Escribe Bernardo Maldonado-Kohen, especial para JorgeAsísDigital
Corresponde -para salvar la ropa ideológica- culpar al imperialismo norteamericano.
Confirmar que Estados Unidos no le perdona al proyectado Brasil los intensos acercamientos con China ni la ambiciosa pedantería de los Brics, carta de presentación geopolítica que Brasil conforma junto con Rusia, India, China y Sudáfrica.
Para sumergirse en el lodo del operativo Lava Jato, debe suscribirse que Estados Unidos se encuentra detrás de las denuncias. Derivaciones de la repugnante corrupción estructural que se apoderó del país que debería liderar la América del Sur.
Es el trasfondo de la causa abierta en la SEC, la irreductible Securities and Exchange Commission. O de la febril instrumentación de los delatores que se amontonan. Los que ya forman fila para narrar los rudimentarios métodos de estafa que condujeron a la prisión a los empresarios más poderosos.
Ante la perplejidad perdida de la clase media multiplicada, hoy se asiste al espectáculo degradante de los prisioneros delatados.
De los cautivos que, en adelante, “ya no son exclusivamente negros ni pobres”. Son los titulares de las empresas que enfilan, con el bolsito, hacia la cárcel común de Pinhais, ciudad de Curitiba, Estado de Paraná, mientras afuera se preparan para devolver algunos millones de lo (supuestamente) mal recaudado.
Como Marcelo Odebrecht, de la impresionante constructora Odebrecht. U Otávio Marques de Azevedo, de Andrade Gutierrez. Dos orgullos empresariales desmoronados del pujante Brasil que inspiraba a Stefan Zweig. Y que se estanca hasta el retroceso. En caída nunca libre, en un marco de recesión económica, con el agravio inusual del dólar en ascenso y ante el ajuste implacable de fuerte impresionismo cultural. Continuar leyendo