12.830 kilómetros separan a Kiev de Buenos Aires. Sin embargo, los hechos que mantienen en vilo a Ucrania son mucho más cercanos para los argentinos de lo que parece a simple vista o de lo que el mapa pareciera insinuar. Más que nunca en la historia de la humanidad, la globalización y ésta economía mundial que nos entrelaza, hace que el ardor en las heladas calles ucranianas no pueda, o no deba, pasarnos inadvertido.
Esto es así por distintos motivos. Por un lado, por los lazos culturales que unen a ese pueblo con el nuestro, producto de las cuatro oleadas de inmigración: una antes de la Primera Guerra Mundial (con 10 mil a 14 inmigrantes), la segunda en el período de entreguerras (la mayor de todas con cerca de 50.000), la tercera después de la Segunda Guerra Mundial (5 mil) y, la cuarta, la post-soviética (con unos 4 mil inmigrantes). Así, se calcula que viven hoy en nuestro país entre 300 mil y 400 mil personas de origen ucraniano, aproximadamente un 1% de la población total. Vale decir además que, por esas curiosidades de la Historia, los primeros inmigrantes ucranianos, fueron trasladados a Misiones en un plan del gobernador de ocupar tierras para impedir el avance territorial de Brasil. Hoy, son sus descendientes, quienes desde su patria de origen, resisten ser devorados por el “vecino gigante”.
¿Por qué más debe interesarnos lo que pasa en Ucrania? Juan Pablo Petrini, un político argentino descendiente de ucranianos, especialista en procesos políticos y colaborador de la Delegación Ucraniana en Argentina, advierte sobre las semejanzas entre ambos países en cuanto a su interés estratégico desde el punto de vista geopolítico: la energía, las reservas de agua potable, los alimentos y pasos marítimos estratégicos; por un lado el de Malvinas, por la unión del Pacífico y el Atlántico; del otro, Crimea, con su acceso al mar Mediterráneo, como vía hacia el Atlántico o hacia la zona más turbulenta del planeta, Oriente Próximo. Por eso para Petrini “hay similitudes que pueden servir de lección y de parámetro a la hora de observar el esquema mundial. En cierto sentido, la situación circunstancialmente periférica de la Argentina juega hoy como una ligera ventaja que permite, si se aprende, anticiparse a situaciones que el tiempo parece anunciar mientras se hace presente en Ucrania.”
Pero además, lo que ocurre en el “granero de Rusia” es también importante desde el punto de vista de su impacto en la economía mundial en general y en la argentina, en particular. La inestabilidad política se tornó inestabilidad económica y la amenaza de guerra, desconfianza. De hecho, ya hubo un impacto concreto en el precio del maíz y del trigo (Ucrania es el tercer exportador mundial) y en el precio internacional del gas que, como se sabe, es el principal componente de la matriz energética argentina y su importación es relevante en nuestras cuentas.
Para el economista Luis Palma Cané, la primera repercusión de la crisis por Crimea es que genera un nivel de incertidumbre total, el segundo que desacelera la actividad económica, por la caída del comercio exterior, lo cual nos afecta a todos, en tercer lugar, el gas, cuyo aumento sube la inflación en el mundo (el 80% del gas ruso pasa por Ucrania) y, por último el tema del aumento del precio de las commodities. “Pese a que uno diría que esto debería beneficiar a la Argentina, lo cierto es que termina resultando insignificantes, porque las consecuencias negativas son mucho más importantes”, afirma.
Por último, no podemos perder de vista el impacto de los hechos que ocurren en Ucrania en materia política y de defensa, lo que sobrepasa el interés exclusivo de sus vecinos. Así, algunos analistas piensan que estamos en “las puertas de la Guerra Fría”, visión que considero un tanto extrema y peligrosa en cuanto compara dos contextos históricos muy disímiles. Sin embargo, dos cosas parecen ciertas: que habrá un antes y un después de este conflicto del que puede germinar un nuevo orden mundial y, por otro lado, que el mundo es cada vez más pequeño y ya no podemos darnos “el lujo” de mostrarnos indiferentes frente a hechos relevantes de la política internacional, ni cometer la ingenuidad de creer que las balas “no nos tocan” por el solo hecho de que se disparan a miles de kilómetros de distancia.