Existe un mundo paranoico al borde de la psicosis, un poco en los medios, otro en las redes y otro en las cabezas de los que vivimos del microclima, sobre diálogos, acuerdos y tranzas en la política. Que si Massa se saca una foto con Insaurralde, si Scioli le pide ambulancias a Macri cuando el tren no frenó o si un diputado K votó un proyecto del PRO en la Legislatura.
Y también existe un mundo, igual de paranoico, igual de psicótico, pero aún menos relevante que el anterior en las cabezas de algunos militantes. En Argentina la militancia es algo para tomar en serio. La mayoría de las veces es inútil, contraproducente. Nos pone a pensar y a debatir en vez de a laburar y a estudiar. Pero no deja de ser un fenómeno que debe ser atendido.
Hay un caso muy gracioso y muy triste. Que es un caso en particular que pasó en la Ciudad, en la UBA, pero podría haber pasado en una unidad básica de Munro, en una esquina en San Miguel, o en el living de una señora adinerada en Salta.
Un pibe que milita en La Cámpora y que quería hablar con gente del PRO. Es un pibe normal, estudiante de Derecho, militante del Estado, seguro laburante de Aerolíneas Argentinas. Un flaco común al que le debe ir medio mal en la facultad, que militará para conocer gente, hacer amigos y cumplir el sueño no confeso de traspasar las líneas enemigas y llevarse el botín de guerra de “una minita del PRO”. O quizás fue a pedir fuego, no sabemos.
La cuestión es que este pibe que lo único que quería era hacer la revolución y devolver al pueblo lo que es del pueblo, fue ajusticiado y adoctrinado por sus pares y sus jefes por cruzar las líneas enemigas. Fue criticado y amenazado. El pibe, que no debe ser ningún Winston Churchill, confesó a sus amigos de los globos de colores que no iría más a su mesa para charlar porque no lo dejaban.
El pibe K que quería hablar con el PRO y no lo dejaron.
Ese pibe hoy no tiene permiso para hablar con gente afín a Macri y lo cumple a rajatabla para no volverse un paria, un exiliado del edén de la militancia que termina inexorablemente en el carguito en Aerolíneas o en el ministerio de Educación de la Nación.
Un pibe como muchos que se anotó en la Facultad para salir con un título, para laburar de algo mínimamente digno y salió con una enseñanza inmensamente superior. La vida está llena de cretinos, y muchas veces ellos serán nuestros jefes, salvo que dejemos de perder el tiempo en cosas irrelevantes y nos pongamos a estudiar.