Menem, el culpable de Aerolíneas

De todos los males que nos dejó el gobierno de Menem, uno en particular nos sigue afectando y probablemente, sin él haberlo querido, sólo va a empeorar.

Difícilmente pueda funcionar una propuesta enteramente liberal en una sociedad como la nuestra, con esta clase política, con estos sindicatos y con estos empresarios. En un mercado sin reglas ni controles, en un sálvese quien pueda, terminaríamos literalmente así, salvándose quien pueda.

El vaciamiento del rol del Estado menemista en el desarrollo de la economía, en el control de las importaciones y sobre todo en la redistribución de la riqueza, sumados a las nefastas privatizaciones terminaron por demonizar lo que conocemos despectivamente como “neoliberalismo”.

De esta forma, sin quererlo y sin buscarlo, Menem condenó a la gran mayoría de la gente a creer que todas las privatizaciones son malas y que todas las estatizaciones son buenas. Ya sean de las jubilaciones con las AFJP aunque sus fondos se dilapiden en campañas políticas, hasta empresas indefendibles como Ciccone, que no fue más que una maniobra para licuar las pruebas en la causa de corrupción de Boudou.

Incluso llegamos a la contradicción de que, aunque la mayoría de los argentinos estuviesen convencidos de la corrupción y de la falta de idoneidad de La Cámpora para gestionar, un 80% apoyó la estatización de YPF, sin importar las terribles consecuencias a mediano y largo plazo.

Algo similar está pasando con Aerolíneas. Todos compraron el discurso de que tenemos que tener una aerolínea de bandera. Esa primera excusa ya no sirve en casi ningún lugar del mundo. Está probado que la mejor forma de mantener costos bajos en los vuelos internos es abriendo la oferta para tener 100 empresas con el mismo servicio y la competencia se haría cargo del resto.

Eso pasó con LAN. Ofreció los mismos viajes internos que Aerolíneas a un menor costo y con un servicio muy superior. Aerolíneas se vio obligada a bajar los precios de esos vuelos. Ese costo, sumado a la locura de poner al frente de esta empresa a un tipo que su única experiencia previa fue repartir volantes en su facultad, devino en un déficit de más de 5 millones de pesos diarios que pagamos nosotros con nuestros impuestos.

Así llegamos a la locura de tener que analizar que los qom cuando compran leche y pagan IVA están subsidiando a los porteños que viajan a Bariloche en invierno.

La respuesta de estos supuestos dueños de la verdad, de los nacionales y populares que cobran tres sueldos por casi un millón de pesos anuales, es echar a LAN del país para tener el monopolio y cobrar así lo que se les cante, como hacían antes.

La consecuencia es que una empresa como LAN, que en nuestro país solo contrata argentinos, que ofrece un servicio de calidad y al mejor precio del mercado, se vea obligada a irse para no dejar en evidencia la inutilidad de este grupo de personas autoritarias, sin preparación, que sólo buscan llenarse los bolsillo para discutir su revolución imaginaria en sus pisos de Recoleta.

Las estatizaciones o privatizaciones dependen de muchos factores y tienen que definirse una por una en el contexto que les corresponde, pero lo que no varía, la constante en estos últimos diez años, es que siempre que una estatización implique que una empresa pase a ser dirigida por Moreno, o por De Vido, o D’Elía, o Kicillof, o Schoklender o Recalde, podemos estar seguros de que va a estar siempre mal.

El Estado exitoso parece ausente

Andar con esa molesta sensación de que los tenés encima siempre. Que te dicen qué hacer, cómo vestirte, qué desayunar, qué mirar en la televisión.

“Me gusta cuando callas porque estás como ausente”. Me gusta cuando callás, cuando no hacés cadenas nacionales eternas, cuando no insultás en tus actos aparateados, cuando no saturás en tus canales de noticias con tu propio relato y cuando tu cuenta de twitter no falta el respeto.

Cuando la clase política da respuesta a los problemas de la gente y no a sus propias ambiciones individuales, el Estado se siente ausente. Desaparece de los noticieros porque sin conflicto no hay noticia. También desaparece de los momentos cotidianos, de las charlas de café, de los pasillos de oficina, de los 15 minutos que esperás hasta que te den la cancha de fútbol 5.

Cuando se gobierna bien no pasás la mitad de la cena hablando de política, no discutís con amigos y familiares. Dejás de escuchar a las señoras mayores bien vestidas quejándose de los paros de subte y cortes de la panamericana.

Su negocio es vendernos que la participación y la sobreexposición política son algo para celebrar.

Logro es tener más médicos e ingenieros que militantes. Logro es tener más trabajadores cumplidores y menos metrodelegados de subte que cobran 15 lucas por 4 horas y se quejan. Logro es que los periodistas vivan de su trabajo y no de su afiliación política, de la pauta oficial.

Desde el precio de la leche hasta la SUBE que usás, la nafta que cargás, el Estado se metió en todos lados. En el diario que comprás a la mañana o el noticiero que sintonizás a la noche. En el fútbol, en la radio, en recitales, en tus vacaciones y en tus ahorros. Donde vos vas ellos quieren estar.

Si ya está comprobado que no saben gestionar. Si las AFJP despilfarraron la plata de los jubilados y por eso Cristina vetó el 82 % móvil. Si Aerolíneas anda cada vez peor y pierde cada vez más plata. Si volvieron a subastar YPF a capitales extranjeros porque no tenían idea de cómo sacar petróleo. ¿Por qué siguen metiéndose?

La sensación de tenerlos encima molesta. Incomoda. No está bueno vivir así. No está bueno sentir que se quedan con nuestros salarios diciendo que son ganancia mientras los ves llenarse de plata en nombre de una revolución imaginaria. No está bueno que los que viven en blanco paguen cada vez más y los que lavan dinero se los premie con blanqueos y expropiaciones.

Lo que estaría bueno es que entiendan que nuestras preocupaciones son más simples que eso. Que lo más importante es poder conseguir un buen laburo, tener un transporte público que ande bien y que no te signifique un peligro de muerte. Que estudiar sirva para algo y no para ganar la mínima mientras los vivos de siempre se vuelven millonarios con la obra pública.

Simplemente queremos hacer la nuestra, con igualdad de oportunidades, sin hambre, sin pobreza, con educación y salud gratis y de calidad, y que en el resto de las cosas nos dejen elegir a nosotros.

Huelga contra los cortes

En nuestro queridísimo país nos acostumbramos y naturalizamos cosas que realmente no son naturales. Tenemos un ministro de Economía que se quiere ir pero sigue en el cargo. Una presidenta que no se reúne con los gobernadores y los acusa de tener que pagar ella las obras, como si saliese de su plata y no de lo que pagamos entre todos con impuestos.

Naturalizamos que cuando algo no funciona nunca es una opción exigirle al Estado. El Estado es un gigantesco edificio, burocrático, lleno de expedientes y de empleados sin apuro, sin presiones o, al menos, eso imaginamos.

Naturalizamos que los políticos salten de partido en partido entre elecciones y que sea cosa cotidiana. Nunca los juzgamos por lo que hicieron, por lo que prometieron y no cumplieron, por las privatizaciones mágicas que después ellos mismos estatizaron, como YPF y las AFJP, mientras nos vendían “soberanía nacional”.

También, hace tiempo naturalizamos los cortes de rutas, calles y autopistas. Si donde hay una necesidad hay un derecho, en Buenos Aires donde hay un político hay un corte. Cortamos por todo. Por estatizaciones, privatizaciones, tercerizaciones. Cortamos por reclamos y por apoyos. Por reivindicaciones justas y por campañas políticas. Muchos, pocos. No importa. Con 10 personas alcanza para cortar la Panamericana en hora pico y arruinarle la mañana a cientos de miles de personas.

Ahora también Cristina adoptó la costumbre de cortar con la Policía Federal las calles alrededor de la Casa Rosada sin dar explicaciones. Solo para no ser diferente.

Es importante que el derecho sea siempre en favor de los trabajadores y sostenga ante todo el derecho constitucional al reclamo.

Pero en ningún lugar la Constitución Nacional dice que el derecho a huelga consiste en cortar cualquier vía de tránsito, en cualquier momento, sea cual fuere el reclamo o interés, sin importar si son 15 mil personas o solo 15. A veces dos personas logran cortar 5 carriles. A lo sumo agregan cuatro gomas prendidas fuego y unas bolsas de basura, si no no llegan ni estirándose.

Desde lo jurídico hay sendos argumentos a favor y en contra de esta postura. Juristas destacados en el estudio de las garantías constitucionales defienden unos el derecho a huelga y otros el derecho a la libre circulación. Por suerte dejamos de escucharlos.

Lo que importa es que evidentemente en Argentina sobran personas con trabajos sin exigencias de cumplimiento de horario, donde pueden cortar calles, asistir a marchas o simplemente no trabajar, y no pasa nada.

Pero también hay una Argentina, igual o más grande que esa, donde la gente que llega tarde tres veces seguidas pierde el laburo. Una Argentina productiva donde faltar o no abrir el negocio a tiempo implica perder plata. Una Argentina que se siente presa o rehén de este libertinaje jurídico en el que el derecho de unos, en nombre de las minorías, termina avasallando el derecho de las mayorías silenciosas, esas que no gritan, que no cortan, que no se quejan, que quieren laburar en paz, llegar a casa y descansar.

Así que aquí, ahora, y en nombre de todo aquel que se sienta identificado con estas palabras, me declaro en huelga pacífica, civil, sin acciones ni consecuencias, contra los cortes injustificados, y sobre todo, contra esas personas que nunca, pero nunca, piensan en nosotros.