Desde hace más de dos años, la barbarie y la muerte ganaron las calles de Siria. Ese bello país que mira la orilla oriental del mar Mediterráneo se ha convertido en el infierno viviente para quienes lo habitan. Todo comenzó con los reclamos y manifestaciones que vinieron de la mano de la Primavera Árabe y que chocaron con la voluntad de hierro de su presidente, Bashar Al-Assad, de mantenerse en el poder a sangre y fuego, aún cuando el fuego fuese contra sus propios conciudadanos y la sangre, de inocentes.
Desprecio y crueldad sin límites por parte del máximo mandatario hacia su pueblo. La pareja presidencial ni siquiera parece estar a tono con lo que ocurre, como lo demostraron los mails que salieron a la luz, apenas iniciado el conflicto, en los que la primera dama aparecía preocupada sólo por sus carísimas compras online y alardeaba con una amiga de ser ella “la verdadera dictadora”. Lo propio vale para su marido que, en medio de la crisis, sube fotos a Instagram en una cuenta que ha sido calificada de “despreciable” por la portavoz del Departamento de Estado de Estados Unidos, quien dijo además que “es repulsivo que el régimen de Assad use esto para ocultar la brutalidad y el sufrimiento que causa y lo que realmente está pasando”.
Siria es hoy el ejemplo de cómo la espiral de violencia puede ir in crescendo hasta salirse totalmente de control. Las atrocidades se cometen no solo desde el gobierno. Según Jesús Núnez, Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria “en la locura violenta que vive Siria ya es imposible determinar a primera vista quién es el responsable de cada una de las atrocidades cometidas. A estas alturas está suficientemente documentado que ambos bandos comparten la idea de que todo vale en el campo de batalla para conseguir sus respectivos objetivos. Son múltiples los ejemplos de desprecio al derecho internacional humanitario y de violación de los derechos de los civiles en cualquier rincón del territorio.”
En un comienzo, quienes luchaban contra las fuerzas gubernamentales era el propio pueblo, disconforme con la dictadura. Hoy, los sirios escapan en masa para convertirse en refugiados en los países vecinos, incluso en Gaza, donde reemplazan el terrible conflicto que viven en casa, por otro un poco menos álgido. Se trata de la peor crisis de refugiados del mundo de los últimos 20 años, con un millón de niños arrancados de sus casas y viviendo en condiciones infrahumanas, de cuales 768.000 tienen menos de 11 años.
En tanto, las filas “rebeldes” se convierten en un grupo cada vez más heterogéneo, profesionalizado y radicalizado. Yihadistas llegan al país desde Egipto, Irak, Paquistán y Chechenia para luchar en Siria, lo que está haciendo cada día más cruenta a esa guerra civil. Por eso, hoy, la opción de que Al-Assad siga en el poder es igualmente terrible que el caos y el extremismo que puede suceder a la caída del régimen.
Hasta estos últimos días y durante estos dos años, la comunidad internacional estuvo mirando a un costado. La reacción comenzó ahora, en parte, porque se cruzó la “línea roja” con el uso de armas químicas en la zona de Gutha, al este de Damasco -aunque algunos ponen en duda si fueron arrojadas por el régimen o por los bandos opositores. Los relatos del ataque son estremecedores, como se ve en el video, subido por los rebeldes a YouTube, en que un médico narra la desesperación de ver pasar por sus manos los cadáveres de más de 50 niños.
Como advierte el ex vicecanciller, Roberto García Moritán, “Siria es uno de los pocos países que no adhiere al Tratado que prohíbe la utilización de estas armas y cuenta con un importante arsenal, principalmente de gas zarin y otras sustancias toxicas de gases venenosos.” ¿De dónde provienen las armas químicas? Según García Moritán “el origen de ese armamento es materia de polémica, pero algunas versiones indican que fueron asistidos técnicamente hace algunas décadas por Alemania, pero nunca hubo pruebas al respecto. Asimismo, se calcula que el otro país que pudo haber colaborado es Irak, en la época de Saddan Hussein.”
Mientras los jefes militares de varios países debaten en Jordania que hacer o no con respecto a Siria, y más allá de las respuestas de las armas, hay una crisis humanitaria que necesita atención y solidaridad urgentes. Como señala el máximo responsable del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), Antonio Guterres, sólo disponen del 40% del dinero que necesitarían realmente para asistir a las víctimas. Los países no envían los recursos ni tampoco buscan soluciones políticas que detengan los éxodos y los asesinatos.
El resultado es la muerte de 100.000 personas, 7.000 de ellas menores de edad. Ante esto, Guterres advierte que “está en juego la supervivencia y el bienestar de una generación de inocentes”. La delicada situación humanitaria genera desnutrición, traumas y desesperación. Los organismos de la ONU están dando cuenta de también de casos de “explotación sexual, matrimonios y trabajos forzados y tráfico de menores”. Los niños también son utilizados por ambos bandos como soldados, incluso de escudos humanos. “Estamos ante una forma real de arrancar a los niños de sus hogares y, en algunos casos, de sus familias, enfrentándolos a horrores que apenas estamos empezando a comprender”, relata el director ejecutivo del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), Anthony Lake
Las cifras son alarmantes. Detrás de cada número hay historias de carne y hueso y el sufrimiento humano de miles de inocentes que, desde hace más de dos años, son desplazados y masacrados, en un vergonzoso silencio.