“A Cristina no se le pregunta, ¡se la escucha!” Una frase fuerte, supuestamente dicha por alguno de esos pocos afortunados que consiguen reuniones con la mandataria, uno de los pocos que ella escucha. Esta idea reinó durante diez años la forma de comunicarse de este gobierno. Diez años les tomó animarse.
Ahora parece que dar entrevistas se puso de moda. Una bien. Finalmente.
Pero entrevistar a Cristina no es sentarla frente a un periodista venido a menos, a un militante, con un guion de mal gusto y las indisimulables gotas de sudor frío que le corrían por la cien mientras se hundía en la infantil dicotomía de tutearla o tratarla de usted.
Para mantener la imagen, para que te crean, peor que mentir, peor que robar, peor que maltratar, insultar y odiar, es subestimar. Están subestimando la inteligencia de todos, de los 40 millones. De los que queremos ver a la Presidenta respondiendo preguntas, pero preguntas de verdad. ¿Cómo hizo tanta plata? ¿Son ciertas las acusaciones de Lanata? ¿Qué va a hacer con la inflación? ¿Nos estamos quedando sin reservas? ¿Por qué con tanta plata durante tantos años se arruinaron los trenes?
Subestimar a la gente es el peor, y quizás el último gran error que pueden darse el gusto de cometer. Cuando ganaron por el 54% dijeron que la gente sabia elegir, que el pueblo nunca se iba a suicidar electoralmente. Ahora que pierden nos tratan como chicos de jardín con un show de marionetas de mal gusto. ¿Sinceramente piensan que sirve de algo?
Si quieren probar algunos manotazos de ahogado, que empiecen aceptando que no siempre tienen razón. Que quizás se les fue las manos con eso del relato épico, de dividir al país entre el pueblo y los oligarcas que quieren destruirlos. Que prueben con sacar a los jueces dibujados y poner una justicia razonable a revisar sus causas de corrupción.
Corran a La Cámpora de todos sus cargos, todos probados erróneos en su gestión, y pongan gente que sabe.
Cierren 678. Vendan publicidad en Fútbol Para Todos. Voten un presupuesto real y dejen de mentir con la inflación. Sáquenle el micrófono a los que miran el Riachuelo y ven pescados.
Pero por sobre todo, dejen de subestimarnos. El recuerdo del 2001 está todavía demasiado fresco. De la crisis, de que no haya trabajo. Del corralito y de no poder sacar los ahorros del banco. De comprar Goliat porque no alcanzaba para la Coca.
Dejen de subestimar y digan qué piensan hacer estos dos años que les queda. Digan qué plan tienen para el enorme déficit de energía, para la falta de reservas, para la emisión descontrolada, para el gasto público.
Si quieren recuperar algo de credibilidad, digan cómo planean sacarnos de ésta en que ellos mismos nos metieron.