Sin liderazgos ni gendarmes en el mundo

Como introducción
Pobres sirios, no sirios pobres

Son pobres sirios, no son sirios pobres. No confundirse. Sirios con capacidad adquisitiva. Con buena educación.
Pretenden conservar sus cuellos de las dagas insaciables de Daesh (Estado Islámico).
Abundan los cristianos ortodoxos. Se sentían amparados -debe aceptarse- con los tiránicos Assad. En especial con el extinto Haffez, emblema de los poderosos -y minoritarios- alawitas.
Pero llegan también los humillados musulmanes sunnitas, perseguidos por el fanatismo ciego de los miembros violentos de su propia confesión.
Cristianos y musulmanes humillados. Debieron abonar, a los piratas obscenos, sus considerables miles de dólares por cabeza. Para salvar la vida y llegar a algún país de Europa o América donde esperara un pariente. Aunque, en el intento de salvación, aguardara, precisamente, la muerte, definitiva y banal.
J.A.
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Paralizado por la incertidumbre

La primera potencia militar, Estados Unidos, no cumple el rol de gendarme, ni siquiera en su patio trasero. Y cuando quiso asumirlo derivó en reiterados desastres. Infortunadamente, ya no impone temor.
Debió conceder con Irán. En el ámbito nuclear y con el pretexto de asegurar la paz. Y hasta decidió arrugar con Cuba, El Estado Gigoló.
Consta que la isla mantenida vivió durante décadas de la Unión Soviética. Hasta que el flan del Imperio se desvaneció.
El Estado Gigoló sobrevivió después con el petróleo dilapidado de Venezuela. Con los dólares del bolivariano irresponsable. Con su muerte Chávez estrelló su rico país entre la miseria y el caos. Para dejar el cachivache de Maduro, quien mantiene de rehén a los Estados incompetentes de Argentina y Brasil. Inmensidades que no se atreven a mediar para instalar alguna solución en la catástrofe humanitaria que Venezuela le produce a Colombia.
Sin los “dólares duraderos” del flan de la Unión Soviética o de la alucinación bolivariana, Cuba decide hacerse mantener, en adelante, por el capitalismo americano.
Los cubanos son mágicos para la subsistencia y la re-significación. Merecen haber sido, incluso, peronistas.

Para la inmediatez de la crónica, basta confirmar que Estados Unidos es responsable de la debacle eterna de Medio Oriente. Por haberse aventurado en invasiones improvisadas, que culminaron con espléndidos retrocesos. Como es responsable también Rusia y China. Por evitar cualquier acción del impotente Consejo de Seguridad. Algún esfuerzo solidario destinado a implantar el orden en los estados artificiales que Francia e Inglaterra se distribuyeron, como si fueran fichas intrascendentes. Después de la primera guerra inter-europea, llamada “mundial” (ver Ernst Nolte).
Pero valga al menos como excusa. La eventual acción coordinada del Consejo podía haber generado situaciones peores.

Desde hace décadas, la Organización de las Naciones Unidas cae por la pendiente del error. El Consejo no representa el verdadero poder actual, que se encuentra fragmentado y disperso. Lo suficiente como para admitir que el organigrama de poder -saldo de la segunda guerra- ya no tiene vigencia.

El caos del presente deslegitima la identidad de Naciones Unidas. Por miseria o por persecuciones, los desplazamientos compulsivos de población explicitan la inutilidad práctica del costoso sistema multilateral, hoy paralizado por la incertidumbre.

Cuotas de miserables

Mientras tanto, los países reticentes de Europa distaban de ponerse de acuerdo con la cuota de miserables que les correspondía a cada uno. Pero bastó con la aparición del cadáver del niño sirio, de clase media, en la postal de una playa turca, para que se desmantele la ética -y la estética- de la Unión Europea. Organización burocrática de circuito cerrado.
De ser por Viktor Orban, el bestialmente franco primer ministro de Hungría, el problema de los refugiados debe limitarse a Alemania. Porque la totalidad de los sirios (o eritreos, o afganos) pretenden ingresar exclusivamente en Alemania. Por las posibilidades que ofrece la potencia, en su condición de Estado más rico. Alemania se eleva por tercera vez en poco más de un siglo, ante la desconfianza de los vecinos. Después de dos desmoronamientos estremecedores, objetos de documentales televisivos de clase b.
Debe hurgarse en el detalle imprescindible del poderío. Que no guarda la menor relación con el liderazgo, que es, en realidad, lo que hoy falla en el mundo.
Ninguno de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad es líder de absolutamente nada. Se percibe la falta de la superpotencia que establezca los límites. Que baje las líneas elementales de la convivencia. Acaso se extraña la falta de las dos superpotencias, como durante décadas lo fueron Estados Unidos y la extinguida Unión Soviética. Mantenían el planeta entretenido en un tablero de ajedrez frío, entre partidas tensas que presentaban, en simultáneo, el atributo del equilibrio. Cuando el universo era, en fin, más seguro. Y los desplazamientos de población no ofrecían la imagen penosa del colapso. Por la pobreza, cuando ya ni se sabe cómo tratar con los pobres. O por las razones compulsivas, como las alucinaciones del Estado Islámico (Daesh, para los europeos).

Primaveras destructoras

Para interpretar el caos que produce el desplazamiento de población no hace falta aludir a la historia. Se asiste, en Medio Oriente, a las destructivas consecuencias de las nostálgicas “primaveras árabes”. Llamadas con el romanticismo voluntarista de los occidentales fascinados, por la idea de creer que los árabes querían ser, en el fondo, como ellos. Parecerse y elegir la misma manera de vivir, de tomar la libertad como un merecido bálsamo natural.
Sin embargo, como confirma Marine Le Pen -autorizada exponente de la derecha próxima a la xenofobia- “la primavera árabe nos trajo el invierno salafista”.
Claros ejemplos: Túnez y doblemente Egipto.
Porque la “primavera” produjo, en Egipto, el fundamentalismo democrático de los Hermanos Musulmanes. Y con su fracaso, el posterior autoritarismo legitimado de Al Sisi, que nada tiene que envidiar al régimen destituido -en vano- de Hosni Moubarak.
Hoy Al Sisi comanda un Egipto que dejó de ser gravitante hasta para el turismo. Y en la región, hasta el divisorio conflicto palestino ya pasó al plano complementario.
Ahora tallan otros jugadores. Son los viejos enemigos enfrentados por el camino hegemónico de Alá. Arabia Saudita, rigoristas sunnitas. Y el ascendente Irán, persa y chiita, que se sienta en la aceptable mesa de Estados Unidos. A los que se suma el tercero en la discordia, Daesh. Para alterar la geopolítica y producir los impresionantes desplazamientos de población casi infiel.
La ambición de aquellos ciudadanos primaverales era lícita. Pretendían quebrar, desde las plazas, la lógica del poder. Reclamaban el ejercicio activo de la tolerancia, a través de masivas concentraciones registradas por la cadena Al Jazzera. Concluyeron con los beneficiarios políticos inspirados en la religión. Los que tenían bien organizada la fe.

Sentados sobre la alfombra

Pero registraron incluso consecuencias peores. En Libia, con la caída y muerte de Kaddafi, se asistió al colapso total del Estado. Para disputarse el poder, en adelante, entre bandas tribales. Se masacran interminablemente en el territorio infectado de petróleo. Sin ningún gendarme superior que se postule para aportar la racionalidad.
Ocurre que los americanos, en Irak, se sepultaron. Como en Afganistán. Hicieron trampas infantiles para derrocar a Sadam, cuando el dictador ya no les resultaba utilitario.
Con el pretexto de aniquilar a Al Qaeda pulverizaron en Irak aquel régimen sostenido por la versión sunnita del Baasismo. Competía con la versión alawita de Los Assad, en Siria, próxima del chiismo iraní. Separadamente ambos -Sadam y Haffez- imponían un orden temible. Pero un orden al fin. Podían comerse pescaditos frente al Delta, en los restaurantes de Bagdad. O disfrutarse el té con pistachos en la montaña, en los bordes de Damasco, sentados sobre una alfombra.

Los destinos fatales de Sadam y Kaddafi, y humillantes de Ben Ali y Moubarak, resultaron fundamentales para interpretar la resistencia de “Bashar, el oftalmólogo”.
Bashar decidió abroquelarse cuando la primavera impetuosa avanzaba también sobre Damasco, Alepo, Palmira u Homs (tierra de los ancestros del cronista).
Los fuertes antecedentes estimularon al oftalmólogo Bashar para no rendirse. Aunque su país (artificial) quedara reducido a escombros. Con el respaldo del amigo persa (Irán) y el amparo de Rusia, sumado a la tendenciosa neutralidad de China. Los miles de muertos pasaban a ser -para Bashar- una cuestión contable.
Sobre todo cuando, entre tanta ausencia de poder, de liderazgo vacante, brotaban los sanguinarios de Daesh. Decidían emanciparse de la financiación culposa de la Arabia Saudita y de Qatar. Y ocupar el territorio anárquico de Siria y de Irak, ya sin gendarmes ni dueños. Y degollar mediáticamente a cualquier cristiano, con cierto apasionamiento televisivo, para impresionar hebdomadarios.
Daesh no irrumpía para ejercer la violencia aislada, patrimonio de las diversas franquicias de Al Qaeda. Llegaba para superarla. Y hacerse fuerte, en especial, en el territorio.

Al territorializar la Jihad (leer “Cuentapropistas de la Jihad”, cliquear), Daesh se quedaba con el petróleo de Mosul. Excelentemente administrado por los colaboradores de Sadam. Expertos en la materia. Petróleo comercializado, a través de Turquía, tercerizado por mercaderes infinitos. Y consumido por cualquier país supuestamente enemigo, que amaga, incluso, con combatirlo.
Se trata del ejército fortalecido por los fanáticos bien educados en occidente. Los que ingresan también desde Turquía, para engrosar las filas de Daesh. Con deseos específicos de rebanar los cuellos de los infieles cristianos que tomaban el té sentado en las alfombras, y que ahora se lanzan en deplorables barcazas, en desesperada búsqueda de un lugar. Para abalanzarse entre los calvarios económicos de Grecia, o de Hungría, que emergen como paraísos, comparados con los sitios arrasados de procedencia.

Cuentapropistas de la jihad

Asesinatos, sobreactuaciones y fracturas francesas.
París, especial

“11 de setiembre francés”. Exagera Le Monde, título de portada del 9 de enero.
Es el primer anticipo del exceso cultural. De la sobreactuación derivada de los crímenes horribles de los talentosos caricaturistas de “Charlie Hebdo”.
Los Kouachi, dos hermanos desesperados con una buena información (pero con la puerta equivocada). Podían cumplir con la idea de la venganza, que se sugería, acaso, en la revista “Inspire”, de diciembre.
Los miércoles por la mañana solía reunirse la plana mayor de la dirección de Charlie Hebdo. La revista que “injuriaba” al Profeta.
Y sin la logística básica, con la menor infraestructura, sin apoyos ni contactos, apenas provistos de decisión y crueldad, Said y Cherif Kouachi provocaron la masacre. En su huida mataron, casi de paso, a un policía. E iniciaron la fuga intensa y breve que terminó en una imprenta de Dammartin-en Goele.
Mientras tanto otro autorreferencial, Amedy Coulibaly, con un elevado sentido de su figuración, copó la carnicería kasher de Vincennes. Juntó a algunos rehenes y se disponía a resistir.

Franquicias

Suficiente para paralizar París, la ciudad sitiada, mientras se aguardaba que la policía completara su trabajo. Que masacrara a los tres terroristas que representaban el cuentapropismo de la jihad. Tres guerreros alucinados que vengaban al Profeta con autonomía, y sin el menor conocimiento de los jerarcas de los otros dos grupos que compiten por la hegemonía de la jihad. La demacrada Al Qaeda, en principio, y sobre todo el temible Estado Islámico, que desplazó a la banda de Bin Laden del primer plano, a los efectos de transformarla en una suma de franquicias alborotadas, sin conducción e -incluso- hasta sin dinero. Una de las franquicias es de la península arábiga. Con sede en Yemen, técnicamente un país PMA, en el lenguaje técnico de Naciones Unidas. Uno de los Países Menos Adelantados del planeta, que padece una miseria estremecedora y carece -incluso- hasta de petróleo.
En la huida adolescente, uno de los criminales le sugirió a quien le robó el automóvil: “Si los medios te preguntan por nosotros, diles que somos de Al Qaeda, Península Arábiga”.
Por si no bastara, divulgaron también que el operativo Charlie lo había financiado el imán Anuar al Aulaki. Una versión unilateral que contrasta con lo grabado en el “video selfie” por Coulibaly. Dijo haberles “prestado a los hermanos algunos miles de euros”, para concretar la venganza.
En fin, muertos los tres, el presidente François Hollande pudo elevarse como estadista. Y por cadena nacional dijo que Francia iba a reaccionar con solidaridad, unidad y movilización. Para convocar a la emotiva marcha del domingo 11, de la cual se habla hasta el agotamiento en todos los diarios, revistas y canales del mundo.
La cuestión que Hollande puso toda la carne en el asador. Puso a los solemnes estadistas de Europa central. Juntó al palestino Abas y al israelí Netanyahu. Y al presidente de Mali, Ibrahim Keita, ya que siempre un africano completa una primera plana plural.

Osadías del lenguaje

Comparar la docena de asesinatos de Charlie Hebdo, con los miles de muertos del desmoronamiento de las Torres Gemelas es, en primer lugar, una osadía pedante del lenguaje. Pero sobre todo es un error. Implica banalizar la magnitud de los atentados. Denuncia soberbia hasta para la tragedia.

Porque duele aceptar que estos tres jihadistas franceses no pertenecen a ninguna marca registrada. Aunque se descuenta que ni Al Qaeda, que anda a la deriva con el doctor Ayman Al Zawahiri, ni el Estado Islámico, del temible Bagdhadi, iban a desaprobar la acción. Al contrario. Y aquel que se base en la devastación de Yemen para otorgarle cierta magnitud a los asesinatos, debería no abusar de la inteligencia del informado medio. Porque, para que un yemenita banque un operativo terrorista, hay que estar verdaderamente desahuciado. En la lona. Por otra parte tampoco nadie pudo haberlos bancado. Al imán de la referencia lo habían mandado para arriba dos años atrás, y sin siquiera ver de cerca el rostro del asesino perceptible. Lo despacharon con un drone.

Pasiones execrables

La cuestión que Hollande, que venía en falsa escuadra, levantó algunos puntos como estadista. Para organizar un cacerolazo positivamente extraordinario, sin cacerolas, con gente bien intencionada, que suele emocionarse con la idea de la libertad, la fraternidad y la tolerancia, aunque se profundicen las fracturas de la sociedad francesa. Es donde crece y se expande la islamofobia. Una pasión que se retroalimenta recíprocamente con la pasión del antisemitismo.
No basta con marginar del cacerolazo a la señora Marine Le Pen, y su escuadra que crece, hasta en la literatura de Houellebecq.
Aunque unifica ambas pasiones execrables, madame Le Pen es otra beneficiaria de la sobreactuación. El primero es Hollande, que se mantuvo al nivel del desafío. Ambos -Hollande y Le Pen- por acumulación informativa, descuentan también que no se van a detener las acciones individuales. El cuentapropismo de la jihad.
El país cuenta con cinco millones de musulmanes, y menos del uno por ciento adhiere a las alucinantes abnegaciones de la jihad. Los servicios de inteligencia tienen identificados a no menos de 1.500 cuadros que estuvieron en Siria o en Irak. Y 750 de ellos, según nuestras fuentes, volvieron, entre ellos 150 mujeres, alguna casada por internet, y tal vez ya viuda. Entran a Siria y salen como por un tubo a través de Turquía, sobre todo desde la provincia fronteriza de Hatay, por pasadores que les cobran 50 dólares.
Son jóvenes en condiciones de matar, que recibieron adiestramiento militar y que no tienen ningún problema en morir.
Entre tanto prejuicio y fracaso, en materia de integración social, debería contenerse a la islamofobia. Que no eleve ese menos del uno por ciento.

Noción del otro

Al cierre del despacho, un actor transgresor y antisemita, Dieudonne, escribió en su cuenta de facebook “Je suis Charlie Coulibaly”. Y ahora Dieudonne debe comerse una querella. El límite a la libertad de expresión lo marca el Código Penal.
Pero antes del punto final, un camarero musulmán, Adib, en Montparnasse se nos queja. “Si los dibujos ofendieran a los judíos nadie sería Charlie”.
Ocurre que los musulmanes no lograron, todavía, que los ampare ninguna ley que condene la islamofobia.
Y trasciende que el miércoles, en Charlie Hebdo, volverán a burlarse del Profeta. Con las caricaturas celebratorias.
Debe protegerse, en nombre de la tolerancia, el ejercicio de la libertad del creador que ofende -sin reparos- la sensibilidad del otro. Con el exclusivo riesgo de ser asesinado.
Lamentablemente el mundo no es como uno lo cree. O lo quiere.
El otro. Ese otro que equivocadamente existe. Al lado nuestro y con sus creencias. En el metro, en la calle, en el mercado, en el bar.

Decapitaciones, ajustes y selfies

Reclutados occidentales del Estado Islámico como consecuencia de la crisis europea.

Escribe Osiris Alonso D’Amomio, especial para JorgeAsísDigital

 

Madrid

‘Nací, crecí y estudié en Francia, pero soy argelino. Francia no quiere que yo sea francés, me rechaza”. Lo confesó Almir, seis meses atrás, en París. A punto para enrolarse con algún eficiente reclutador, de los que suelen proliferar en determinadas mezquitas.

Los reclutadores suelen estudiar los movimientos de los jóvenes que se acercan para participar de la oración de los viernes. Por vocación religiosa, por mero interés social, o por consolidación de la pertenencia. Los imanes los conocen y si pueden espantan a los reclutadores. Sobre todo porque tienen poco que ver con el Islam que los imanes pregonan, y que pasa más por la sumisión a Dios que por la rebeldía activa contra los infieles.

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