Una coincidencia en la recta final de cualquier campaña política pasa por la necesidad de hablar en claro a los votantes. El objetivo tradicional de esa claridad siempre fue que el entendimiento se transforme en votos, aunque hay una causa aún más interesante que empieza a aflorar en el discurso político uruguayo, desde casi todos los sectores: hablar claro para hacer del ciudadano más que un simple voto, un aliado en la trasformación del país. Así siempre debió ser.
A pocos días de una nueva elección nacional, lo interesante quizá pase entonces por empezar a reflexionar sobre cómo nos imaginamos el lunes después de las elecciones. Ya sea el lunes siguiente al 26 de Octubre, o –como todo indica– tras el balotaje el 30 de Noviembre. ¿Cómo será ese Uruguay sin mayorías dominantes? ¿Cómo será ese país en el que gane quien gane pedirá un cambio de estilo? En definitiva, ¿cómo nos imaginamos el Uruguay que sí o sí necesitará dialogar para progresar?
Es sobre ese Uruguay que amanecerá en silencio tras los festejos de una parte y la amargura por la derrota de la otra, que debemos empezar a pensar. Se nos presenta una oportunidad única para soñar el Uruguay entre todos. Un país, donde la verdadera mayoría pasará a ser nada menos que el ciudadano de a pie. ¿Estamos preparados como sociedad para enfrentar este nuevo desafío? Estamos bien, pero podemos estar mucho mejor
Cuando uno mira América Latina, Uruguay no está nada mal en cualquier variable que se elija analizar. Aquí se encuentra, justamente, gran parte del problema: la comparación ya no debe –quizá nunca debió– ser con la región, sino más bien con el mundo. Por varios años, como país, supimos compararnos con el mundo y fue cuando más crecimos.
Estas reflexiones me surgieron hace algunos años atrás y confluyeron en una investigación que buscó entender por qué varios países –muy parecidos a Uruguay por diversas razones– progresaran a pasos agigantados; mientras que nosotros seguimos conformándonos con ser uno de los mejores del barrio. Finalmente, aquella investigación se transformó en un libro publicado hace algunos meses atrás. Se tituló “Instrucciones para inventar la rueda. Qué tienen los países que progresan y cómo aplicarlo a Uruguay”. (Taurus, 2014). Analiza los casos de Finlandia, Nueva Zelandia y Corea del Sur. Bien vale compartir algunos de aquellos conceptos a pocos días de la elección que a Uruguay le tocará vivir en pocos días.
Seguro que al poner estos países como ejemplo, más de un uruguayo dirá: “Es imposible compararnos con ellos, somos muy diferentes”. Lo cierto es que cuando se empiezan a ver las pequeñas razones que han hechos en aquellos países grandes progresos; terminamos por sorprendernos al ver que gran parte de las soluciones de los problemas de Uruguay nacen de cómo los uruguayos buscamos las soluciones. Sí bien es bueno mirar hacia afuera para mejorar, mucho tiempos hemos perdido mirando afuera para culpar.
Tomando las experiencias de algunos de estos países pequeños y desarrollados, aquí radica uno de los más sencillos secretos de su progreso económico y social: dejar de culpar a los vecinos, al clima, a la coyuntura y a todas esas cosas que surgen cuando buscamos encontrar razones a los problemas de Uruguay. Vale aclarar que este fenómeno es regional. Durante varios años, sociólogos y economistas estudiaron este tema y hasta le pusieron nombre: Teoría de la Dependencia. Aunque un gran amigo, Enrique Baliño, quien también ha insistido en este tema, lo define de forma aún más clara diciendo que en Uruguay sufrimos de “artrosis social”: cuando buscamos culpables siempre apuntamos con el dedo hacia adelante, cuando en realidad debemos apuntarnos a nosotros mismos.
¿Por qué hay países que les va bien?
Al estudiar aquellos tres países, confirmé que realmente muchos de nuestros problemas ya tienen solución hace bastante tiempo. Son variadas las conclusiones a las que llegue en aquel trabajo: apertura al mundo, un Estado transparente y dinámico, la forma en que encararon sus reformas educativas, y varios puntos más que se detallan en el libro. Aunque me gustaría referirme simplemente a una de aquellas conclusiones a las que llegué tras aquella investigación.
Finlandia, Nueva Zelandia y Corea del Sur si en algo coinciden es que al momento de trazar sus planes hacia el desarrollo, el autor no importó, importaron más los resultados. Es decir, eliminaron los personalismos al momento de tratar una buena idea para el desarrollo. No se puede alcanzar consensos “partidizando” todo lo que se nos pasa por delante, como tampoco estar en constante búsqueda de ver quién lo dijo para ver cómo debo actuar. Una propuesta concreta en este sentido, pasa por crear espacios de reflexión para el desarrollo (incluso transformados en algunos casos en un Ministerio de Planificación y Desarrollo) con equipos interpartidarios que generan ideas de las cuales jamás se debe saber quién fue el “inventor”. Nada lleva nombre. Todo se presenta a la sociedad contestando tres preguntas claves: ¿qué se pretende hacer? ¿Quién (siempre una persona concreta como responsable) lo va a llevar a cabo? ¿Cómo se piensa financiar?
El Uruguay del lunes después de las elecciones deberá traducir la mañana de silencio en comenzar a imaginarse empujando juntos hacia adelante. Claro que puede resultar imposible al principio, pero solo cuando empezamos a girar en esa dinámica nos damos cuenta todo lo que podemos crecer como sociedad. Mirar juntos hacia adelante, no implica que se pierdan los estilos que cada sector de la sociedad pretende tener. Estamos cerca de una oportunidad única que pocas veces la historia de nuestro país nos ha regalado. La verdadera mayoría del país, en los próximos años, pasará a ser el uruguayo de a pie. De aquí la responsabilidad de pensar en estas cosas. Las grandes oportunidades en la vida, son también las más cercanas al fracaso rotundo.
Al momento de analizar aquellos tres países, recuerdo entre tantos testimonios que escuché, uno que fue el que más me impactó. Me lo dijo un profesor finlandés, con varios años de experiencia en su espalda –“ya de vuelta” diríamos en Uruguay. “¿Cómo definiría en pocas palabras el progreso de su país?”, le pregunté, sabiendo que nada de lo que saldría de su boca sería para quedar bien. Su respuesta fue contundente: “Primero, saber que no somos un país perfecto y que siempre debemos estar trabajando para progresar. Aunque lo más importante pasa por ver que aquí el demagogo, el que hace paro, el que tranca, es el que pierde”. Y concluyó diciéndome: “Hemos logrado, quizá sin quererlo, un enamoramiento por empujar hacia adelante más allá de las ideologías”. ¿No pasará por acá el secreto? Hacer que el discurso del querer se transforme en la dinámica del hacer. Dejar de invertir tiempo en decir lo que la sociedad quiere escuchar y empezar a hacer aquello que motiva una sociedad a querer progresar.