En el caso Nisman, su denuncia y su muerte, la lucha de la Presidenta no es únicamente en el plano judicial. La imagen que Cristina Kirchner pretendía dejar tras abandonar el poder -la de una líder popular que había resistido los embates del monopolio mediático, del imperialismo yanki y de los fondos buitre- corre el riesgo de terminar en el “hondo bajo fondo, donde el barro se subleva”. Lejos del relato épico, enceguecido en su desesperación, el kirchnerismo es una fiera que en cada zarpazo se hunde un poco más en esa ciénaga que es el mundo de servicios, encubrimientos y personajes patibularios.
Desde que hiciera Nisman su denuncia, se movilizó el aparato de propaganda K, a través diarios y televisión oficialistas, con brutales operaciones. Lo acusaron de borracho, títere de Stiuso, peón de la CIA, de llevar una vida dispendiosa, de mal padre y desestabilizador, entre otros. El exministro de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, Raúl Zaffaroni, llegó a decir “estoy seguro que Nisman no escribió la denuncia”, a la vez que, en una entrevista televisiva, reconocía no haberla leído y haberse informado de su contenido por la prensa. Continuar leyendo