aquel movimiento terminó piadosamente convertido en un miserable partidito vegetal, fragmentado en diferentes franquicias. Con gobernadores que se comportan como accionistas minoritarios, y que ni siquiera asumen ni defienden el derecho elemental de conspirar.

Un partido vegetal que no es dado de baja por la bonhomía incuestionable de quien fuera su conductora natural. Es la jueza Servini de Cubría. Quien debería atreverse, otra vez, a conducir este partidito vegetal, inalterablemente moldeado como si fuera de plastilina, por el poderoso de turno, que lo maneja desde la chequera.

Hoy La Doctora logra la hazaña de domarlo por intermedio de Carlos Zannini, El Cenador. Viene provisto del atributo humillante de ser, ante todo, antiperonista.

Después de todo, el Justicialismo, como ideología de poder, sirvió como instrumento útil para privatizar y en simultáneo estatizar.

Para privatizar lo estatizado y volver, como si nada, y con el mismo rostro, a estatizarlo.

 

Ocultismo

Entre tanto pragmatismo explícito, son contados los peronistas que se atreven a rescatar a Isabel de la interpretación más injusta de la historia.

La pobre viuda se quedó enredada en la madeja aparentemente generada por José López Rega, un divulgador vocacional del ocultismo básico.

Ocurre que el brujo de verdad, en realidad, era Perón. El que sabía claves de esoterismo en serio y mantenía ciertos poderes reales. En materia de conocimientos, visiones y virtudes energéticas.

Para la frivolidad de la historia fue López Rega quien quedó convenientemente sindicado como el ideólogo de las Tres A. El creador del Somatén. El grupo violento del comisario que entró para copar en el juego de la muerte. Un juego iniciado por la izquierda (aunque el dato nunca debiera utilizarse).

La izquierda ingenua prefirió reivindicar siempre la figura mítica de la señora Evita, que servía para dos pasos.

Primero, para devaluar el significado relevante de Perón. Segundo, para anular cualquier eventual gravitación de Isabel.

También esa misma izquierda prefiere sobrevalorar la magnitud circunstancial que tuvo Héctor Cámpora.

La línea de la tergiversación se impuso en diversos frentes. Por lo tanto corresponde silenciar el infortunio de la señora Isabel. Declararla inexistente. Saltearla, incluso, hasta como presidenta constitucional.

Resta aguardar, apenas, el cese natural de su biografía.

El Perón de Zanatta

Sobre La Internacional Justicialista.
escribe Carolina Mantegari
Editora del AsísDigital

En La Internacional Justicialista, el ensayista italiano Loris Zanatta indaga -como sostiene el subtítulo- en “el auge y ocaso de los sueños imperiales de Perón”.
En minuciosa compilación, Zanatta describe las proyecciones hegemónicas que derivan en un “fracaso” (pag. 381).
Presenta a un Perón fuertemente ególatra, empecinado en exportar la receta política de la Tercera Posición.
Una vía intermedia entre el capitalismo y el comunismo que es -en su imaginario- superadora.
Para Zanatta, Perón se desgasta en la costosa estrategia de conformar un conjunto de países unificados por su tácita conducción. Sostenido, en principio, por su anticomunismo frontal. Y por el catolicismo (una cultura que Zanatta trató en su libro más logrado, Del Estado liberal a la nación católica). Y también sostenido por la latinidad, aquí en abierta contradicción con el panamericanismo orientado por “los anglosajones” de los Estados Unidos.
“Idea madre” desde que era “coronel del GOU: América estaba compuesta por latinos y por anglosajones, dos civilizaciones incompatibles” (pag.336).

La arbitrariedad del trigo

Pero los países vecinos resisten, en general, las tentaciones de la hegemonía imperial peronista, que pretendía imponer con la sutileza “de un elefante en un bazar de porcelanas” (pag. 391).
Desfilan en particular las intromisiones en Bolivia, Paraguay, Chile, España, y sobre todo en Brasil. Al que aún Argentina ni siquiera le otorgaba categoría de competidor. Menos, incluso, de rival.
El Perón de Zanatta trata de elevarse sobre una serie componentes básicos. El primero, pasablemente ideológico, alude al anticomunismo (cuando nadie podía imaginar que en el futuro algún alucinado iba a identificarse con el peronismo de izquierda).
En la vanguardia de la lucha contra el comunismo, Argentina, a través de Perón, también competía con Estados Unidos, la potencia hegemónica de verdad que Zanatta reconoce. En desmedro del insolente del sur, que mantiene la osadía de presidir una potencia en proyección.
Pero persiste otro factor sustancial, que lo fortalece a Perón. Es la abundancia del trigo. Y la arbitraria distribución. Con especulaciones explícitas en materia de precios, en un mundo carente de alimentos. Puede inducirse la comparación fácil entre el trigo, que caracterizaba en los cuarenta, con la soja que se comparte en los dos mil. Aquí Zanatta nos muestra un Perón antipático, imbuido del pragmatismo lícito, pero moralmente reprochable. Ya que sube y baja los precios del trigo con la misma determinación de titiritero con que maneja a la prensa adicta. Utilizada (la prensa) para atacar o adular a los estadistas de los países vecinos, depende la coyuntura. Y sobre todo para atacar al enemigo principal. La idea fija con los Estados Unidos. Como si Perón asistiera a una pugna permanente, con algunos matices, contra los continuadores de Spruille Braden.
Para imponer el autoritarismo del trigo Zanatta destaca la acción de Miguel Miranda, “el malo” (pag. 53).
Una versión anterior de Guillermo Moreno, pero de la instancia abundante.

La utopía peronista

Atrae, y hasta cautiva, la trama narrativa que utiliza Zanatta para explicar el fracaso imperial, y construir, en simultáneo, el libro más inteligentemente crítico de la utopía peronista.
A través de capítulos relativamente breves, circula la historia de las intromisiones peronistas en la totalidad de los países del contorno. Los que debían tolerar -a veces por el trigo- las pedanterías del vecino agrandado.
Y estaba la acción sistemática de la diplomacia obrera. A través de agregados sindicales que promovían la Tercera Posición Justicialista, y se reportaban, más que al canciller Gramuglia, o al canciller Paz, a la señora Evita, la Primera Dama. Conste que ya Zanatta le dedicó una polémica biografía política a Evita, aunque pasó inadvertida porque ya casi nadie quiere polemizar en el país declinante. Hueco de ambiciones y de fe. Donde se lee menos de lo necesario. Y muy mal.

El último factor, que se percibe en el Perón de Zanatta, es la guerra que no fue.
En el trazo grueso del autor, Perón sostenía sus creencias a partir de una evaluación equivocada. La certeza que iba a desatarse, en cualquier momento, la tercera guerra mundial. Le daría consistencia a la relativa neutralidad que pregonaba, y valoraría infinitamente los productos, de los países “con alimentos y materias primas”.
Para Zanatta, Perón necesitaba de “la colaboración de los Estados Unidos”. Aunque la hostilidad antiamericana “era el núcleo central de su política”. Pero comenzaba a necesitar desesperadamente dólares y los vecinos casi hacían cola para tomar distancia del pan-latinismo, de la Tercera Posición.
En la pendiente, el campeón del catolicismo se había enfrentado hasta con la Iglesia, y el anticomunista ejemplar se acercaba a la Unión Soviética.

Por haber querido ser

La Internacional Justicialista, texto valioso, documentado y recomendable. Aunque se registre en Zanatta, por último, un regodeo descalificador, sobre todo al describir el nacionalismo de Perón. Una jactancia (o patología) a la que no tendría, acaso, derecho.
Contiene un riesgo: que la crítica constante consolide la pasión nacionalista que Zanatta justamente se propone criticar.
A la distancia, con la moral en el penoso descenso, con la autoestima nacional debajo del piso, pueden comenzar a valorarse hasta las ilusiones perdidas de aquellos que, como Perón, las tuvieron. A pesar de los errores. De “la enfermedad infantil del expansionismo” (pag.332). De la ambición por atreverse a disputar en las ligas decisorias del juego internacional.
A Perón se lo puede criticar hasta los bordes, incluso, de la negación. O del odio. También se puede responsabilizar con frivolidad al peronismo por el actual estado caniche del país.
Sin embargo cuesta devaluarlo históricamente por haberse animado. Por haber querido ser, por adherir a la idea de la “excepcionalidad” que podía instalar a la Argentina en el plano superior. Editó Sudamericana. 446 páginas.

Carolina Mantegari