En nuestro queridísimo país nos acostumbramos y naturalizamos cosas que realmente no son naturales. Tenemos un ministro de Economía que se quiere ir pero sigue en el cargo. Una presidenta que no se reúne con los gobernadores y los acusa de tener que pagar ella las obras, como si saliese de su plata y no de lo que pagamos entre todos con impuestos.
Naturalizamos que cuando algo no funciona nunca es una opción exigirle al Estado. El Estado es un gigantesco edificio, burocrático, lleno de expedientes y de empleados sin apuro, sin presiones o, al menos, eso imaginamos.
Naturalizamos que los políticos salten de partido en partido entre elecciones y que sea cosa cotidiana. Nunca los juzgamos por lo que hicieron, por lo que prometieron y no cumplieron, por las privatizaciones mágicas que después ellos mismos estatizaron, como YPF y las AFJP, mientras nos vendían “soberanía nacional”.
También, hace tiempo naturalizamos los cortes de rutas, calles y autopistas. Si donde hay una necesidad hay un derecho, en Buenos Aires donde hay un político hay un corte. Cortamos por todo. Por estatizaciones, privatizaciones, tercerizaciones. Cortamos por reclamos y por apoyos. Por reivindicaciones justas y por campañas políticas. Muchos, pocos. No importa. Con 10 personas alcanza para cortar la Panamericana en hora pico y arruinarle la mañana a cientos de miles de personas.
Ahora también Cristina adoptó la costumbre de cortar con la Policía Federal las calles alrededor de la Casa Rosada sin dar explicaciones. Solo para no ser diferente.
Es importante que el derecho sea siempre en favor de los trabajadores y sostenga ante todo el derecho constitucional al reclamo.
Pero en ningún lugar la Constitución Nacional dice que el derecho a huelga consiste en cortar cualquier vía de tránsito, en cualquier momento, sea cual fuere el reclamo o interés, sin importar si son 15 mil personas o solo 15. A veces dos personas logran cortar 5 carriles. A lo sumo agregan cuatro gomas prendidas fuego y unas bolsas de basura, si no no llegan ni estirándose.
Desde lo jurídico hay sendos argumentos a favor y en contra de esta postura. Juristas destacados en el estudio de las garantías constitucionales defienden unos el derecho a huelga y otros el derecho a la libre circulación. Por suerte dejamos de escucharlos.
Lo que importa es que evidentemente en Argentina sobran personas con trabajos sin exigencias de cumplimiento de horario, donde pueden cortar calles, asistir a marchas o simplemente no trabajar, y no pasa nada.
Pero también hay una Argentina, igual o más grande que esa, donde la gente que llega tarde tres veces seguidas pierde el laburo. Una Argentina productiva donde faltar o no abrir el negocio a tiempo implica perder plata. Una Argentina que se siente presa o rehén de este libertinaje jurídico en el que el derecho de unos, en nombre de las minorías, termina avasallando el derecho de las mayorías silenciosas, esas que no gritan, que no cortan, que no se quejan, que quieren laburar en paz, llegar a casa y descansar.
Así que aquí, ahora, y en nombre de todo aquel que se sienta identificado con estas palabras, me declaro en huelga pacífica, civil, sin acciones ni consecuencias, contra los cortes injustificados, y sobre todo, contra esas personas que nunca, pero nunca, piensan en nosotros.