A esta altura sostener que el Estado Islámico es una gran amenaza internacional resulta una obviedad.
Suma pruebas de lo anterior el ataque del pasado 18 de marzo en la capital de Túnez, reivindicado poco después por este grupo, a pesar de informaciones discordantes, ya que la filial local de la red Al Qaeda, Uqba bin Nafi, también se lo adjudicó sin dilación. El país en donde comenzó la denominada “Primavera Árabe” se jactaba de ser uno de los pocos regímenes estables del Medio Oriente, una “excepcionalidad” según ciertos analistas, y exenta del accionar del ISIS. Si bien es cierto que Túnez no ha caído en el caos, como Libia, ni ha vuelto a un sistema dictatorial, como Egipto, la calma es relativa. Uqba bin Nafi lleva combatiendo al Ejército local y al argelino desde hace por lo menos dos años en regiones montañosas, aunque de esto los medios ni refieren. El ataque al Museo del Bardo dejó 23 muertos, incluyendo 20 turistas, entre polacos, italianos, alemanes, españoles y dos colombianos. Bastante conmoción, pues hubo varios occidentales entre los caídos.
Cuando hay objetivos occidentales siempre se disparan las alarmas. Al contrario sucede cuando en las desgracias no los hay, o bien azotan lugares exóticos, o el “Oriente”. El mismo día del ataque en Túnez se dieron enfrentamientos con saldo de 10 muertos en la vecina y caótica Libia, producto de choques de milicias locales con la rama libia del Estado Islámico, que, entre otras facciones, intenta ocupar el vacío de poder dejado desde la caída del autócrata Gaddafi en 2011 tras más de 40 años en el poder. Desde luego, no hubo víctimas occidentales en estos enfrentamientos por lo que la noticia pasó inadvertida frente a la conmoción por lo sucedido en Túnez. Continuar leyendo