Francisco conduce a La Doctora

Farsátira. Desde el rencor al afecto y la dependencia.

escribe Oberdán Rocamora
Redactor Estrella, especial

Francisco, Ex Cardenal, facilita el acercamiento de La Doctora con Vladimir Putin, El Zar.
Es la faceta pintoresca de la farsátira. Un sub género teatral que combina la Farsa con la Sátira (el gran exponente fue Agustín Cuzzani, ingenio olvidado).

Hoy Argentina cae bien parada en Rusia y en China. Pero no es sólo a través de Venezuela e Irán. Quien conduce a La Doctora es Francisco.

El Cardenal Bergoglio, en su momento, supo pulverizar el proyecto de Santacrucificación Nacional. La reelección indefinida que estimulaba Néstor Kirchner, El Furia, cuando era el presidente. Y cuando gracias al Trípode de Poder mantenía el país a sus pies. Con el apoyo sustancial de Hugo Moyano, El Charol, Encanto de la Negritud, que representaba el trabajo, y con Héctor Magnetto, El Beto, potencia de la comunicación.
Desde el centro del trípode, con los resortes del Estado, El Furia había conquistado la hegemonía total.

En Misiones, 2006, fue cuando El Furia inventó el globo de ensayo. El plebiscito para proponer la re reelección del gobernador Carlos Rovira, El Judas de Puerta.
Era la antesala para imponer la reelección indefinida, también para el presidente. El Furia no era partidario de ir por su reelección si no tenía asegurada la continuidad.
El Cardenal, como un experto guardián de hierro, captó la profundidad de la maniobra y decidió perforarla. Habilitó entonces al Padre Piña, el obispo ideal para enfrentar al pobre Rovira. Hasta vencerlo, asociado al San Miguel Arcángel. Aquel fracaso del Judas de Puerta signó el destino electoral de El Furia. Para legitimar la consagración de La Doctora, como La Elegida.

País friendly

Pero el Kirchner-cristinismo le puso tensión a la farsátira. Compulsión narrativa. Para vengarse con crueldad del máximo enemigo que pacientemente había construido.
El Cardenal. Que fue religiosamente humillado con la Ley del Matrimonio Igualitario. El casamiento de los homosexuales era para el Cardenal por entonces una afrenta. El Furia disfrutaba cada beso en la boca que se prodigaban los casamenteros. Los Kirchner supieron darle el peor escarmiento al enemigo mientras quedaban, de paso, como la vanguardia del progresismo en el universo. Un país friendly.
En adelante, para evitar el Tedeum, para no toparse con el rostro de constipación del Cardenal, Los Kirchner llevaron el festejo porteño del 25 de Mayo hacia Salta o Tucumán. Mientras tanto elaboraban diversas triquiñuelas para desalojarlo.
Entonces El Cardenal se convirtió, acaso a su pesar, en el referente del antikirchnerismo. Sólo podía ver a La Doctora por televisión, gracias al abuso de la cadena nacional.
En simultáneo, El Furia y La Doctora habilitaban los ataques más descalificadores al Cardenal. En varios tomos.

Revancha

La farsátira, entre los altibajos, reservó una revancha. Otra vuelta de tuerca de Henry James.
Ya sin la presencia de El Furia, nunca podía esperar La Doctora que El Cardenal, un eterno Papable, fuera elegido Papa, en marzo de 2013. Poco después que el Papa Benedicto abdicara, por “cansancio moral”.
A La Doctora desbordada no le quedaba otra alternativa que rendirse ante la más alta autoridad ética de la humanidad. Y la pobre debió capitular nerviosamente a través de la secuencia del regalo filmado, en directo, de un mate. Y con la explicación académica del “modo de empleo” del mate, que iba a festejar el vecino presidente Mujica, Minguito.
Con perversa piedad, El Cardenal, ahora Francisco, se puso a La Doctora en el bolsillo espiritual de la sotana.
Y en adelante caben todas las conjeturas de interpretación. La farsátira contiene un desarrollo abierto. Como el final.

De pronto Francisco, para estupor del antikirchnerismo precario, se consagró como el máximo protector de La Doctora. Y hay osados que confirman que Francisco pasó a ocupar el lugar político de El Furia.
Porque es, verdaderamente, el Conductor de La Doctora. A través de la aplicación de “La estrategia de aproximación indirecta”, filosofía inspirada en el teórico Basil Liddel Hart.
Mientras tanto La Doctora, como clásica Serpiente, se dedicó a encantarlo a Francisco. Hasta instalar una suerte de “modo de empleo”. Como si Francisco fuera la extensión de aquel mate fundacional.
Y El Vaticano, que en un principio emergía con la fuerza de una nueva Puerta de Hierro, pasaba a ser confundido, en pocos meses, para La Doctora, con una versión mística y europea de El Calafate.
En cuanto puede, La Doctora se manda a Puerta de Hierro para consultarlo o recibir instrucciones. En búsqueda del consuelo espiritual, de contención moral para un alma atormentada.

La Doctora pasa de repente, gracias a Francisco, y a los pensamientos de Liddel Hart, a cambiar la receta del modelo ejemplar.
Del modelo Michelle Bachelet, que le reserva el inmediato lugar de jefa de la oposición, para volver en el ilusorio 2019, La Doctora pasa a preferir el modelo de Vladimir Putin. Cuestión de extender el oficialismo hasta lo que dé.
De la resignación silenciosa de irse para volver (Modelo Bachelet), se salta a la ambición de quedarse para siempre (Modelo Putin). Sólo le falta encontrar un adecuado Medveyev.
¿Es Daniel Scioli -el líder de la Línea Aire y Sol y buen amigo de Francisco- el mejor boceto del Medveyev sudamericano?
¿O le conviene acaso a La Doctora buscar otro rostro en el catálogo para ocupar aquel rol de Medveyev?
Como Randazzo, El Loco, o Rossi, El Soldadito de Milani.

La toalla del progresismo

La farsátira comienza y termina con Putin. Con la Iglesia Ortodoxa, que es el Partido Comunista que hoy sostiene al Zar Vladimir.
A través de La Doctora, Francisco le envía a su buen amigo Putin una invalorable carta personal.
Fue entregada por La Doctora a Putin, en la reunión del G-20, en San Petersburgo. Y luego caminaron un trecho, juntos, por la Avenida Alejandro Nevsky.
Y hoy, ya con un final feliz, La Doctora y El Zar, con la conducción de Francisco, consolidan la base espiritual de la nueva relación geopolítica.
La comprensión entre la máxima progresista que inspira el matrimonio igualitario, con el represor implacable que destrata a los homosexuales rusos, como si estuvieran en el Estado Islámico.

En virtud del pragmatismo a la bartola, La Doctora ya nada tiene en común con aquella Doctora altiva que maltrató al negrito Obiang, presidente de Guinea Ecuatorial. Para espanto de De Vido, El Ex Superministro, que lo traía a Obiang para hacer un indispensable negocio petrolero, aunque sorprendieron al visitante con una prescindible lección de moral cívica. La “lección del dedito” acusador. Y todo porque Obiang no respetaba los derechos humanos como La Doctora creía entonces que debían ser respetados.
Pero tampoco los respetan en China, en Rusia, en Irán, y mucho menos en la fraternal Venezuela Bolivariana, donde encierran a los opositores que carecen del menor derecho a la solidaridad. Pero por suerte a La Doctora eso ya no le importa, total la toalla del progresismo está arrojada, y la farsátira, acaso transitoriamente, debe terminar.

La selectiva lógica del poder cristinista

sobre informe de Consultora Oximoron
Redacción final de Carolina Mantegari

Introducción
Penúltima recuperación

En “Pelota a Paleta”, se alude al juego de La Doctora contra el frontón (que es la realidad).
Para Consultora Oximoron, La Doctora juega políticamente sola. Sin contrarios a la vista.
Confronta con la tendencia hacia la autodestrucción (de la que suele recuperarse). Y confronta con la indignación permanente de la sociedad que oposita. Es un sentimiento racional, democráticamente vacante, que no canaliza ningún exponente de la oposición.
La sociedad que oposita no encuentra el opositor que la represente.
Entre 1930 y 1976, el hartazgo equivalente pudo haber sido aprovechado por algún General.
Ante la complacencia de la sociedad, Uriburu, Onganía o Videla tomaron el poder. Para generar -de facto- los respectivos fracasos cíclicos. Posteriormente condenados por la misma sociedad (siempre inocente).
La capacidad de recuperación, que sucede a las declinaciones, es un atributo principal del cristinismo.
Son caídas que admitieron la falsa evaluación del “boleto picado”. La certeza de toparse ante la crisis final, de la que -invariablemente- el cristinismo resurgía. Caídas que fueron tan innumerables como las recuperaciones.
Tal vez se asiste, en la actualidad, a la última recuperación. Pero por prudencia corresponde escribir la “penúltima”.

Osiris Alonso D’Amomio
Director Consultora Oximoron

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Los ejemplos de Héctor Magnetto, El Beto, de Jorge Bergoglio, San Borocotó, y del general César Milani, El Seductor de Sexagenarias, sirven para interpretar la lógica selectiva del poder cristinista.
En Guerra de Convalecientes se reflejaron aquí los tensos tramos del litigio recíprocamente devastador entre Kirchner-Cristina y Magnetto-Clarín.
Un divorcio contencioso que se arrastra hasta el cierre del informe. Entre 2003 y 2007 fue una relación pasional de conveniencia mutua.
Se mantuvo inalterable el apasionamiento similar de la pelea. Agravada por el epílogo de la llamada “crisis del campo”. Cuando perdieron Los Kirchner. Hasta quedar, en el declive, casi debajo de la lona.
Pero la respuesta de El Furia fue letal. Recurrió a la lealtad cautiva del parlamento para impulsar la Ley de Medios. Instrumento que en 2009 nació viejo, especialmente obsoleto y sobre todo vano.

De todos modos, cinco años después, La Ley de Medios sirve para que La Doctora no se dé por vencida y lo vuelva a acosar, a través de Sabbatella, El Psicobolche II, al enemigo heredado.
Al contrario de El Furia, La Doctora nunca pudo disfrutar de los beneficios de la complacencia informativa de Clarín. De la armonía registrada en los tiempos de la amistad con Magnetto.
Acontecía que El Beto, para El Furia, estaba adentro. Y de los aliados sólo esperaba incondicionalidad absoluta. Sin las menores sutilezas que presenta el fenómeno de la comunicación.
“O están conmigo o no”, era la consigna.
Al tomar distancia crítica, por cuestiones profesionales o comerciales, Magnetto se transformaba en el enemigo total.
Para el kirchner-cristinismo la construcción del enemigo siempre fue básica, casi esencial. Meros leños para la hoguera de la causa épica. Y de ningún modo era porque aplicaran las teorías esotéricas de Laclau, al contrario. Los buscapinas que teorizaban era para explicar la acción, siempre previa.
Sea contra el jugoso neoliberalismo de los 90, la papelera de los uruguayos, la inagotable prensa concentrada de Clarín. O los buitres de Griesa.

Reciedumbre del olvido

En menor medida, cualquier desdichado que haya estado adentro, y se haya distanciado, padece su irremediable condena. Se hace acreedor a la reciedumbre del olvido. Y si sobrevive y eleva la cabeza, el sujeto tiene un destino asegurado de desprecio. Objeto marcado de aniquilación.
Magnetto, Francisco y MilaniSea Alberto Fernández, El Poeta Impopular, arrastrado en la tormenta anti-Clarín.
O sea Sergio Massa, El Renovador de la Permanencia. Es el peor. El que osó vencer imperdonablemente a La Doctora. Hoy es el declarado máximo enemigo del cristinismo. Para colmo es un objeto de desconfianza, aparte, por Magnetto. Por estar Massa condecorado con la amistad de la dupla Vila-Manzano. Y sobre todo por Alberto Pierri, El Muñeco de Echenagucía.
Y por si no bastara Massa se encuentra mantenido a la distancia también por el venerable Francisco. El Papa que se derrite de tanto amor que desparrama ante el universo, aunque mantiene inalterable el rencor por mezquindades terrenales.
Sea también, acaso, Juan Carlos Fábrega, El Sensato Marginal, que inteligentemente opta por alejarse. Para aspirar a los atributos del olvido. Como si estuviera en falta imaginaria por algo.
En su lógica del poder, el cristinismo nunca redime al que estuvo adentro y prefiere tomar distancia. Menos puede permitir que, aquel que se vaya, parta con algún atisbo de prestigio. Como Fábrega.
O los humille con un triunfo ofensivo. Como Massa.

La captación del enemigo

En cambio Jorge Bergoglio, El Cardenal, nunca fue amigo. Ni tampoco estuvo adentro. Como estuvieron Magnetto o Massa.
El Cardenal se diplomó de enemigo cuando desmoronó la estrategia de permanencia que Kirchner había diseñado. Fue en 2006, cuando autorizó al Obispo Piña a confrontar con Carlos Rovira, en aquel plebiscito de Misiones. Y El Cardenal le ganó, justamente cuando El Furia tenía el país rendido. Arrodillado ante su bragueta.
En adelante Bergoglio pasó a ser diabolizado como el enemigo principal. Con fundamentos. Porque detrás del planteo de reelección de Rovira se ocultaba el proyecto de santacrucificación total. La reelección indefinida, como en Santa Cruz. Proyecto pulverizado con la imagen del San Miguel Arcángel.
La respuesta no se hizo esperar: El Furia decidió humillarlo a Bergoglio a través del parlamento cautivo. Pegó donde más le dolía. Lo castigó con La Ley de Matrimonio Igualitario. Pero le otorgó a la década la pátina progresista que brindaba, hacia el mundo, la máxima imagen de la tolerancia.
Para Oximoron, el manejo absoluto del parlamento resulta indispensable para aplicar el rigor del cristinismo explícito. Para valorar la admirable capacidad para la readaptación.
Teoría que se comprueba cuando el enemigo, el Cardenal, es designado Papa. Para convertirse en el Francisco emotivo y racional, distribuidor de la esperanza.
Es cuando La Doctora se somete al poder de Francisco. La supera. Espiritualmente la da vuelta. La doblega pero la contiene.
Entonces La Doctora se somete ante el que fue enemigo, pero para captarlo. Y hacerlo amigo. Lo grave es que lo capta.
Hoy La Doctora y San Borocotó se llevan como Hansel y Gretel. Pasean de la mano por el prado del anti-capitalismo, y cautivan juntos a Vladimir Putin, para quien el manejo del poder es natural como el té de la mañana. Putin es un zar de Rusia como lo fue Stalin, pero sostenido por el PC superador de la Iglesia Ortodoxa, que legitima la persecución medieval hacia los homosexuales rusos, de La Siberia o de San Petersburgo. Lo cual no impide que Putin y La Doctora mantengan el diálogo más enternecedor, y justamente en materia de comunicación. Es la conmovedora alianza entre quien persigue a los gays, como si fueran delincuentes, y quien se jacta de tener el Matrimonio Igualitario para todos y todas.

Final con Brinzoni y Milani

El general Brinzoni, ex jefe del Estado Mayor del Ejército, no entendió la lógica del poder que estaba por instalarse en 2003.
Antes de asumir la presidencia, y por teléfono, El Furia le preguntó:
“General, ¿usted está conmigo o no?”.
“El Ejército no hace política”, le respondió Brinzoni.
“Lo sé, pero lo que quiero saber si usted está conmigo o no”.
Brinzoni no captó la dinámica del lenguaje que después percibió perfectamente el general Milani.
Situado en el balcón de la historia, Milani no vaciló en asegurarle a La Doctora que el Ejército estaba identificado con el modelo de inclusión.
Un modelo progresista bastante extraño que merece un informe especial de Oximoron. Es defendido por la inteligencia carísima y sofisticada del Ejército. Y que cuenta, para colmo, con el apoyo sustancial del máximo nivel del purpurado.

El General y el Cardenal

escribe Carolina Mantegari
Editora del AsísCultural

“…la experiencia de nuestra época demuestra que los príncipes que han hecho grandes cosas no se han esforzado en cumplir su palabra…” Denis Jeambar e Yves Roucaute, de “Elogio de la traición”

Para el universo sorprendido es Francisco, El Papa providencial. Es el austero predicador de la paz, gestor del reencuentro indispensable de las grandes religiones monoteístas. El estadista que envía lazos generosamente históricos hacia China, a través de Ricardo Romano, el pensador que -acaso- mejor lo interpreta.
Para la sorprendida Argentina, país de cultura peronista, instalado en el “fin del mundo”, Francisco adquiere la magnitud de Juan Domingo Perón. Más aún, lo supera.
Así como Perón, en 1973, dejó colgados del pincel a los abnegados jóvenes de la Tendencia que arriesgaron la vida por la causa del regreso, Francisco, en 2014, deja colgados del pincel a los fervorosos antikirchneristas que lo sostuvieron durante la otra resistencia.

Pero aclaremos: ni Perón traicionó a los montoneros (que lo utilizaron de canal), ni Francisco traiciona hoy a los críticos implacables del kirchnerismo (que desanimados creen que Francisco les pertenecía).
Son contingencias lógicas de la política clásica. Ya tratadas con lucidez en “Elogio de la traición”, texto medular de dos -cuando no- ensayistas franceses. Denis Jeambar e Ives Roucaute.
Sin embargo no hace falta ningún rigor académico para abordar los atributos de la traición en la historia del peronismo, entendido como sinónimo de sistema político.
El Exégeta justifica y legitima:
“Perón era un grande, y en su ocaso le interesó unir a la Argentina. Pero no pudo lograrlo. Le faltó tiempo. Como estadista tomó la acertada decisión de despojarse de quienes pretendían acelerar una revolución que no sentía. Aunque quebrara dolorosamente las ilusiones de muchos militantes que lo acompañaron, con el supuesto falso de creer que Perón volvía para construir el socialismo”.

“Del liderazgo de El General se pasó al liderazgo de El Cardenal”.

La sentencia se publicó en el portal, en 2006. Cuando Jorge Bergoglio, El Cardenal -el futuro Francisco- derrumbó con firmeza espiritual el proyecto de permanencia de Néstor Kirchner, El Furia. En Misiones. Cuando El Cardenal autorizó, al extinto Obispo Piña, a ampararse en San Miguel Arcángel y luchar contra el mal, que en aquella instancia consistía en oponerse en el plebiscito destinado a permitir la continuidad de Carlos Rovira, el discípulo de Ramón Puerta.
Detrás del pretexto Rovira, El Cardenal había advertido que se encontraba la ambiciosa maniobra de El Furia. Para “santacrucificar” la Argentina entera.
Por entonces El Furia mantenía la hegemonía del país en el bolsillo. Sin decirlo, aspiraba a la reelección permanente. Nadie se la podía negar, el empresariado ganaba dinero y estaba a sus pies, mientras la oposición se derruía ante la impotencia generalizada.
Al voltear El Cardenal el ensayo Rovira, nace la candidatura presidencial de La Doctora.
En adelante, El Cardenal pasó a ser el enemigo fundamental de El Furia. O sea del kirchnerismo que se encontraba en pleno esplendor.
Para evitar la voz de El Cardenal, los reclamos tácitos de su presencia inmaculada, La Doctora y El Furia optaron por los senderos del grotesco. Hasta trasladar los festejos del 25 de mayo hacia dispares provincias. Para no escucharlo. Aunque los fastos del 25 aludían al acontecimiento municipal. De Buenos Aires.

Así como El General, en la mítica resistencia, contó con el apoyo de las “formaciones especiales”, que tenían su propia agenda y le facilitaban la utopía del regreso, El Cardenal, en la resistencia del olvido, encontró el apoyo interesado de los peronistas disidentes sueltos. A quienes se les sumaba el gorilismo de ocasión. A los efectos relativamente republicanos de soportar los desbordes ninguneadores del matrimonio poderoso que se disponía a permanecer, en un democrático “cuatro por cuatro”. Cuatro para La Doctora y próximos cuatro para El Furia, al que también le iba a faltar el tiempo. Como al General.
Para colmo, con loas, astucias y mangos, La Doctora y El Furia supieron captaron el apoyo generacional de los sobrevivientes. Los que se sintieron desechados (por El General) en los 70. Los incorporaron, junto a sus descendencias, y con los descendientes de las víctimas, al redituable “relato” de los dos mil.
Por su parte, los peronistas disidentes, desparramados pero con capacidad de daño, se las ingeniaron para tajear la impostura de la frágil argumentación Kirchner-cristinista, que traficaba las desgracias selectivas, utilitarias, con los muertos puntuales que les convenía. Hasta que los disidentes los provocaron con cierta habilidad, con la celebración de José Rucci, otro muerto, pero que al kirchnerismo le convenía olvidar. Dirigente sindical asesinado -pero nunca reconocido- por los Montoneros caricaturales que volvían a tallar.
La misa que se celebró por la memoria de Rucci, en 2007, transcurrió en la Catedral de Buenos Aires. La casa de El Cardenal.

Plano doméstico

Pasada la conmoción, en el plano doméstico, la transformación de El Cardenal en el Papa Francisco, en 2013, pudo ser equiparable al regreso de El General, en 1973.
Dos Jefes del peronismo. Pronto, con algún desenfado, el portal calificó al Vaticano como la nueva Puerta de Hierro (por el nombre de la residencia de El General, en Madrid).
La comparación hoy ya es un lugar común. Se la utiliza para aludir a una instancia superior.
Ya con El Furia extinto, La Doctora debió tragarse la píldora amarga de la nominación del enemigo como Papa. Golpe intenso que se recibió como un “cross a la mandíbula”, como solía afirmar un inspirado novelista. Mientras ensayaba un monólogo en la colorida kermesse de Tecnópolis.
El desconcierto tormentoso sólo se aplacó, según nuestras fuentes, cuando Eduardo Valdés -próximamente El Nuncio Móvil- logró persuadirla, con un recurso típico de peronismo explícito, acerca de la necesidad política de iniciar una nueva relación con el enemigo. Que era, ahora, el Papa. Y podía llevársela puesta como un echarpe.
Pero lo que menos iba a querer el Papa era pelearse de entrada con la Presidente del país de origen. Como mensaje de garantía, El Nuncio Móvil le propuso a La Doctora que incluyera en su comitiva, para la consagración, a una queridísima amiga del Papa. Una de las tres grandes amigas que tiene. De la magnitud, por ejemplo, de la audaz periodista que había sido ardiente y bella, hoy una dama bien casada. O de la dulce abogada, conductora del influyente “adrianismo”, viuda de un entrañable sindicalista. Y otra eficaz abogada, muy amiga del próximo Nuncio Móvil, que se había jugado por El Cardenal cuando lo atacaba frontalmente el periodista más destructivo. Don Horacio ya le había dedicado un par de libros y demasiadas columnas de domingo. Lo estampaba con la peor imagen. Como un cura colaboracionista. Un exceso.

La contención

Entonces, desde que La Doctora le llevó aquel desubicado mate de regalo, se inició una admirable relación con Francisco. El Nuncio Móvil había acertado.
Francisco comenzó la faena de contener a La Doctora, quien disminuida solía ponerse nerviosa ante la imponencia de Su Santidad. La pobre muchacha sexagenaria de Tolosa no sabía cómo comportarse. Se veía torpe. Dependía, en adelante, del enemigo dispuesto a olvidar. Se la hacía fácil.
Los anticristinistas suelen ser, en general, bastante más irascibles e insoportables que los propios cristinistas. Al principio entendían, de mala gana, que el Papa debía mantener una relación amable con la máxima autoridad del gobierno de su país.
Sin embargo pasaban los meses, transcurrían los escarpines de Brasil, los almuerzos de contención en Santa Marta se repetían, se multiplicaban los diálogos telefónicos, y la relación Doctora-Francisco evolucionaba favorablemente. Parecía que hasta acordaban en cuestiones estratégicas. Francisco se transformaba en su pilar sustancial.
“Cuiden a Cristina”, les decía Francisco a los peronistas desopilantes que iban a visitarlo, a los empresarios que iban a sacarse una foto, así fuera en la tanda colectiva de los miércoles. Se volvían con el mismo consejo. “Cuídenla”. Saboreaban, también espiritualmente contenidos, el caramelo de madera, sin siquiera con azúcar impalpable.
Cada día les costaba más aceptar la nueva situación. Pero los anticristinistas virulentos aún interpretaban que el Papa quería ayudarla a llegar, sin aproximarle en ningún momento la línea de llegada. Con su aire espiritual debía llegar a diciembre de 2015.

Último viaje

De todos modos, el desconcierto de los anticristinistas sobrepasó el límite de la desconfianza con las postales cristinistas del último viaje.
Cuando se lo vio a Francisco bastante más gordito pero muy feliz, como un abuelito en navidad. Sonreía con orgullosa ternura, entre la camiseta de La Cámpora, que le obsequiaba el sensible Larroque que enternecía, y los tentadores salamines de Mercedes que le entregaba El Wado, el que se jacta de manejar jueces, como Julián, El Soberbio de Lanús.
Con los ojos iluminados de amor, Francisco recibía los regalos. Al cierre del despacho, aún no le llegó dedicado ningún libro de don Horacio.
Mientras tanto, cualquier mortal, creyente o no, ya comprendía que el trabajo de Papa es, en cierto modo, espiritualmente insalubre. Al extremo de tener que escuchar, con el rostro absorto y sereno, que a La Doctora la habían amenazado los terroristas del Estado Islámico. Que los jihadistas tenían deseos de cubrirla con un batón naranja, para arrodillarla, como si fuera una sciolista del montón para ser decapitada.
La cuestión que Francisco estaba cómodo entre tanta euforia cristinista. Para espanto de los anticristinistas que recordaban, en cierto modo, a los nostálgicos muchachos de la Tendencia. Los que sentían, en la Plaza de Mayo de los setenta, que el General los expulsaba por imberbes. Porque le reprochaban, con pucheritos y reclamaciones, que estaba “lleno de gorilas el gobierno popular”.

En adelante, la parábola de El Cardenal y El General puede perfeccionarla el analista más reposado.
Para sintetizar, El Cardenal, con los antikirchneristas que lo sostuvieron, hace algo similar a lo que hizo El General con los montoneros.
Pasarlos al cuarto. Contingencias lícitas de la política. Consagrar el derecho del príncipe a modificarse. Como lo estudiaron Jeambar y Roucaute, en “Elogio de la traición”. Y sin adherir a la idea del Octavo Círculo del Dante, reservado a los traidores en La Divina Comedia.
El Exégeta remata la crónica:
“Aquí no hay espacio para ninguna traición. Francisco es un grande que está más allá, y sólo quiere, como lo quiso El General, el bien de la Argentina. Es el gran estadista que tiene el mundo entre sus competencias, pero que pugna para que el gobierno del país de origen concluya su ciclo con normalidad”.