Vergüenza

En tantos aspectos la Humanidad ha ido evolucionando… El acceso al conocimiento, las curas y tratamientos de diversas enfermedades, el imparable avance de la tecnología que cambió completamente nuestro día a día… Pero, sin embargo, en otros parece remontarse a las épocas más oscuras y vergonzantes de la Historia. Es la sensación que deja la lectura y análisis del documento que acaba de publicar la Fundación Walk Free,  respaldada por importantes figuras de la política, de las artes, del empresariado, premios Nobel y humanistas (Los Clinton, Tony Blair, Bono, Gordon Brown, Bill Gates, Mo Ibrahim o Muhammad Yunus son solo algunos de los nombres).

El “Primer Indice Global de Esclavitud”,  elaborado por esta ONG, en consulta con expertos de organismos internacionales, centros de investigación e instituciones académicas, ofrece un ranking, país por país, de una medida ponderada  basada en tres variables: la prevalencia estimada de la esclavitud moderna a nivel global, cifras del tráfico de personas hacia y desde cada país, y las cifras de los matrimonios forzados y/o precoces.

Los datos significan un gran aporte a lo que es el primer paso en la lucha contra este flagelo -que no forma parte solo del pasado, como muchos creen-  y que es, precisamente,  dar información. Así, se estima que hoy existen unas 29,6 millones de personas en el mundo viviendo en condiciones de esclavitud. En términos de seres humanos individuales, esto da cuenta de que, en pleno siglo XXI, hay mayor número de esclavos que antes de la abolición de la esclavitud. Detrás de estas vidas únicas e irrepetibles, arrebatadas por los inescrupulosos de hoy, se mueven una ganancia anual de 38 mil millones de dólares, según datos de la Organización Mundial de Trabajo (OIT)

¿En qué trabajos se somete a las personas, muchos de ellos niños, a este trato infrahumano?  Esto varía desde sitios en donde se los recluta de a cientos, como en minas, fábricas o campos; de a decenas, en talleres o prostíbulos; hasta individualmente, en tareas domésticas o al interior de un matrimonio no consentido.  ¿En qué países hay más esclavitud? Según este documento, la prevalencia es más alta en Mauritania, Haití, Pakistán, India, Nepal, Moldavia, Benin, Costa de Marfil, Gambia y Gabón. Sin embargo, si se considera en términos absolutos, los que poseen mayor cantidad de personas esclavizadas son la India, China, Pakistán, Nigeria, Etiopía, Rusia, Tailandia, República del Congo, Myanmar y Bangladesh, en ese orden. “Tomados en conjunto, estos diez países representan más del 76% del total” señalan desde la fundación. Del otro lado, a las mejores cifras las ostentan Islandia, Irlanda y Reino Unido, seguidos por Nueva Zelanda, Suiza, Suecia, Noruega, Luxemburgo y Finlandia.

Si miramos a las Américas, vemos que el conteniente representa sólo el 3.73% del porcentaje mundial. Pero también nos ayuda a advertir otra veta alarmante del fenómeno, que es que no se limita sólo a países pobres, sino que en los industrializados, esta vergüenza también forma parte de su realidad. Basta con analizar los datos de EE.UU. que indican que existen aún cerca de 60 mil esclavos ocultos en sus campos, en sus barcos de pesca, en la construcción, en los prostíbulos.

Si nos remitimos a nuestro país, en un ranking de 162 países (donde 1 es la mayor prevalencia y 162 la menor) el mismo está ubicado en el puesto 122, lo cual podría hacernos pensar que, en términos comparativos, no estamos tan mal. Sin embargo, aún tenemos la enorme vergüenza de tener entre 34.000 y 37000 personas en condiciones de esclavitud en la Argentina.

Aún queda una enorme lucha por delante, como la que viene haciendo la ONG La Alameda y la que lleva adelante el Papa Francisco desde sus tiempos de Arzobispo. Los talleres clandestinos, las gran cantidad de mujeres y niñas obligadas a prostituirse (de la que di cuenta en dos artículos anteriores, “Esclavas sexuales” y “Esclavas sexuales II”), ser país de origen, destino y tránsito de trata de personas, más el riesgo que representa el aumento del narcotráfico (que necesita mano de obra descartable para sus crímenes) hace que, como sociedad civil, debamos estar más alertas que nunca. Porque, en este siglo, no debería existir ni una sola persona que no pueda ser dueña de su destino, de su persona, de su cuerpo. Hay que entender que se trata de un horror que no podría existir si no contara con la connivencia del poder político, de la policía, de los jueces, de los legisladores, de los “empresarios” y, en alguna medida, de los ciudadanos de pie que prefieren mirar para otro lado. De allí la obligación cívica de estar informados, de no fomentar el comercio ilegal, de denunciar siempre y de no conformarse con tolerar el horror y terminar, al final día y en las páginas de historia, habiendo sido cómplices de esta vergüenza.

La gran cuenta pendiente

Dicen que el primer paso para resolver un problema es reconocerlo. Ojalá esto se haga realidad ante el flagelo de la desigualdad económica que, recién ahora, está comenzando a ser un tema de fuerte consideración al interior de los organismos internacionales, gobiernos, organizaciones no gubernamentales e incluso en la Iglesia (con el giro impulsado por el nuevo Papa, Francisco, quien envió a una carta a Davos expresando la necesidad de “crecer con igualdad, más allá del puro crecimiento económico”).

Lo propio se refleja en el mundo académico, donde comenzaron a proliferar trabajos sobre esta cuestión. Como advierte el economista y ex director del diario El País; Joaquín Estefanía, “si se repasan manuales de Economía de las últimas tres décadas, en ellos las cuestiones relacionadas con la extrema riqueza y la extrema pobreza o no están, o figuran tan sólo en las páginas colaterales”. Hasta el FMI alerta ahora sobre esta problemática, a pesar de que antes, su antigua directora, Anne Kruger, sostenía que “parece mucho mejor centrarse en el empobrecimiento, que en la desigualdad”.

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